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Teatro cubano: la Isla imaginada (Primera parte)

Las miradas del arte cubano apuntan al reencuentro.
Las miradas del arte cubano apuntan al reencuentro.

Cuba nació del teatro. Incluso antes de fundarse como nación, la Isla comenzó a autorreconocerse sobre las tablas, de la mano de sus primeras compañías y dramaturgos que inconscientemente le dieron rostro. Luego vendrían las largas temporadas del teatro bufo y su satírica re-codificación de la sociedad nacional, el teatro del absurdo, la estética dual de las producciones surgidas luego de 1959…

Como en todo lo de Cuba, el Primero de Enero marca un parteaguas también para el teatro. De entonces a la fecha la creación escénica nacional ha vivido signada por la híbrida condición de las dos orillas: de un lado la Isla; del otro, la emigración.

Se trata de un cisma que durante décadas ha hecho crecer diferencias entre los teatristas de aquí y allá, sobre todo en cuanto a referentes y modos de hacer. Sin embargo, como movidos por esas misteriosas fuerzas de la identidad común, desde hace tiempo los creadores de ambos escenarios se empeñan en tender puentes hacia el reconocimiento mutuo.

El Festival Nacional de Teatro, que cada dos años acoge la ciudad de Camagüey, en su recién concluida edición –la decimoquinta– privilegió el análisis del estado actual de las tablas en Cuba. Un juicio de tales pretensiones necesariamente debe tener en cuenta lo mejor de la producción escénica que se hace en contextos tan diversos como los Estados Unidos y Europa.

Las concepciones cambian, pero el arte cubano sigue siendo uno a pesar de las distancias.
Las concepciones cambian, pero el arte cubano sigue siendo uno a pesar de las distancias.

Es un paso esencial hacia la evolución de un campo artístico que define como pocos la identidad nacional, considera Alberto Sarraín, director de teatro cubano residente en los Estados Unidos. “Eventos como el festival de Camagüey están en una etapa de madurez óptima para ampliarse a una interpretación inclusiva del concepto cultural de nación. Debiera plantearse unificar toda la creación cubana, la de dentro de sus fronteras geográficas y la que se hace con buena fe fuera de la Isla. Hay mucha gente creando en otros lugares que quiere seguir siendo parte de aquí”.

Ya desde los contenidos de las obras incluidas esta vez en la muestra se apreció una indagación en torno a los principales componentes de la nacionalidad, muy distinta de los alejamientos que distinguieron a otros períodos.

Se trata, opina la periodista María Antonieta Colunga, de un reencuentro con “los destinos soñados o temidos de la Cuba de hoy, las contradicciones y desgarros nacionales, nuestras controvertidas herencias culturales y esa necesidad urgente de reconstituirnos como pueblo sin sesgadores miramientos geográficos”.

NI ALEJADOS, NI DIFERENTES

En 2012, cuando la anterior cita de las tablas dedicó sus espacios a homenajear a Virgilio Piñera, en La Florida un grupo de estudiosos y creadores se empeñó en no pasar por alto el centenario del genial y controvertido creador de Aire Frío.

Fue por entonces que un movimiento liderado por la Universidad de Miami (UM) puso en marcha el proyecto “Un fogonazo del absurdo”, festival internacional orquestado alrededor del teatro piñeriano, que propició varias presentaciones en el Ring Theatre, de la propia UM.

El evento se distinguió por la interacción de compañías radicadas en La Habana y Miami, entre las que sobresalieron Argos Teatro y Teatro de la Luna, por las primeras, y The Mudras Project and EG Productions, entre las segundas. Otro momento significativo corrió por cuenta de los grupos Artes y Producciones Artísticas, y Mephisto Teatro, que se unieron para llevar escena El juego de Electra, una versión concebida por Liuba Cid a partir de Electra Garrigó.

Los ecos de una colaboración tan necesaria como inédita todavía motivan repercusiones, consideraron los participantes en una mesa redonda organizada por el último Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés). Ese evento dedicó parte de sus debates a las dos décadas de intercambio entre el teatro en la Isla y el hecho por cubanos allende fronteras, un proceso que iniciara en 1992 el investigador Rine Leal, tras la publicación de su antología Teatro Cubano Contemporáneo.

Desde aquella fecha se han ido acortando distancias con un empeño digno de las mejores causas. Bajo ese impulso se desarrolló el primer Festival de Monólogo de Miami, en 2001, la publicación por la Editorial Tablas-Alarcos de los textos Teatro Cubano Actual. Dramaturgia escrita en los Estados Unidos y Dramaturgia de la Revolución, coordinados Sarraín y el teatrólogo Omar Valiño, respectivamente, y se organizaron lecturas simultáneas de dramaturgos cubanos de ambas orillas, en La Habana y Nueva York.

Vi a la gente, vi los proyectos en que están”, declaró Valiño a su regreso de Miami, hace varios años. “Es un teatro con distintos paradigmas estéticos, pero creo que es muy importante que nosotros vayamos recibiendo aquí esas propuestas, que se vaya produciendo con regularidad un intercambio entre ambas partes”.

Como en otros muchos escenarios de esta Isla que trasciende los marcos de lo geográfico, la vida parece destinada a darle la razón.

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