La familia de donde provengo, ramificada, diversa, como toda familia cubana que tenga más de seis o siete generaciones de naufragio caribeño, ha visto llevar su apellido a un general del Ejército Libertador, a un gobernador de provincias, a un firmante de la Constitución del 40, y a unos primos cuatreros que -de dar crédito a lo que dicen- han hurtado y sacrificado tantas vacas como habitantes había en cierto pueblo perdido entre vegas de tabaco; allí, cada tarde se sentaba en los portales de una casa señorial el ultimo vástago de -si también he de creerle- el ex dueño de media provincia: un anciano cuidadosamente afeitado, en guayabera de hilo, pantalón de lino, sombrero alón, chancletas y un apestoso tabaco liado a mano, un viejecillo con voz meliflua que nunca me llamaba por mi nombre, sino por “Verraco”.
Hubo también por ahí guajiros obtusos, paupérrimos de nacimiento a muerte, hipnotizados por el humo grasiento de las chismosas de queroseno, y que nunca supieron que había más allá del mojón que marcaba el final de su poblado; otros, astutos, emprendedores, trabajadores como bestias, las articulaciones quebrantadas por el peso de las sacas de arroz, se enriquecieron y prosperaron, sembrando, cosechando y vendiendo el grano, regado con el agua turbia del Rio Hondo.
“Compañeros son los bueyes…”, me repetía un tío, una y otra vez, escupiendo saliva fangosa, mientras me escudriñaba con astutos ojillos azules; “El atentado de Boston es cosa de la CIA y los rusos para desestabilizar el Cáucaso…”, me comentó un pariente a raíz de las bombas que hicieron detonar los hermanos Tzarnaev, y lo dijo convencido de lo que decía; “¿Viste al Presidente (Raúl Castro)? Se puso el uniforme para responderle a Obama…”, me dijo emocionado otro portador de mi apellido, ex MININT, unos días después del 17D.
También tuve una tía abuela, “la mujer más hermosa de la familia”, que fue monja, y un primo maricón, ingeniero genial. Tengo además tres hijos maravillosos, uno de ellos ya profesora en una universidad, y unas primas que se dice fueron tremendas putas.
De todos ellos, ancestros y contemporáneos, protagonistas y víctimas, me acordaba hoy al leer que Obama anunciaba la apertura de las embajadas en La Habana y Washington, y el restablecimiento con ello de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos de América y Cuba.
Puedo seguir escribiendo sobre este tema; pudiera quizás elaborar todo un análisis de esa situación, e intentar demostrar que, en realidad, tanto el 17D, como esta su consecuencia, ambas cosas son una porquería. Puede incluso que tuviera razón, y que hasta alguien coincidiera conmigo. Pero no voy a escribir nada de eso.
Solo quiero apuntar que mis amigos, y mi padre, y mis hermanos, mi familia, esos portadores de mi apellido, me dicen que todo sigue igual; que la gente no gana el dinero que necesita, que el país se derrumba, que apesta, que sigue sin haber prensa ni libertad de expresión o de asamblea, que sigue el miedo, que el discurso antinorteamericano continua siendo parte de retórica oficialista. “Que nadie se llame a engaño”, me dicen, “nada ha cambiado, porque la croqueta no es cambio”. Y yo, por supuesto, les creo.
Por eso no escuché hoy a Obama, anunciando el estreno de su nueva amistad, porque simplemente no me resultó interesante. Y no es interesante porque mi familia no va a vivir mejor porque haya embajadas.
Alec Heny ©
Publicado en el Blog HeNY