Un extenso reportaje del diario Juventud Rebelde ( Alas trágicas para volar (I), del pasado domingo 28 de junio) aborda el controvertido tema del consumo de drogas entre los adolescentes y jóvenes cubanos.
Poniendo a un lado el hecho de que la presencia y alarmante expansión de dicho flagelo en la población de la Isla ha sido anteriormente revelado en numerosas ocasiones por la prensa independiente y medios extranjeros –acusados en su momento de falsear la realidad con la deliberada intención de manchar la imagen de la Cuba “revolucionaria”– no deja de ser encomiable que la prensa oficial finalmente haya reconocido la existencia de ese mal en la supuestamente modélica sociedad cubana.
El texto en cuestión señala también otras pecas no menos graves, como son el aumento del alcoholismo desde edades muy tempranas y el creciente comercio ilícito de psicofármacos y otros medicamentos controlados por el Ministerio de Salud Pública. Una cadena de corrupción que en muchos casos se inicia desde el robo en las propias fábricas que producen las tabletas e incluye en su saga la sustracción en almacenes, la venta a sobreprecio en las farmacias y hasta las consultas médicas en las que algunos galenos inescrupulosos extienden las recetas, ya sea por falta de ética profesional o porque reciben sobornos de estos pacientes.
Una psicóloga del Centro Comunitario de Salud Mental del municipio capitalino Plaza de la Revolución declara que entre los consumidores de medicamentos psicoactivos combinados con bebidas alcohólicas, la edad mínima promedio es de 12 años, un dato que revela la magnitud y calado del problema.Ni tan alegres ni tan profundosAntaño, el discurso oficial acuñó una frase guevariana para definir a la juventud cubana: “Alegre, pero profunda”.
Sin embargo, el artículo de JR asegura que en el sondeo realizado en una muestra de 40 jóvenes de entre 14 y 19 años, residentes en la capital y en otras cuatro regiones de la Isla, se evidenció que, a pesar de que estos reconocen los riesgos del consumo de estupefacientes para su salud, “la mayoría” lo asocia a la diversión, y los consume en discotecas, parques, ambientes festivos e, incluso, utilizan las “pastillas” en las escuelas o en sus casas. Tales son modos de encontrar alegría para los hijos fallidos del “hombre nuevo”.Más de medio siglo de adoctrinamiento para purificar cuatro generaciones de revolucionarios no han sido suficientes y los jóvenes cubanos han acabado sucumbiendo a esa otra nociva influencia de la sociedad de consumo: las drogas.
Cabe preguntarnos cuántos de esos que marchan cada año hacia la Fragua Martiana portando antorchas o que se integran en los batallones juveniles de los Comités de Defensa de la Revolución serán destinados a combatir y erradicar ese nuevo enemigo que nos ataca desde dentro, el consumo de drogas.
En todo caso, ya sabemos cuán útiles pueden ser las juventudes más puras para librar esas batallas de la revolución, tal como quedó demostrado cuando en la década pasada un ejército de trabajadores sociales se volcó en la tarea urgente de aniquilar de cuajo la corrupción. Todavía podemos recordar la frescura de sus rostros en las gasolineras, traficando alegremente con los hidrocarburos de su amado mentor, Fidel Castro.
Sin causas y sin soluciones
El texto de JR muestra apenas la punta del iceberg, a juzgar una especialista en medicina legal, quien asegura que “el consumo (de alcohol) mezclado con medicamentos es una práctica de grupo bastante frecuente en los últimos tiempos”, que resulta difícil de cuantificar por cuanto “muchas veces se diagnostica la ingestión de alcohol pero es muy difícil saber si viene asociado a algún psicofármaco”, debido a la falta de control y de los exámenes clínicos correspondientes.
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