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Un Cardenal misericordioso

El cardenal Jaime Ortega (foto tomada de Internet)

LA HABANA, Cuba – La noche del martes 1ro de septiembre de 2015 se vistió de lujo en el canal Cubavisión, de la televisión cubana, cuando el programa que conduce Amaury Pérez (Con dos que se quieran 2) contó, ni más ni menos, con la presencia del Cardenal Jaime Ortega Alamino. Nunca antes el anfitrión de aquel set tuvo huésped más egregio.

No es para menos. Apenas restan días para la llegada a Cuba del papa Francisco, el tercero que visita la Isla en solo 17 años, un extraño privilegio para tratarse de un pueblo más supersticioso que religioso, y en el que –a despecho de las estadísticas de Roma– los católicos practicantes constituyen en realidad un exiguo porcentaje de la población cubana.

En todo caso, habrá que reconocerle esta vez a Amaury Pérez el mérito de la oportunidad, así como la habilidad de sortear obstáculos al abordar temas “incómodos” que nunca son tratados por los medios oficiales, como es el de los prisioneros políticos, o el de las controvertidas relaciones entre la Iglesia católica cubana y el Estado.

A pesar de la evidente complacencia del entrevistador, es la primera vez que en las respuestas de un entrevistado se mencionan en la televisión los presos de la Primavera Negra, las Damas de Blanco y las marchas de éstas tras la misa de la iglesia de Santa Rita, aunque Monseñor Ortega se las ingenió para utilizar frases eufemísticas que disfrazasen los términos y evitar posibles complicaciones. Así, él hizo referencia –siempre en tiempo pasado– a “ciertas mujeres que vestían de blanco y hacían una caminata a la salida de la iglesia, las cuales le pidieron interceder ante las autoridades para lograr la liberación de sus familiares y su salida al extranjero”. Lo cual pareció razonable a Monseñor toda vez que es preferible la distancia que interpone el mar que la que establecen los barrotes de una cárcel, así que decidió mediar por la liberación de aquellos prisioneros, cuyo número (75) quedó englobado y difuminado en los 136 que fueron liberados con motivo de la visita del papa Benedicto XVI.

El Cardenal aseguró que en ningún caso los prisioneros fueron obligados a abandonar el país, lo cual, en rigor, es cierto. Sin embargo, olvidó mencionar que sí fueron conminados a ello y que los que se negaron a salir del país fueron los últimos en salir de las cárceles y no se les permite viajar de visita al extranjero.

En cuanto a los que criticaron su declaración acerca de que en Cuba “no había prisioneros políticos”, las evasivas del cardenal se tornan imposibles de transcribir. Baste resumir una frase maestra, porque Monseñor “no quería ponerles adjetivo”, pero señaló que “también los lobos forman parte del rebaño”, y él es un pastor. Tal es su cruz.

La entrevista fue ocasión para comprobar la sinuosidad y astucia de su eminencia Ortega para evadir las respuestas directas. En especial cuando se refirió de manera satisfactoria a las relaciones que mantienen la Iglesia y el Estado cubanos. En efecto, es innegable que en la actualidad ambas instituciones viven sus mejores tiempos de romance desde 1959.

No obstante, Monseñor pasó por alto la persecución de que fueron objeto tanto la Iglesia como institución, como sus creyentes, desde la llegada al poder por los revolucionarios hasta los inicios de la década de los 90’, cuando se aceptó incluso la entrada de religiosos al partido comunista. No mencionó el hostigamiento a los practicantes que asistían a culto, la prohibición de la fe cristiana a los dirigentes, a los educadores, periodistas y otros profesionales vinculados a las esferas del pensamiento y de la formación de niños y jóvenes, y las sanciones aplicadas sobre quienes eran sorprendidos cuando asistían a hurtadillas a catecismos, misas o bautizos.

El propio Cardenal sufrió en carne propia los rigores del acoso, cuando estuvo confinado en los campos de trabajo forzado de las UMAP, de manera que si no se trata de un grave caso de amnesia, el Cardenal Ortega nos ofreció en este programa de TV un admirable ejemplo de esa virtud cristiana conocida como misericordia, máxime cuando todavía se encuentra al frente del Estado el mismo gobierno, que no ha mostrado arrepentimiento alguno ni ha solicitado indulgencia de la Iglesia ni de sus feligreses tan duramente castigados.

Es una pena que los cristianos fusilados en fortaleza de La Cabaña por aquel extranjero rabiosamente ateo, Ernesto Guevara, no hayan tenido la misma oportunidad de practicar el perdón.

Hacia el final de la entrevista, el Cardenal aseguró: “Creo que (con la visita de Francisco) hay un ambiente popular como no lo ha habido con las visitas de los dos Papas anteriores”. Y atribuye este supuesto entusiasmo a tres factores fundamentales de la figura de Francisco: la condición de ser latinoamericano, de hablar nuestro mismo idioma y de haber sido el mediador de las conversaciones entre los gobiernos de Cuba y EE UU, que desembocaron en el restablecimiento de las relaciones tras medio siglo de confrontaciones.

A propósito de este último proceso, Ortega declaró que el silencio en torno a las negociaciones previas al 17 de diciembre fue “lo que hizo posible” el éxito. He aquí algo que sí tienen en común la Iglesia católica y la revolución de los Castro: el gusto por las conspiraciones.

Por demás, ignoro en qué barrios populares su Eminencia habrá percibido tal entusiasmo, pero con toda seguridad no fue por los de Centro Habana. Lo cierto es que ninguna de las visitas pastorales del Vaticano ha despertado tantas expectativas entre los cubanos como la de Juan Pablo II. Y las razones fueron muy diferentes: Józef Wojtyła marcó un hito porque fue la primera visita de la máxima autoridad católica a Cuba en momentos en que los cubanos esperaban una apertura hacia la democracia. Wojtyła había sido una figura clave en el proceso de transición polaco, lo que abría una luz de esperanzas en las aspiraciones de cambios de los cubanos.

Diecisiete años en nada superan el sentimiento de frustración y abulia de los cubanos, pero gracias al romance Iglesia-Castro, el Papa arribará próximamente a “la misma Cuba en una etapa nueva de su historia”, en “un proceso que se inició desde la visita de Juan Pablo II (1998) cuando pidió que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”. Diríase que la Iglesia católica es el artífice de las transformaciones que conducirán a Cuba por un sendero más venturoso, siempre de las manos de Dios y del General-Presidente, Cardenal mediante.

El cierre del programa fue tierno. No se veía nada tan conmovedor en las pantallas de TV desde los años 80’, cuando la telenovela mexicana Gotita de gente hacía moquear de emoción hasta los corazones más duros: Amaury Pérez, auto declarado “católico ferviente”, con su humilde cabeza inclinada, besando devotamente la mano del insigne pastor, que sonreía magnánimo sobre la cabeza del cordero. Todo un espectáculo que preludia los que viviremos durante la ya cercana visita vaticana: una amalgama de sotanas y uniformes militares, de incienso y de garrote, de prédica de amor, y de represión a los disidentes… que ya ha comenzado en lugares como la Catedral de Pinar del Río, donde opositores del partido republicano han sido desalojados por efectivos de fuerzas especiales del MININT. Pero todo con mucha misericordia. Porque al final Francisco rociará de bendiciones por igual al rebaño, a los lobos y a los falsos profetas de verde olivo. Qué más podríamos desear.

Written by CubaNet

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