La Sequía

Sep 3, 2015
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Sequía_cubaTomado de El Toque

Las Tunas. Terraplén adentro, más allá de la línea del Carahata (invento bastardo de los ómnibus Girón y los trenes de monovagón, ahijado de la escasez), en una zona que cualquiera que venga de lejos imaginaría desierta; ahí comienzan a aparecer los bohíos y los sombreros de yarey. La polvareda sobreviene cuando pasa un toro al galope, con el hocico completamente reseco, y se pierde entre los matorrales de hojas amarillentas en busca de agua. No es el único.

Adrián, profesor de educación física en la escuela del pueblo y hombre de campo el resto del tiempo, también comienza a preocuparse. Vive en la comunidad Vedado 6 y tiene su propio pozo en el patio de la casa. “De diez metros que tiene, solo hay dos llenos. Cada vez hay que darle más cordel al cubo”, cuenta, consciente de la sequía intensa que fustiga al país y cuya extensión ya ha pronosticado el Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil.

Su casa se ubica a unos kilómetros de la presa Juan Sáez, la de mayor capacidad en la provincia, con más de 120 millones de metros cúbicos. Allí, donde desde mediados de los años 80 está la presa hubo una vez un pueblo. “Fue un alivio, porque aunque la gente se tuvo que mudar, se detuvieron las inundaciones que ocurrían en las comunidades más bajas”, dice Adrián. Pero hoy hablar de inundaciones aquí es una broma de mal gusto.

Donde antes los pobladores del lugar hicieron pesca submarina de viandas, cuando la presa comenzó a crecer encima de los sembrados de frutas y boniatos, ahora crecen arbustos espinosos sobre los cadáveres de miles de pequeños caracoles. No hay nada más triste que una grieta en zonas que alguna vez fueron fértiles.el toque sequia

Esto recién comienza…

Acumular agua es una forma de ganarle tiempo a la naturaleza. Todos en Vedado 6 saben eso, porque sin agua no hay comida, sencillamente. De la misma manera en que el movimiento del pueblo se regula por las entradas y salidas del único transporte estatal que llega allí, la calidad de vida y la prosperidad está marcada por la disponibilidad de agua.

En una visita a la presa, Adrián explica que ya han desaparecido los islotes donde algunos solían pescar biajacas o tilapias, el segundo plato fuerte después de la carne de cerdo. Caminamos por encima de los agujeros que servían de nido a los peces, y Adrián señala la boca de un antiguo pozo y las raíces de algunos árboles que habían quedado sumergidos y ahora volvieron otra vez a la superficie. De los 242 embalses que administra el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos en el país, más de la mitad acumulan alrededor del 30 por ciento de su capacidad. La Presa Juan Sáez es solo uno de ellos.

Al regreso, un niño pasa veloz en una carreta tirada por un caballo joven. El sonido de las tanquetas metálicas que lleva consigo indica que están vacías. “Va a buscar agua”, dice Adrián. “Como los pozos están secos, viene un tractor con un tanque lleno y lo vierte en la cisterna de la punta de la loma, y eso quizás alcanza para tomar, pero no para vivir aquí, porque no solo los hombres sino también los animales y los sembrados necesitan agua, de lo contrario no hay producción de nada”.

Una vez en la casa, agarra una manguera y se pone a limpiar el nuevo corral que ha construido para los cerdos. “Sabes que hay un problema cuando comienzas a acaparar agua para bañarte o cocinar. Nosotros todavía no estamos ahí, pero algunos de los vecinos sí. —y agrega— Si no limpiamos los corrales, ¿cómo crees que los animales van a estar sanos?”

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Ya Cuba había sido afectada por una intensa y extensa sequía en 2004. Según explica la Dra. Cecilia M. Fonseca Rivera, del Centro del Clima del Instituto de Meteorología, esa fue reportada como la más fuerte y dañina para el país en los últimos cien años… Hace solo unos días, en la emisión estelar del Noticiero de la Televisión Cubana, se alertó sobre la posibilidad de que la actual reseca termine siendo peor que aquella.

Adrián sabe esto aunque nadie se lo haya explicado, porque está en la primera fila de los daños. Mientras unos científicos de la Universidad de Kansas desarrollan plantas de trigo resistentes a la sequía, él insiste en que la primera medida es el ahorro consciente e individual.

“La naturaleza responde según como se la trate”, me dice. Así que, lo provoco, la debemos estar tratando muy mal. “Así es”, riposta con sequedad. “Así es”, repito. Tomo el camino de regreso y se levanta otra vez la polvareda. Pero esta vez no hay toro por los alrededores. ¿Será que ha muerto?

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