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La eternidad de una madre.

La eternidad de una madre.
La eternidad de una madre.
La eternidad de una madre.
La eternidad de una madre.

En ocasiones, una canción, una palabra o una foto bastan para desatar recuerdos. Sin esperarlos, sin pensar en convocarlos, se aparecen, nos revuelven la memoria. Los recuerdos son como la máquina del tiempo, pero con poder y voluntad propia, nos sacuden y estremecen a su antojo. Tal vez por eso acumular recuerdos buenos es saludable, para el cuerpo y el alma.

Hace unos días una amiga, prácticamente una hermana de crianza, que exilios y distancias nos mantuvieron separados físicamente durante años, me envió una foto de mi mamá tomada hace más de 30 años. He pasado horas mirando la foto. No fue que los recuerdos se revolvieron, fue un huracán de memorias golpeándome con toda la fuerza que da el tiempo y la vida.

No soy de los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, siempre apuesto por el futuro; lo mejor aún está por llegar y lo espero con la certeza y la fe que no teme a años, ni a destierros. Recordar es bueno, sin el pasado, sin su experiencia, no seriamos los de hoy, no existiría el mañana. Ese mañana que siempre será bienvenido y que todos esperamos, seguros y confiados.

El encanto o la magia de esta foto, no fue solo recordar ese tiempo en que exilios, lejanías y despedidas eran solo palabras. Ese tiempo en que partir o regresar eran verbos que no dolían. Años en que las ausencias duraban horas y los besos se daban uno sobre otro, abundantes y esplendidos, necesarios y puntuales. Esa época en que teníamos un racimo de sueños en el pecho pujando por salírsenos y hacerse realidad. Si no éramos dueños del mundo, al menos nos lo creíamos. La magia de esa foto fue hacerme meditar, repasar cariños y desvelos.

Miraba y miro la foto y recuerdo que en esa época, mami me parecía eterna, invencible, ilimitada. Cuando nuestras madres son jóvenes, pensamos que siempre las vamos a tener. Que siempre tendremos sus manos para curar heridas y tristezas, para levantarnos y sostenernos. Tengo la enorme suerte de tenerla aún, a pesar del paso y el peso del tiempo y la distancia. La dicha enorme de poder escuchar su voz que no ha perdido su magia, ni su dulzura; esa voz que en momentos de angustias y desesperos me ha parecido escuchar y ha contenido lágrimas y penas a su influjo. De estrecharla en mis brazos y sentarla en mis piernas, aunque solo sean 15 días al año.

Ahora a diferencia del momento de la foto, sé que las madres no son eternas, al menos físicamente. Cada año que la tengo, doy gracias a Dios por el regalo de su vida. Disfruto su risa, su voz, sus “te quiero mucho”, sus besos y caricias, como el niño que sabe que le quedan pocos caramelos o chocolates en la bolsa y los saborea lentamente, de a poquito. Me detengo en cada manifestación de mutuo amor, me deleito en ella. Es mi modo de hacer eterna a mi madre, de guardarla, por siempre, para mí.

El amor hace milagros y cada minuto junto a ella, cada una de sus palabras en el teléfono, adquieren matices especiales. La disfruto sin tristezas, ni temores. Sé que su longevidad no es casual, es el premio a una vida de esfuerzos, lágrimas y dedicación. Como si Dios, en extremo acto de bondad, le diera una palmada en el hombro y le dijera.
– Descanse vieja, sea feliz, déjese querer, es hora de recibir. Ya hizo bastante, disfrute estos años, se lo merece. Toma, un poco del cielo en la tierra, para ti.
Y ella, que nunca supo decir que no, obedece y se regocija en el amor de hijos y amigos, se deja querer y quiere, se hace eterna en el amor.

La eternidad de una madre, va más allá de su presencia física, se sustenta y alienta en su amor.
Aquí en mi corazón, que no entiende de tiempos, ni finales, vive y vivirá siempre, eternamente joven y vital, eternamente mía. Con toda su fuerza y coraje, alentando y guiando, amando y aconsejando, segura que en su amor, radica el secreto de ¡La eternidad de una madre!

Written by José Iturriaga

Nací y crecí en La Habana, la mayoría de mis escritos, giran, de un modo u otro, en torno a esta, mi ciudad. En el año 2000, emigré, esa fecha, marca un antes y un después en mi. Después de pensar un nombre a mi blog, me decidí por este, HABANERO2000.

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