Un día le preguntaron ¿cuándo empezaste a llorar? No recuerdo, solo sé qué hace mucho tiempo, prefiero no dar fechas exactas, no quiero meterme en problemas, agrego, es mejor así.
Todos los que lo conocían, lo recordaban siempre con lágrimas, no sonreía nunca. Asistía a teatros, comidas, fiestas, conversaba, mientras de sus ojos brotaban lágrimas, inagotables e incontenibles. No importaba el lugar, ni la celebración, su llanto no cesaba. Ya se había acostumbrado a él y podía conversar, leer y hasta dormir, mientras lloraba.
Un grupo de amigos, reunió dinero, decidieron que viera a un oftalmólogo. El doctor, luego de guardar el cheque, lo reviso, le hizo algunas pruebas, fue breve; no tiene ningún problema orgánico, sus ojos están bien, en mi opinión, debería ver a un siquiatra. Ah y que tome mucho líquido, podría deshidratarse un día de verano intenso.
Sus amigos, decidieron reunir más dinero. Estaban decididos a llegar a la raíz del problema, esas lágrimas incontenibles, tenían que tener una explicación. Tardaron un poco en reunir el dinero, los siquiatras, no resuelven mucho, pero si cobran caro y sus amigos, querían pagarle el mejor. Cuando completaron la cantidad, hicieron una cita. El siquiatra, estuvo una hora conversando con él, salió con lágrimas en los ojos, devolvió el dinero que le habían dado; no tiene nada que yo pueda curar, dijo, mientras se enjugaba una lagrima.
Sus amigos, se desesperaron; qué le habrá contado al siquiatra, qué historia terrible logro conmoverlo, se preguntaban, sin encontrar respuestas. Decidieron hablar con un cura, tal vez una confesión lo ayudaría a liberar su alma y detener su llanto. Buscaron al más humano de todos los curas, al más sencillo. El día de la confesión, sus amigos, lo llevaron casi a la fuerza; ustedes saben que no soy religioso, vamos, hazlo por nosotros, tal vez eso te ayude. A veces los amigos, de tanto que insisten, nos hacen acceder a sus pedidos. La confesión duro 3 horas. El cura salió secándose las lágrimas con la sotana, no dijo una palabra, fue directo al altar y de rodillas, paso horas orando.
Una santera, eso es lo que necesita, dijeron sus amigos, recorrieron la ciudad buscando la mejor, la más famosa, cobraba caro, pero ellos, estaban decididos a todo por ayudar a su amigo, querían verlo sonreír. Esta vez sí que no, dijo con fuerza, mientras se aferraba a su sillón; no voy a ir a ver a la ¡santera! Sus amigos intercambiaron miradas cómplices, se fueron. Una hora más tarde, acompañados de la santera, entraron en la sala de su casa, venia cargada de bultos. Quiso protestar, la santera hizo un gesto que lo hizo callar. Sus amigos, dijeron; nos vamos, es mejor dejarlos a solas; no hace falta, aquí no habrán misterios ni hechizos, dijo la santera.
La santera, agitando sus collares y los vuelos de su bata cubana, abrió de golpe uno de su bultos, saco una bandera cubana inmensa, que cubrió toda la sala. De otro bulto, saco girasoles, tocororos y colibríes, de un saco inmenso salió el sol de Cuba, un olor a mar y un ruido de olas rompiendo contra el malecón los salpicó a todos, los estremeció. De un bulto inmenso, saco palmeras, tierra recién arada, olor a campo. Miro a los ojos al hombre de las lágrimas y fue exacta y precisa en sus palabras; si no puedes ir a Cuba, que Cuba, venga a ti, pero basta de llorar por tu tierra, las lágrimas, no arreglan nada. Es hora de hacer y no de llorar.
Sus amigos, se sorprendieron, poco a poco se secaron las lágrimas de sus ojos y una tímida sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro, mientras acariciaba su bandera y hundía sus manos en su tierra, salpicado por las olas, respirando profundo el olor de su origen. Miro a la santera a los ojos y le pregunto; y ¿qué hago? Eso lo decides tú, todos tenemos que hacer algo, llorar, no arregla ¡nada!
José Iturriaga
Nací y crecí en La Habana, la mayoría de mis escritos, giran, de un modo u otro, en torno a esta, mi ciudad. En el año 2000, emigré, esa fecha, marca un antes y un después en mí. Después de pensar un nombre a mi blog, me decidí por este, HABANERO2000.
habanero2000.wordpress.com