Para Yankiel el mayor elogio del mundo es que alguien lo compare con José Dariel Abreu. Trata de imitarlo a la hora de cubrir la primera base, en la forma de batear, incluso en los gestos dentro y fuera del terreno, cual si fuera una cábala que lo conducirá al éxito.
Por ahora es solo un niño de doce años, entre tantos otros que integran los equipos de béisbol que compiten en la ciudad de Camagüey, pero algún día Yankiel sueña con llegar a las Grandes Ligas como “Pito” Abreu y –también como él– brillar desde su primera campaña.
Iguales objetivos jalonan los sueños de muchos de sus amiguitos, que tienen entre sus ídolos al propio Abreu, a Yoennis Céspedes o a Yasiel Puig.
Que así fuera, no tendría nada de especial. Y menos en un país donde la pelota forma parte de la identidad nacional. Lo peculiar en los tiempos que corren es que ninguno de esos jugadores se desempeña en Cuba.
Todos defienden camisetas en el béisbol profesional norteamericano, adonde llegaron luego de abandonar la Isla por las más diversas vías. De la mano de redes para el tráfico de personas, los peloteros cubanos siguen rutas que transitan por México o la República Dominicana, principalmente. Una vez allí, comienzan las negociaciones y pruebas con vistas a incorporarse a alguna de las franquicias que militan en la Gran Carpa, una aspiración que en los últimos años se ha convertido en el principal sueño de muchos de los beisbolistas criollos.
Los triunfos de los que lo consiguen son un incentivo notable para miles de niños y jóvenes que en Cuba practican la pelota de forma regular, atendidos por entrenadores del gubernamental Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), entidad que agrupa a los talentos más prometedores en sus centros de enseñanza deportiva.
Durante décadas, el destino lógico de esos jóvenes era “vestir las cuatro letras”, es decir, integrar los equipos nacionales. Eran los años en los que resultaba un reto conformar las nóminas del béisbol, o el voleibol y el boxeo, debido a la gran cantidad de nombres a tener en cuenta.
Ahora ya no es así, pues a las carencias materiales que afronta el deporte de la Isla se ha sumado la salida cada vez más numerosa de atletas que intentan probar fortuna en otras latitudes.
Los ejemplos más conocidos se enmarcan en el diamante, cuyas estrellas –solo en las Grandes Ligas– este año ganarán más de 92 millones de dólares, una cifra que resulta casi fantástica para la mentalidad de cualquier residente en el país. Sin embargo, el fenómeno se extiende a prácticamente todas las disciplinas que poseen algún vínculo con sistemas de comercialización profesional. Así, la nación antillana ha visto descender su voleibol hasta convertirse en una potencia de segunda línea o el atletismo ha sufrido pérdidas dramáticas que han puesto al borde de la extinción especialidades de tan exitosos resultados como las vallas.
Eso, por no mencionar al boxeo, que desde “el caso Rigondeaux”, en 2007, no ha logrado organizar una formación de calidad indiscutida.
“Es que no hay forma de compararlo”, asegura Alberto, un profesor deportivo que accedió a compartir su opinión bajo la condición de anonimato. “Estos muchachos (los atletas) ven que un boxeador, incluso si es campeón mundial, aquí pasa mil trabajos y allá no. Y lo mismo se puede decir de los peloteros o de la gente del voleibol. Incluso sin estar en ligas del primer nivel pueden ganar salarios con los que nosotros ni siquiera soñamos, darse una buena vida y ayudar a la familia que dejan atrás. Es duro, pero algunos te lo confiesan: ‘Profe, no puedo perder esa oportunidad’, y por mucho que tú les digas, más temprano que tarde, se van”.
Las nuevas regulaciones adoptadas por el Gobierno como parte de la “actualización del modelo económico” han incrementado aun más la importancia del dinero en la cosmovisión de los cubanos de la Isla. Artículos que hasta ahora resultaba casi imposible adquirir, como viviendas y automóviles, se compran y venden sin mayores contratiempos. Lo mismo sucede con el acceso a hoteles o los viajes al exterior, que durante mucho tiempo fueron una opción vedada para los nacionales de la Mayor de las Antillas.
Pero para todo lo anterior hace falta dinero. Y más en Cuba, donde el peso –la moneda oficial– posee un bajísimo poder adquisitivo. A esa realidad no escapan los definidos oficialmente como “atletas de alto rendimiento”.
Ni siquiera la nueva política para “la remuneración de atletas y especialistas del Deporte”, aprobada en septiembre de 2013 por el Consejo de Ministros, ha conseguido poner coto al creciente número de salidas que protagonizan practicantes de las más diversas disciplinas deportivas.
Los casos más recientes involucraron a los tenistas Randy Blanco y Ernesto Alfonso, al baloncestista Alexei Mestre, y a un grupo de seis peloteros que en junio pasado quedaron fuera de la preselección tras un intento fallido de abandonar la Isla.
Esos hechos son resultado de un cambio de paradigmas que se extiende cada vez con más fuerza a todos los ámbitos del país, y del que el deporte resulta solo la cara más visible. La gran interrogante radica en cuáles serán sus posibles derroteros en el futuro cercano pues, al menos para unos cuantos, el destino no parece conducir ya rumbo al Cuba.
PD: Al editarse este trabajo se conoció de otras fugas de deportistas cubanos. Es el caso de los gimnastas Ernesto Vila y Luis Alberto Oquendo Enríquez que abandonaron el equipo en Canadá y que según reportes de prensa ya entrenan en Miami.