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Los Pinareños en el corazón del South West

verdulería los pinareños miamiPor Jorge de Armas • 5 de agosto, 2014

MIAMI.- Crecí robando mangos. Nada más anunciarse la primavera, me iba con los amigos del barrio a las presas donde estaban los mangales de la La Habana, saltábamos la cerca de púas y llenábamos jabas y jabas de mangos inmensos, cuyo olor delataba el delito en el viaje de regreso.

Recodaba aquellos años mientras caminaba hace unos días por el South West -o sagües, o sagüecera, da igual como lo digamos porque los cubanos sabemos de qué estamos hablando- y sentía ese olor a mango maduro.

Los Pinareños

Hace 45 años Angel y Guillermina, dos pinareños de Bahía Onda, compraron la esquina de la ocho y la 13 -el corazón del South West- y levantaron a golpe de sacrificio lo que hoy es la frutería más famosa de Miami. La llamaron “Los Pinareños”. Allí caminas entre cocos, mameyes, marañones y mangos, plátanos, guineos, malangas, calabazas y recuerdos, muchos recuerdos.

Ángel y Guillermina lucharon contra Batista, y también, desencantados, como muchos, partidarios de una tercera vía para Cuba que no fuera socialista, emigraron a los Estados Unidos durante los primeros años de la década del sesenta. Aquí nacieron sus hijos, y Pedro -el mayor de todos-, quien nunca ha estado en Cuba me dice con orgullo, “soy de Pinar del Río, de Bahía Honda, y las frutas que vendemos, son tan cubanas como yo”.

Pedro se emociona al hablar de una tierra que no ha visto pero que conoce como pocos. “Nosotros vendemos fruta cubana. A través de amigos y familiares recibimos las semillas que cultivamos. Esos mangos que ves ahí son cubanos, y ese mamey vino hace 40 años de la Finca La Toya…” y hace una pausa para hablarme en inglés, “please stop, I´m getting emotional”.

En este sitio todo recuerda a Cuba, desde el suelo de cemento hasta el patio donde un grupo de veteranos de la Brigada 2506 acude diariamente a conversar, a recordar cómo hubo un tiempo en el que controlaban todo lo que se movía en ese trozo de Miami.

Pedro me confiesa: “hemos traído hasta arena de Bahía Honda, y guayabita, esa misma de donde sale la bebida. Aquí no se da bien, pero nos las trajeron de Cuba y estoy viendo qué puedo hacer con ellas”. Mientras Pedro habla, Ángel abre un coco, me lo ofrece y se sienta a escuchar al hijo: “estamos haciendo un esfuerzo muy grande porque en Cuba todo es tierra, tiras la semilla y tienes la fruta. Este pueblo es piedra, aquí es muy difícil, y aún así mi papá sembró mameyes se le dieron.”

“Todo lo que ves, los quinqués, los posters, las tinajas, son recuerdos que vienen de Pinar, nunca dejamos de ser campesinos. En mi sangre hay casi doscientos años de experiencia, por eso con los ojos cerrados te digo qué fruta es buena y cuál hay que botar.”

Pero esa esquina es algo más. Ya una vez el Miami New Times afirmaba que allí podías disfrutar del mejor batido de la ciudad, uno de los mejores cafés, y la mejor conversación. En Los Pinareños se respira nostalgia, pero sobre todo cubanía. Hoy se extrañan los tamales de Guillermina, que anda enferma y su ausencia se nota en todo el local.

Pedro se hace un café, y me dice, “no hay una sola semana en la que no venga alguien a intentar comprarnos el lugar, y siempre lo miro y le pregunto, ¿tienes hijos, hermanos, nietos? Y cuando me responden que sí, les digo, si yo vendo esto, ¿dónde tu hijos van a comprar los mangos?”.

Mientras camino por los pasillos, paso junto a una caja de mangos bizcochuelos madurísimos y le cuento que de niño robaba mangos en La Habana, Pedro sonríe y asiente, y cuando Ángel se da la vuelta cojo uno y lo escondo en la mochila, Pedro se ríe y me da la mano.

Tomado de Progreso Semanal

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