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¡¡¡Oh, Camagüey!!! Mi Camagüey. Tierra de comarcas y pastores. ¡Cuán deteriorado estás!

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Hoy trataré de comentar algo muy positivo a mi juicio: la resonancia de los blogs críticos que ya va teniendo lugar en periodistas oficiales de todo el país.

Tengo ante mí el semanario Adelante del sábado 4 de octubre, donde su última página, cubriendo la totalidad del espacio, muestra siete instantáneas fotográficas que apoyan el artículo de Enrique Atiénzar Rivero intitulado Chapuserías, botones de muestra. 

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David Bacon “IMG_4381” Sep.15, 2006. Online image. Flickr

Es halagador que un oficialista como Atiénzar tome el rábano por donde nadie lo toca y saque en el único periódico semanal de Camagüey una crítica tan incisiva como veraz sobre las aplaudidas remodelaciones por el 500 aniversario de la ciudad.

“No creo suceda como en la era de Poncio Pilatos, el célebre personaje, Prefecto de la provincia romana de Judea, que para justificar su inocencia ante la condena de Jesús, apeló a lavarse la manos.

Quizás hombres del siglo XXI acudan a ese mismo ardid, no con igual propósito, pero sí para eludir las responsabilidades de lo malo (de lo bueno le gusta hablar a todo el mundo) realizado en los predios del Paseo de los cines, en la Céntrica Plaza de los Trabajadores y en otros sitios del entorno”.

Y a partir de allí el periodista, acaso sin saberlo –pues este humilde blog es poco conocido por mis coterráneos–, corrobora de entrada las tantas ocasiones en que he criticado el inútil y costoso desmontaje de una Plaza que servía de parqueo al centro financiero de la provincia o el incómodo saltadero en que se convirtió la calle de los cines luego de su sonada remodelación a base de adoquines y concreto alternándose cada tres metros.

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David Bacon “IMG_4381” Sep.15, 2006. Online image. Flickr

A partir de allí Enrique Atiénzar pone el punto sobre las íes en una serie de chapucerías más que sería prolijo repetir en estas páginas: edificios sin terminarles la pintura, el salidero de San Rafael y Baronía, famoso por su longevidad; las tapas de los recientes registros eléctricos soterrados en completo deterioro o  que no existen, lo que puede ocasionar accidentes graves, sobre todo a personas invidentes; los ladrillos maltrechos antes de un año de  uso; unos bancos públicos montados con articulaciones sanitarias; tragantes tupidos o en pésimo estado, etc.

En mi post No matemos a Willy,  en enero de este año, critiqué mucho sobre la Plaza, pero exoneré al joven arquitecto que se disculpó aquella vez diciendo “que su proyecto original fue más artístico. Pero que luego llegaba un directivo de Patrimonio, o de Monumento, o de la Oficina del Historiador  y lo cambiaba todo “por esto o por lo otro”, desoyendo sus opiniones”.

El caso es que lo hecho en la Plaza de la Merced –hoy Plaza de los Trabajadores– es otra chapucería más de las tantas que se acometen en nuestra histórica ciudad. La calle de los cines con sus “sapitos adoquinados” no cumple el objetivo de remedar una cinta cinematográfica como seguramente el proyectista soñó, porque tales celuloides, entre cuadro y cuadro, tienen un hilo divisor muy pequeño que nada tiene que ver con el fallido intento que hace a la calle sumamente incómoda a todo el que la cruza.

–“Mientras más personas se consultan, más insatisfacciones afloran por lo que se alcanzó con el plan Ciudad 500”– reitera Atiénzar. ¡Claro! Porque todavía adolecemos del consenso poblacional; porque todavía muchos directivos piensan que son solo ellos los que poseen la verdad y el acierto. Porque todavía no se les ha expulsado de la dirección y colocado en la picota al que determinó cerrar la calle Martí frente al parque Agramonte para vender café por moneda dura a los turistas en detrimento de la viabilidad y provecho de la población.

Mucho queda por decir y habrá que continuar “diciendo”, porque tampoco es cierto, como asegura un amigo, la inutilidad de los blogueros. Es totalmente halagador cuando vemos que ya el periodismo oficialista toma partido contra lo mal hecho, se atreve a mencionar al comienzo de un artículo el nombre de Jesús aunque sea utilizando un símil, cuando antes la palabra “Dios” era eliminada hasta en las canciones de la radio.

Yo pienso que en la particularidad de la crítica vamos cuesta arriba. Tengo fe en que, cuando todos unidos, oficialistas o no, seamos capaces de señalar los errores, nuestros obstáculos disminuyan y recuperemos, en paz –siempre en paz y sin odios–, las virtudes perdidas.

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