LA HABANA, Cuba. -Antes de la llegada del régimen castrista, en Cuba solo había una planta de leche en polvo, que era propiedad de la transnacional Nestlé, en la ciudad de Bayamo.
Por entonces en Cuba no había racionamiento de ningún tipo y un litro de leche valía solo 20 centavos. Después de 1959, la leche se distribuyó de forma normada. La leche en polvo se importaba del campo socialista y la URSS y así lograron mantener este alimento casi a salvo de la escasez endémica del socialismo.
En 1972, a propuesta de los interventores soviéticos que para desagrado de Fidel Castro dirigían la economía cubana, se comenzó a intercambiar con la entonces República Democrática Alemana, una miel residual llamada torula, como alimento para las vacas germanas, por leche en polvo
El trato no era rentable para los germanos, pero como estaba convenido a través del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y los soviéticos, tuvo que cumplirse.
Como solución a esta sangría, los alemanes propusieron la construcción de una planta de leche en polvo en Camagüey. Se comenzó en 1988 y se esperaba que estuviera terminada para 1992 y fuera puesta en marcha en 1993, pero cuando el socialismo real se derrumbó en Europa Oriental, este proyecto de la planta de leche en polvo, como todos los demás proyectos, se fue por el inodoro: la no terminada planta de leche de Camagüey, al igual que la también inconclusa central nuclear de Cienfuegos, se convirtió en otra ruina más del castrismo.
A partir de 1992 y hasta hoy, gracias a un buen negocio logrado por el vicepresidente del Consejo de Ministros Ricardo Cabrisas, se comenzó a importar leche en polvo de dudosa calidad, pagadera en créditos a 20 años vista, de Nueva Zelandia. Aun así, el régimen vendió -y sigue vendiendo- a la población leche en polvo de buena calidad, importada de otros países, solo que en divisas y cara.
Teniendo en cuenta los 14,000 kilómetros de distancia entre Cuba y Nueva Zelandia y que para recorrer esa distancia había que utilizar los barcos vietnamitas que traían a la isla el arroz con el que se alimentan los cubanos, tuvieron que buscar una solución.
Al revisar negocios viejos, el régimen creyó haber encontrado en la planta de leche algo que por su aparente facilidad de terminar era el golpe publicitario necesario para cambiar su imagen de ineficiencia. De inmediato recuperaron ese proyecto, que de funcionar algún día, al menos proveería la leche necesaria para los niños cubanos que todavía no la tienen. Y lo más importante para el régimen: ahorraría algunos millones de dólares de los que hoy se gastan en la compra de este producto en el exterior.
En los siete años y medio que ha durado su reconstrucción, este proyecto ha tenido cinco inversionistas extranjeros, ocho administradores nacionales, se han gastado cerca de 10 millones de dólares y el doble de esa cantidad en moneda nacional. Así las cosas, la leche sigue ausente de todos los hogares cubanos y los niños dejan de tomarla por orden del régimen en cuanto cumplen los 7 años de vida.
Esto obliga a formular algunas preguntas al respecto.
¿Cuándo producirá a plena capacidad la planta de Camagüey, para que la leche se pueda comprar libremente en Cuba?
¿No son 27 años demasiado tiempo para terminar una planta que se podría terminar en tres años en cualquier parte del mundo?
¿Por qué si hay equipos nuevos, que son son chinos, al igual que los inversionistas, el diario Granma relataba recientemente que “se seguían encontrando dificultades tocantes a la inversión y al completamiento de los equipos necesarios para su terminación”?
¿Por qué ahora, además de la sequía, se culpa al transporte de la falta de leche?
¿No habrá sucedido en la planta de Camagüey la misma malversación que hubo en el acueducto de Santiago de Cuba?
Hace 8 años, Raúl Castro prometió un vaso de leche para cada cubano. Ya es tiempo de que cumpla su palabra.