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Cuba también juega el Mundial de fútbol

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El fútbol cubano descansa en paz. Dios o no sé quién lo tiene en la gloria desde hace más de siete décadas. El fútbol cubano arde en lontananza. El diablo o no sé quién lo tiene allí hace ya 76 años.

Léase, entiéndase como guste. Cualquiera de las dos formas, y algunas más posibles de agregarse, significan lo mismo: vacío, muerte, ausencia de Cuba en el planeta fútbol, el mundo más policromático, heterogéneo, tolerante, plural y democrático que tiene la Tierra.

Al cielo o al infierno quedó exaltado o confinado, según se mire, desde la última y única vez que una selección nacional de Cuba asistió a la fase final de un Campeonato Mundial.

(Sucedió, se sabe, en la III Copa organizada en Francia 1938, cuando estaba por estallar otra guerra en Europa y, a la inestabilidad que ello supuso, se adicionó la protesta de las selecciones de América a la FIFA por organizar la lid en el Viejo Continente por segunda edición consecutiva. Fue Cuba, en definitiva, uno de los 15 equipos concurrentes, el primero del Caribe en acceder a la fase final de la competición, y concluyó en la séptima posición al cabo de una actuación cuyas rarezas se conocen bien).

Y ahí está, en el infierno o el cielo, insisto, a pesar de que de vez en vez se salta el libreto y sale del enclaustramiento. Como en 2012, cuando ganó la Copa del Caribe, o ahora mismo, cuando el ranking de la FIFA lo ubica en la décima posición de la CONCACAF y en el escaño 95 del mundo, dos puestos VIP si lo comparamos, pongamos por caso, con el lugar 119 en 2009.

Mejores credenciales tienen (casi) todos los deportes colectivos en Cuba. No hace falta decirlo. Incluso ahora, cuando no tenemos Morenas del Caribe ni presumimos en la Liga Mundial, cuando no rozamos los podios planetarios del baloncesto para mujeres ni, mucho menos, nos creemos el non plus ultra del béisbol. Incluso en estos tiempos, el balompié cubano va detrás del resto.

Sin embargo, y este es un fenómeno resultante de la globalización y otros prodigios, hoy el fútbol parece enardecer, provocar más entusiasmos, desatar más ardores, sobre todo en la población joven, que todos sus pares -y aquí no es gratuito el absolutismo-, contada la pelota, pasión nacional, o al menos en La Habana y Matanzas, desde antes de la primera carga al machete.

Atrapada entre la fiebre por el juego y la sensación de no pertenecer a ese mundo que es el fútbol; entre las simpatías por el Barcelona, Real Madrid, Atlético, Bayern Múnich, Borussia Dortmund, Milán, Juventus, Inter, Chelsea, Manchester United… y la futilidad del campeonato doméstico; entre la adoración a Messi, Neymar, Iniesta, Cristiano, Sergio Ramos, Ribéry, Robben, Balotelli, Pirlo, Pogba, Courtois… y el ninguneo a los futbolistas cubanos.

Entre las luces e imágenes de los mejores partidos internacionales y las sombras de los desafíos patrios; entre previas, análisis, narraciones foráneas, y distracciones e improvisaciones propias, entre un mundo y una irrealidad, existe hoy la percepción de que a Cuba, con ese innato talento suyo para la ironía de trazo gordo, le seduce más el fútbol que el béisbol.

A solo horas del Mundial Brasil 2014, entonces, se llega al paroxismo, al arrebato. Viven los cubanos, pues, una locura linda, un ajetreo enervante a veces, que convierte los espacios de todo material en hervideros de comentarios despectivos e insultantes, en brazas de expectativas, esperanzas, pronósticos, sueños que, con el rodar de la Brazuca por los estadios de Brasil, devendrán goces y celebraciones, penas y rencores.

Siempre que sucede, pasa lo mismo. Llega el Mundial a construir y perpetuar sus hitos, y los cubanos “lo juegan” a su modo, a despecho de cotidianidades y sinsabores sociales, de la actualidad deportiva del país, de emociones plenas o desencantos profundos.

Lo juegan con casi idéntica devoción e ilusión que en cualquier confín del planeta, sea este uno de los protagonistas del Mundial, la sede o un observador de lujo.

Aquí también se criticarán las alineaciones y se fustigará a los árbitros, crecerá la excitación con el correr de los minutos, se compararán jugadas con gestas pretéritas, se detendrá el tiempo durante los partidos de definición, se gritarán los goles y llorarán las derrotas, habrá aglomeraciones expectantes en bares atestados y multitudes celebrando en calles saturadas.

¿Respuesta popular al romántico anhelo de un fútbol cubano con lustres? ¿Reacción para llenar un vacío que no dura cuatro años, lo que demora en llegar el Mundial, sino una eternidad? ¿Válvula para escapar de la rutina? ¿Simple, genuina y total expresión de un delirio antiquísimo, antaño amodorrado y revivido de un tiempo a esta parte?
Cada uno por separados y todos a la vez, creo yo. Todos y más.

Seguro es que Brasil 2014 también sacudirá los cimientos de nuestra cotidianidad. Como en Sudáfrica 2010 o Alemania 2006. Como sucederá en Rusia 2018. Como siempre pasa aquí con lo fugaz, con lo que se codicia y llega, que, como lo fugitivo, al decir de Quevedo, permanece y dura.

Fuente: Por Rafael Arzuaga, Cuba Contemporanea

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