Camilo Venegas Yero ( El Correo de Cuba) | El socialismo y el hombre en Cuba convirtieron al robo en un signo de identidad de la nación. Durante décadas, incluso los individuos más honestos se han visto forzados a robar o a delinquir para poder sobrevivir. Nadie, absolutamente nadie que haya vivido en la isla después de 1959, ha logrado enfrentar a la vida cotidiana sin sustraer algo o adquirir algo sustraído.
Hace unos años conocí a un ingeniero cubano que es consultor de los centrales azucareros dominicanos. Cuando le dije que era ‘cubano de Cuba’, no pudo contenerse y me hizo un comentario. “Yo sé que todos ustedes no son iguales, pero mis clientes de la Florida no quieren contratar a cubanos recién llegados de Cuba ni de camioneros. Es que se lo roban todo: el combustible, las baterías, los neumáticos…”.
Un cubano que vive en República Dominicana y es profesor de un reputado colegio privado, trabajó en un agromercado en La Habana durante sus últimos años en la isla (le pagaban mucho más que en un aula). Con una naturalidad pasmosa me confesó que le ‘tumbaba’ unas pocas onzas a todos sus clientes. “Si no, no podía vivir —fue su excusa—. Eran ellos o yo”.
Palabras como ‘resolver’ o ‘conseguir’ y cubanismos como ‘trapicheo’, ‘bisne’ o ‘tumbe’ al final tienen un mismo significado. Son eufemismos que le aligeran el peso al cargo de conciencia. Gracias a ellas los que son condenados por desfalco, robo o malversación al final no son vistos como delincuentes sino como alguien que tuvo mala suerte.
El propio Estado ha sido el peor ejemplo para sus ciudadanos. Con la excusa del embargo también ha hecho todo tipo de artimañas, casi todas ilegales, para tratar de conseguir los recursos que su ineficiente economía no produce. Si el régimen tiene una justificación, los ciudadanos tienen miles.
Ya sabemos todas las generaciones que tuvieron que crecer en Cuba para que el robo se convirtiera en un signo de identidad. ¿Cuántas tendrán que nacer para que deje de serlo?
Camilo Venegas Yero (Paradero de Camarones, Cuba, 1967) es escritor y comunicador. Estudió teatro en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, en La Habana. En Cuba, fue editor de las revistas El Caimán Barbudo y La Gaceta de Cuba. Luego dirigió el Fondo Editorial Casa, de Casa de las Américas.
Desde el año 2000 reside en Santo Domingo, República Dominicana, donde ha sido editor y colaborador de periódicos y revistas (El Caribe, Pasiones, Hoy, Diario Libre, Estilos y Listín Diario). Además, ha laborado en compañías y agencias internacionales como consultor en comunicaciones estratégicas.
En 2002, uno de los números de Pasiones, la revista cultural de la cual era editor en el diario El Caribe, recibió el Award of Excellence que otorga la Society for News Design, de Estados Unidos. Como editor, ha coordinado la publicación de anuarios y volúmenes conmemorativos de importantes instituciones y corporaciones.
Entre sus libros publicados se encuentran Las canciones se olvidan (1992), Los trenes no vuelven (1994), Itinerario (2003), Irlanda está después del puente (premio Internacional Casa de Teatro 2004), Afuera (2007) y ¿Por qué decimos adiós cuando pasan los trenes? (2012).
Su libro La vuelta a Cuba (2013), sobre el viaje de regreso a su país después de 10 años, se encuentra en preparación por Capital Books.
El robo, un signo de identidad de la nación cubana fue publicado originamelte en su blog.