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Naty Revuelta

Naty Revuelta (foto tomada de internet)

LA HABANA, Cuba – La última vez que hablé con Nati Revuelta por teléfono, me dijo: “Me volví a caer y no me dejan salir sola. Estoy aquí en mi casa todo el tiempo, venga cuando quiera”.

No la vi más con vida. Poco tiempo después llegó la noticia de su fallecimiento. Ocurrió el pasado 28 de febrero. Pocos meses antes había sido ingresada en el hospital CIMEQ por un accidente cerebrovascular, que rebasó en aquella ocasión.

Tuve la dicha de conocer a Naty Revuelta cuando trabajaba en la librería “El Ateneo”, ubicada en la calle Línea, en El Vedado. Había sido invitada para participar en un conversatorio con el poeta Rafael Alcides, que era amigo suyo. Al concluir el conversatorio, Naty Revuelta entabló un diálogo conmigo y me pidió que le consiguiera un ejemplar de “Destinatario: José Martí”, una compilación de cartas y notas a Martí hecha por Luis García Pascual. Me dio su teléfono y dirección para cuando cumpliera la encomienda, algo que pronto logré.

Ese hecho posibilitó se me abrieran las puertas de su hogar, y así entablar una amistad que duró hasta los últimos años de su existencia. Durante ese tiempo, pude conocer muchas anécdotas de su interesante y azarosa vida, desde los tiempos de su relación con Fidel Castro, cuando se integró al Movimiento 26 de julio.

Me contó en cierta ocasión de cuando fue enviada a Francia, a inicios de los años 60, a contactar al científico Andre Voisin. La misión le fue encomendada por Fidel Castro, quien quería que trajera a Cuba a Voisin, quien realizaba investigaciones para la mejoría genética de ganado vacuno.

Naty me mostró fotos de Voisin junto a su esposa, con dedicatorias para ella, como prueba indiscutible de lo que me contaba. Me explicó con detalles los trámites que hubo de realizar a través de la embajada para localizarlo y convencerlo de venir a Cuba.

Una vez me mostró una carta de puño y letra de Fidel Castro, cuando se hallaba en el Presidio Modelo de Isla de Pinos. Había sido escrita un fin de año. La misiva, aunque comenzaba con algunas frases de amor, se convertía después en un discurso donde exponía sus ideas sobre la lucha revolucionaria.

Ese día que me mostró la carta, Naty, al parecer, sentía el peso de la frustración y el abandono. Me preguntó: “¿Usted cree que esta sea una carta de una persona enamorada?”.

Luego se quejó por sentirse relegada, porque no se hubiese reconocido de forma pública su participación activa en la lucha clandestina contra el régimen de Batista y por haber sido separada de su trabajo en el ICP sin razones justificables. A ella, que había vendido sus joyas para completar el dinero para comprar las armas con que se realizó el ataque al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.

Un día, la conversación trató sobre su hija, Alina Fernández. Me mostró una revista española que contenía una entrevista, donde entre otras cosas, ella afirmaba que Fidel Castro era el padre de Alina.

Según me dijo Naty, hasta ese momento, casi por mutuo acuerdo, ni ella ni Fidel habían hablado públicamente de ese asunto.

Me contó de la primera boda de su hija y los incidentes que hubo con los escoltas por la bebida que trajo Fidel Castro. Me señaló desde su terraza el apartamento que ocupaba Alina frente a su residencia. Hubo varios comentarios más sobre las relaciones entre padre e hija, sobre la falta de comunicación entre ambos, para al final decirme: “Por eso, ella no lo quiere ni ver”.

El carisma personal de Naty era impresionante. Procedente de la burguesía media, su elevada cultura era parte de su interesante personalidad, pero la exponía sin ostentación. Era sencilla, dispensaba un trato afable y cordial a todos cuantos hablaba, sin distinción de rangos.

Tenía unos muy bellos ojos claros, grandes y expresivos. Su estatura pequeña no congeniaba con su voz, que era fuerte, pero con acento refinado.

La gran sala de su casa parecía una galería de arte por la cantidad de cuadros y objetos valiosos que contenía. Se destacaba un retrato grande de ella, pintado al óleo durante su juventud. Según se podía apreciar en aquel retrato, fue una mujer de extraordinaria belleza, lo que puede explicar la fuerte atracción que tuvo el Máximo Líder por esta señora en sus años mozos.

La pérdida de Natalia Revuelta Clews dejó para sus muchos amigos un gran vacío, que como reza aquella vieja canción de Alberto Cortéz, “no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.

Written by CubaNet

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