Querido Pánfilo, es mi deseo que al recibo de estas líneas se encuentre bien. Por favor, no se asuste por lo de “carta abierta”, mi intención anda lejos de la crítica, el ajuste de cuentas o la moda por este tipo de misivas. En realidad, me complace decirle que ha logrado usted el mejor programa humorístico de la televisión cubana en los últimos tiempos: “Vivir del cuento”, estimadísimo Epifanio, es hoy nuestro “cuento del vivir” cubano.
(Usted verá, no utilizo el correo postal por varias razones. Primero, está clarísimo que no tengo su dirección, pero aun teniéndola, temo que llegue demasiado tarde mi carta, o no llegue. También porque con mi nombre raro pueden pensar que dentro del sobre va… ya sabe.)
Como le iba diciendo, usted, amigo mío, nos ha salvado del chiste mediocre que parece haber contagiado a gran parte de nuestros humoristas, programas televisivos y, por desgracia, hasta a actores de reconocido prestigio. ¡Cuántos zapping, chancletas voladoras y huevos fritos ha presenciado la sala de mi casa! ¡Cuántas veces he apagado el televisor sintiendo eso, pena ajena! …rabietas estériles, ya sé.
Igual le confieso -y espero quede entre nosotros-, que es justamente ese el motivo real por el cual he dejado de asistir a las presentaciones de muchos humoristas en teatro y, vamos, que ni siquiera me pienso una noche de cabaret donde previamente se exhibe un show de aquellos (también porque son demasiados caros, por supuesto).
Qué triste la manera en que se burlan del público señalando la calva de uno, la cara fea del otro, el diente de oro, la risa chillona de alguna mujer. Siempre el mismo chiste de la jinetera, del extranjero, el nombrete aprovechándose cobardemente del chisme de turno. La homofobia y las palabrotas, y esa enfermiza confusión de lo grotesco con lo verdaderamente gracioso. Pero ese no es el tema de esta misiva, usted perdone la digresión.
Su programa “Vivir del cuento” es todo lo contrario, cómo decir, es ese programa inteligente que no solo nos representa haciéndonos reír, sino que nos reivindica como pueblo. Usted me recuerda mucho a mi padre, a quien cariñosamente llamamos en casa Armando Guerra, porque no ceja en reclamar derechos yéndole de frente a los errores. Fíjese si es así, que hasta lo resarcieron una vez por reclamar la discutible calidad de unas Galletas Pinocho.
Aquí aprovecho para mandarle saludos de él y de mi madre, Juana. Ninguno de los dos pierde un solo lunes su programa. “Pánfilo está apretando -dice a cada rato mi padre-, y tira durísimo”. “¡Corre, ya va a empezar!” -grita mi madre desde la sala para que yo deje de escribir y vaya a verlo. A usted sí voy a verlo con gusto, ya lo creo que sí. Aunque alcanzar butacas para el teatro es tan difícil como comprar papas. ¡Si yo le dijera el precio de las entradas por detrás del telón!
Sinceramente, usted ha logrado lo que pocos: atrapar mi risa y mi atención ante la “caja boba” (así bauticé, hace muchísimo tiempo, a mi Atec-Panda y su programación), con las más pintorescas escenas cotidianas donde la sátira y el “doble sentido” -históricamente látigo y bálsamo de nuestra idiosincrasia-, recuperan su valor crítico y social. Rescatando, por demás, nuestro respeto y confianza en su -entre otras- función catártica.
Porque, ¿qué es el humor en esta tierra si no el pasaje seguro, la elección unánime, nuestro modus vivendi? Mi viejo, ¡qué sería del cubano sin el efecto purificador de esa catarsis a la que contribuye su programa lunes tras lunes! No obstante, su trabajo es mucho más que eso, sin dudas es usted hoy -orgulloso debería sentirse- nuestro cronista más ingenioso y divertido. Tenga pues a bien recibir mi más sincero y humilde agradecimiento.
Se despide de usted, con respetuosa letra de molde
Dazra Novak