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Ortega Alamino, cardenal cubano entre la cobardía y la complicidad

El cardenal Jaime Ortega y Alamino (izq.) y el presentador de televisión Amaury Peréz Vidal (derecha).
El cardenal Jaime Ortega y Alamino (izq.) y el presentador de televisión Amaury Peréz Vidal (derecha).
El cardenal Jaime Ortega y Alamino (izq.) y el presentador de televisión Amaury Peréz Vidal (derecha).
El cardenal Jaime Ortega y Alamino (izq.) y el presentador de televisión Amaury Peréz Vidal (derecha).

Que nadie lo olvide: su nombre es Jaime Lucas Ortega Alamino. Pero firma como Jaime Lucas Ortega y Alamino, con esa y de alcurnia aristocrática, de los dioses blancos impuestos a nuestro pueblo mulato.

Nadie deje de felicitarlo: el mes próximo cumplirá sus 79 años. Es ya casi un octogenario, como la mayoría de la élite económico-militar en Cuba; esa gerontocracia despótica que permanece pegada como una lapa al poder.

Tan pronto como Ortega Alamino se hizo cura en Cuba, sufrió prisión en aquellos campos de concentración para trabajos forzados llamados UMAP: las Unidades Militares de Apoyo a la Producción. La religión era entonces una debilidad del carácter que se castigaba y corregía mediante la violencia colectivista.

“El trabajo los hará hombres”, repetía Fidel, como un plagio del “trabajo los hará libres” del campo de cadáveres de Auschwitz. También era una “blandenguería” la melomanía rockera. Como una “desviación ideológica” era la moda capitalista. Y como, por supuesto, una desviación biológica era la homosexualidad. De manera que el recién estrenado padre Jaime Lucas fue sentenciado sin cargos por ser uno esos “enfermitos” y “seres extravagantes”, como los lapidara en un discurso el propio doctor en Leyes Fidel Castro Ruz.

Pero el tiempo de Dios es perfecto. Y perverso.

Ahora, y desde 1994, Ortega y Alamino es el cardenal católico cubano, aunque para muchos se ha convertido sólo en otro ministro “castrólico” de la dictadura. Y aún peor: es vox populi en la isla que nuestro purpurado no fue tanto una creación del Vaticano, como una nominación del régimen castrista, por tratarse de un ciudadano controlable por la policía política del Ministerio del Interior. En efecto, de la Plaza de la Revolución viene lo que a la Plaza de la Revolución va. Y Roma que rumie sus resabios.

Pocos obispos latinoamericanos han estado más de espaldas a la realidad latinoamericana que nuestro prelado. Pocos han consagrado más los vínculos entre la Iglesia católica y el Estado (en particular, entre una Iglesia todavía hoy sin espacio público en Cuba y el Estado totalitario que la secuestró a perpetuidad).

El legado de Ortega Alamino, amén de hostigar la labor de los laicos católicos en Cuba —como Oswaldo Payá y Dagoberto Valdés—, no se reduce a la sonrisa cínica de un cardenal eurocentrista que mira a Cuba desde un curul más cercano a Castro que a Cristo. Hay de todo en la vil viña del Señor.

Para nuestro cardenal, la disidencia cubana —según afirmó en la Universidad de Harvard en abril de 2012—, incluye a “antiguos delincuentes, sin nivel cultural y con trastornos psicológicos”. En agosto de ese mismo año, su sacrosanta insolidaridad con el movimiento pacífico Las Damas de Blanco lo llevó a tildar en privado a la líder Berta Soler de “inculta” y culpable de “politizar” a esta iniciativa cívica. Y nunca en su cobardía cómplice ha cuestionado el cardenal el crimen extrajudicial contra Oswaldo Payá y Harold Cepero, un doble atentado cometido por el castrismo con impunidad, en un rincón aún no determinado de la isla, al mediodía del domingo 22 de julio de 2012.

Por eso apenas nos escandaliza que ahora, como un fantasma no tan fiel como fidelista, de nuevo se nos aparezca el purpurado, cuyas manos gotean la púrpura más preciosa de los mártires de la Patria, entrevistado en la televisión gubernamental —la única permitida en Cuba—, como cada vez que a la isla la visita un Papa (muy pronto sumarán tres pontífices, cuando Francisco aterrice este mes).

En este caso, Su Eminencia sin ética fue entrevistado en la TV por nada menos que Amaury Pérez Vidal, un ateo teocrático que se le arrodilló en cámara y recibió su babosa persignación, sin importar que Pérez Vidal no se arrepiente de apoyar por escrito las decenas de encarcelamientos durante la Primavera Negra cubana de 2003, así como los fusilamientos sumarísimos de tres jóvenes que no habían cometido delitos de sangre.

A cambio de ciertas propiedades que ahora le son devueltas en ruinas por la misma Revolución que se las robó; a cambio de autorizar un seminario servil; a cambio de pasear a la virgen de provincia en provincia —pero prohibiendo siempre que su caridad alcance a los hermanos y hermanas de la Florida—; a cambio de acallar los casos locales de burla a los votos del celibato; a cambio de que los machos cubanos no se casen con los machos cubanos ni las hembras cubanas con las hembras cubanas —si quieren gozar de semejante “relativismo” que se vayan a la inmoral Miami—; a cambio de que el Partido Comunista subyugue más a las religiones protestantes y paganas que hoy serían mayoritarias en el corazón pragmático de nuestro pueblo; y a cambio de la promesa de ir aumentando a cuentagotas el número paupérrimo de párrocos en Cuba, Ortega Alamino le estrecha ambas manos y le arropa el alma al tirano que enterró a una parte y desterró a la otra parte de nuestra nación.

El miedo nos puede hacer miedosos, incluso mediocres, pero nunca miserables, Cardenal. Como cabeza de la Iglesia Católica en Cuba, usted ha dejado acéfala a la Iglesia Católica en Cuba. De mal pastor pasó a ser un peor postor. Pero tal vez sea mucho mejor así. Hay momentos en la historia invisible de un país donde empezar de cero es una bendición. Sin caudillos comandantescos ni cardenalicios.

Publicado en PanAm Post

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