Tomado de Adital
Muy cerca en el tiempo de la visita del Papa Francisco a Cuba, la revista Temas inicia una serie de entrevistas para leer en contexto este acontecimiento. Comenzamos dialogando con Aurelio Alonso, sociólogo, investigador sobre la Iglesia Católica en Cuba, Premio Nacional de Ciencias Sociales y colaborador y miembro del Consejo Asesor de Temas.
Más allá de jugar en favor del reinicio de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el viaje del Papa Francisco a la isla caribeña, que se iniciará el próximo 19 de septiembre, puede revertir la postura de la propia Iglesia Católica cubana, históricamente anticomunista. En entrevista para TemasTV, el sociólogo cubano Aurelio Alonso, Premio Nacional de Ciencias Sociales e investigador de la Iglesia Católica en Cuba, evalúa que la presencia del Sumo Pontífice jesuita en el país puede promover el acercamiento del episcopado a la Revolución, la mayoría de ellos nombrada por el conservador ex-Papa Juan Pablo II.
¿Contradicción? Para Alonso, no, ya que el Papa Francisco actuaría en busca de la superación de las desigualdades, de las opresiones e injusticias, defendiendo un cambio político, y esto no pasaría por un patrón de sociedad, sea el capitalismo o el socialismo. Esto necesitaría, fundamentalmente, una transformación en el perfil de los propios representantes de la Iglesia Católica, construyendo puentes para el diálogo, hacia el compromiso social y hacia la colaboración de otras instituciones y también de la sociedad civil.
Hasta 1998, Cuba era uno de los únicos países latinoamericanos que nunca habían sido visitados por un Papa. Hoy, es uno de los pocos del continente en haber recibido los tres últimos líderes de la Iglesia Católica en sus tierras. Sin embargo, para Alonso esta visita tiene un carácter diferente de las anteriores: un Papa con una disposición proactiva para promover una transformación de la sociedad cubana, manteniendo su soberanía e involucrando a toda la estructura de la institución religiosa del país en la causa.
Marianela González (MG): Francisco es el primer jesuita, el primer latinoamericano, y el primer sacerdote de un país del Tercer Mundo al mando de la Iglesia Católica romana, ¿en qué medida estos antecedentes explican su proyección actual?
Aurelio Alonso (AA): Yo creo que en una buena medida todo junto, y en ninguna medida por separado. Hay mucho de inesperado en la elección de Bergoglio [Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco]. Es decir, ¿ha resultado Jorge Bergoglio el Papa que esperaban tener los miembros del cónclave que lo eligieron? Aunque no tengamos respuesta, esa es la pregunta, importante. Pienso que no. Es uno de esos papas que, cuando es electo, resulta en muchas cosas sorpresivo.
Que sea el primer Papa latinoamericano tiene la importancia de que por fin el pontificado no solamente sale de Italia, sino que se orienta a buscar al conductor de la iglesia en la región del mundo más poblada de católicos. El centro mundial del catolicismo es América Latina, más de 40% de los católicos del mundo están en aquí. No se trata de que el Vaticano se vaya a mudar ahora para Buenos Aires o Río de Janeiro, sino de que resulta normal el mayor peso de América Latina en una elección. Aunque tuve mis dudas de que fuera a ser electo un latinoamericano, porque la iglesia ha sido normalmente conservadora.
Lo más sorprendente para mí ha sido la elección de un jesuita. A pesar de sus votos de obediencia al Papa, del famoso cuarto voto de obediencia incondicional al Papa, la Compañía de Jesús tiene un aura de autoctonía, de independencia, de carácter propio, que le ha dado mucha fuerza en la historia. Tanta que fue incluso suspendida por la iglesia durante casi un siglo, hasta que se creó otra vez, y volvió otra vez a ser muy fuerte. En el siglo xx, Juan Pablo II no la suspendió, pero la intervino, y sustituyó a su Superior General, uno de los más brillantes, notables, significativos superiores generales que ha tenido, Pedro Arrupe, vasco como Ignacio de Loyola, el fundador, una figura muy significativa en ese período.
Sin embargo, esta condición puede implicar un progresismo o un conservadurismo. En el plano de la doctrina social, de las relaciones interreligiosas y extrarreligiosas, los jesuitas pueden ser de derecha o de izquierda. Por lo tanto, esa condición por sí sola no es determinante.
No nos guiemos por esas condicionantes. Hay que pensar en el ser humano. El Papa ya no es Jorge Mario Bergoglio, sino escogió el nombre de Francisco, y no por gusto. En la historia del pontificado, ningún Papa había adoptado ese nombre. Con lo cual ha dado un signo diferenciador.
MG. ¿Qué distingue a Jorge Mario Bergoglio de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, en su visión del papel de la iglesia y en su proyección política? ¿Intenta Francisco recuperar una posición que la Iglesia Católica ha ido perdiendo en su presencia global?
AA. Sí. El llega en medio de una crisis muy fuerte de credibilidad de la iglesia, relacionada con la corrupción, y otros problemas. Esa crisis estalla en los tiempos de entrada de Juan Pablo I. Juan Pablo I había durado un mes nada más. Y por supuesto, salta con el escándalo del Banco Ambrosiano, el supuesto suicidio del presidente del banco, que se cuelga debajo de un puente.
Juan Pablo II se las arregla para hacer un pontificado en que esa crisis se invisibiliza. Pero evidentemente no se ha resuelto, estaba ahí latente.
Benedicto XVI choca con ella. De repente, se encuentra que tiene que enfrentar toda la situación de crisis, de los escándalos de corrupción, de pederastia. Y él no puede con eso.
Juan Pablo II fue un papa muy conservador. Aunque fue el primero que visitó a Cuba, lo hizo después de haber recorrido toda América Latina. Fue el Papa Viajero desde el principio. Cuando visitó a Cuba había estado cinco veces en México y tres en Brasil, y creo que tres, en Colombia, y una en Haití, en fin, había recorrido todo el continente, había estado en todas partes y no en Cuba. Entonces, ese hecho no se debe magnificar, olvidando que fue muy conservador. Es el papa que revierte la situación del Concilio Vaticano II. Que quita a Arrupe de los jesuitas, porque lo siente demasiado independiente, lo saca de la Compañía de Jesús, pone a un interventor, un jesuita creo que polaco, a quien él le tenía confianza, para que anule la línea progresista de Arrupe, que sobre todo se estaba destacando en América Latina, en América Central, donde los jesuitas fueron muy importantes, en universidades católicas como la UCA, dirigidas por jesuitas; se enfrentaron a las oligarquías y dejaron una estela de mártires también. Este Papa reaccionó contra ellos. Juan Pablo II desautorizó a Ernesto Cardenal públicamente, en su visita a Nicaragua, por el hecho de que él participaba, así como su hermano Fernando, como ministro en el gobierno, y el Papa había proscrito que lo hicieran.
Oscar Arnulfo Romero, unos meses antes de morir, había estado en el Vaticano en su visita ad limina, y se había entrevistado con el Papa, le había llevado undossier sobre la situación en El Salvador. El Papa le dijo que él no tenía tiempo para leerse todo eso, y que le aconsejaba llevarse bien con el gobierno, lo maltrató incluso, lo desestimó, no le dio apoyo.
En ese mismo periodo, Joseph Ratzinger, quien luego sería Benedicto XVI, juega un papel ultraconservador al lado de Juan Pablo II.
El episcopado que existe hoy en América Latina, los obispos latinoamericanos actuales, la mayoría de ellos fueron nombrados por Juan Pablo II, que fue Papa durante muchos años. Es muy raro encontrar hoy en la región un obispo de la Teología de la Liberación. La herencia que tiene Bergoglio ahora en esa iglesia es tremenda. El tiene que ganar tiempo. En la medida en que los obispos se van jubilando, se van retirando en sus diócesis, él tiene que buscar incidir de alguna manera en que la renovación no sea por la línea de la derecha. Por ejemplo, en Venezuela, hay un episcopado que se le tranca completamente a la proyección bolivariana, y en Ecuador también.
A pesar de todo, el Papa viajero es visto como el que arma la polvareda, aunque no hubo un saldo para la Iglesia Católica significativo de recuperación de fieles, porque realmente ya había un mecanismo de reanudamiento religioso por otra línea, que es la de los fundamentalismos, alentados por otros intereses, oligárquicos, como los movimientos norteamericanos de la Nueva Era, que podían distanciar la devoción, la fe, del compromiso político. Nosotros los tenemos aquí también en Cuba, la visión salvífica por los caminos espirituales, cuya prédica es que no hay que hacer nada, sino vivir la realidad que te tocó vivir, y se acabó.
Parecía que Benedicto XVI iba a seguir esa ruta. Benedicto XVI era muy superior a Juan Pablo II como teólogo y como pensador. Wojtyla usó a Ratzinger como el gran teórico y el hombre que le prestó grandes servicios. Los documentos que condenan la Teología de la Liberación, y que asumen después una lectura distinta de la Teología de la Liberación, los hizo Ratzinger para Juan Pablo II. La condena de Leonardo Boff, el brasileño, menos sonoro que Gustavo Gutiérrez, que fue el autor de la Teología de la Liberación, pero quien es realmente el gran teólogo, con su teología de lo político. Leonardo Boff y Clodovis Boff son los dos teólogos de más peso en el plano religioso, en el plano dogmático, que figuras como Gustavo Gutiérrez o Frei Betto, que es un poco periodista, y juegan un papel esencial, pero que no son figuras teológicas contundentes.
Bergoglio solamente tiene dos años de pontificado en la actualidad, pero ha sido muy coherente desde el principio, cuando escogió llamarse Francisco y hacer un pontificado en función de los pobres. Se conoció que era una conducta que seguía como arzobispo en Buenos Aires, que se movía en metro por la ciudad, y que vivía con humildad real, no de puertas para afuera, con sencillez. El rechazo en el Vaticano a todos los signos del oropel, al salir del palacio pontificio e irse a vivir en el alojamiento de Santa María Mayor. Pero sobre todo al asumir de frente todo el proceso disciplinario dentro de la iglesia, sin miedo, cortando cabezas, quitando figuras, y sin excesos que le puedan ser rechazados, hasta ahora. Aunque levanta mucha reticencia de parte de la curia romana, no ha habido ninguna posibilidad en la cúpula de la iglesia, como nosotros le decimos, de hacerle un frente que lo bloquee o que le haga perder fuerza.
Esta es para mí la diferencia principal entre estos tres Papas.
MG. ¿Cómo aprecias esas contradicciones entre la cúpula vaticana y el Papa Francisco en torno a este tipo de reformas que promueve?
AA. Para conducir la iglesia no sólo son importantes las contradicciones con la cúpula vaticana, sino con las diócesis, con los obispos del mundo, que en su mayoría son conservadores, pero que son sus obispos, sus cristianos. Y humanamente, no todos son iguales. Oscar Arnulfo Romero fue conservador hasta que la realidad de conducir la iglesia salvadoreña lo tiró contra la dureza de la pobreza y de la vulnerabilidad física, el desamparo no solo ante la posibilidad de comer, sino ante la muerte, que te matan y quedan impunes los que te matan.
Francisco ha tenido que moverse en una correlación de fuerzas en el Vaticano y fuera de él, que en cierta medida le es adversa aquí y allá, en una especie de cuerda floja. Él ha ido haciendo cambios, pero no a lo loco. En su discurso no ha dado señas de ningún signo de retroceso ni de ningún error. Benedicto XVI fue muy errático en dos o tres ocasiones en su discurso, y se lo reprocharon en varios lugares. Francisco es un Papa muy versátil, muy coherente, muy comedido.
MG. ¿Qué significado tiene la posición del Papa respecto a la doctrina social de la iglesia, sobre todo su Encíclica sobre el medio ambiente, en torno a temas como los derechos de las mujeres y los gays, la Teología de la Liberación?
Aurelio Alonso: En una encíclica anterior, la primera, es muy significativa la vindicación del Concilio Vaticano II, un cuerpo reformista que no ha sido aplicado ni interpretado en toda su extensión, sino más bien frenado durante muchos años de pontificado de Juan Pablo II.
En la que tú mencionas, introduce por primera vez el rescate del medio ambiente y su conexión con el problema de la pobreza. No es una encíclica puramente ambientalista, sino una visión de la creación del hombre y de la naturaleza, como dos dimensiones inseparables; y que conecta el problema de la lucha contra la pobreza con el rescate del ambiente natural.
Plantea una jerarquía ética de tres dimensiones en el amor, a Dios, al prójimo y a la tierra. Se relaciona en el fondo con la visión de subsistir con lo que hay, y garantizar que el papel de los seres humanos como parte del medio natural se vuelva una contribución a su reproducción, y que evoca la cosmovisión indigenista andina.
Es muy temprano para hacer una caracterización de la contribución de Francisco a la doctrina social de la iglesia cuando tiene nada más que dos años de pontificado. Dentro de ese marco, sin embargo, se trata de su primera encíclica social.
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