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Relaciones EEUU-Cuba: el embargo no es el problema

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El uso de sanciones económicas como herramienta de política exterior no es nuevo. En el 431 A.C., Pericles expulsó del mercado y puertos atenienses a los megarianos, ayudando a incitar las guerras del Peloponeso. Hoy, las sanciones económicas están en el centro de las negociaciones con Irán y Cuba. Además, muchos malinterpretan su utilización e impacto, tanto en las naciones que sancionan como en las sancionadas. Veamos el caso de Cuba.

Las sanciones económicas de EE.UU. contra Cuba fueron promulgadas por primera vez en 1961, cuando el Presidente John F. Kennedy aprobó una Orden Ejecutiva en respuesta a la expropiación sin compensación de propiedades americanas por el Gobierno cubano. Casi seis décadas después, el asunto sigue pendiente y ese tópico domina la retórica alrededor de las relaciones EE.UU.-Cuba. El Gobierno cubano y sus simpatizantes utilizan la falacia del término “bloqueo” para atribuir determinada perversión a esa política y culparla por los fracasos económicos del régimen.

Otros arguyen, válidamente, que el embargo ha fracasado en cambiar el rumbo o la naturaleza del Gobierno cubano. Cierto, pero también es necesario señalar que la alternativa política de vínculos con ese Gobierno cubano, seguida por la comunidad internacional, también ha fallado en cambiar la naturaleza de ese régimen.

Actualmente, más de 190 naciones se involucran económica y políticamente con Cuba, mientras Estados Unidos permanece solitario manteniendo sanciones económicas. Si el embargo se considera un fracaso en lo referente a cambiar la naturaleza del Gobierno cubano, hay 190 casos de fracaso de la alternativa política de compromiso. Por preponderancia de la evidencia (190 a 1) está claro que los vínculos con el régimen también han resultado un lúgubre fracaso.

En 1961, el presidente Kennedy envió un mensaje razonable a la comunidad internacional: los Gobiernos que decidieran expropiar propiedades de ciudadanos de EE.UU. debían compensarlos. Los que decidieran simplemente robar propiedades americanas, deberían esperar represalias del Gobierno de EE.UU. Ese mensaje mantiene validez hoy como expresión del deber de un Gobierno de proteger los derechos de propiedad de sus ciudadanos en países donde el Estado de Derecho no predomina.

Siguiendo el consejo del propagandista nazi, Joseph Goebbels, de que “si dices una mentira suficientemente grande y te mantienes repitiéndola, el pueblo finalmente llegará a creerla”, el régimen cubano ha promovido incesantemente la falacia de que el embargo de EE.UU. es responsable del pésimo estado de la economía cubana.

Pero no es el embargo el que ha pauperizado al pueblo cubano. El colapso de la economía cubana puede rastrearse claramente hasta su economía colectivista y la abolición de los derechos de propiedad. Ese experimento colectivista resultó en una sociedad injusta, económicamente quebrada, caracterizada por un enorme sistema represivo y un Gobierno con ilimitado poder sobre sus ciudadanos.

¿Qué tiene que ver el embargo con que el Gobierno cubano permita libertades económicas y políticas en Cuba? Permitir libertades económicas y políticas en Cuba es potestad absoluta del Gobierno cubano. De ninguna manera lo impide la política de EE.UU. Las pésimas condiciones sociopolíticas y económicas cubanas son resultado directo de las políticas fracasadas del Gobierno cubano, no de supuestas políticas fallidas del gobierno de EE.UU.

Ningún esfuerzo diplomático que busca concesiones de un oponente puede triunfar si una de las partes decide entregar incondicionalmente todas sus fichas de negociación, como está haciendo la administración del presidente Obama. El abandono de las posiciones negociadoras propias no es base lógica para un compromiso constructivo. Insistir en concesiones legítimas, como el respeto a los derechos humanos, no es una debilidad moral o práctica.

El buque insignia de la política EE.UU.-Cuba debería ser el honorable esfuerzo —por baldío que resulte— de promover libertades civiles y derechos políticos en Cuba. Que no podamos influir efectivamente en ese proceso no significa que debamos abandonar unilateralmente posiciones concebidas para inducir conductas democráticas. El compromiso diplomático con adversarios raramente triunfa apelando únicamente a los principios más elevados de ese adversario.

En negociaciones, cuando se recibe una concesión incondicional, el receptor la toma y avanza a la siguiente demanda. Eso es precisamente lo que ha hecho el gobierno de Castro, y la administración Obama parece acatar. EE.UU. se sienta ahora con las manos vacías en la mesa de negociaciones, y seguramente también se levantará con las manos vacías.

Publicado enPanAm Post

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