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¿Quién endereza la pirámide invertida cubana?

Aurelio Pedroso  (Progreso Semanal)

Médico de la familia. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — Hace unos años, un ex viceministro de Economía me comentaba más en serio que para choteo, que según un estudio no divulgado quienes faltaban menos a sus trabajos eran los maleteros de los hoteles y los operadores de las bombas en las gasolineras.

Los primeros, por las suculentas propinas que recibían en moneda dura, mientras que los otros por el ilegal y lucrativo negocio de la venta de gasolina, apaciguado en una época en que los conocidos y ya extintos “trabajadores sociales” las tomaron por asalto y lograron disminuir el relajo por un tiempo.

Un poco más adelante en los años–porque del tema cuelga una gran cola como la del mono araña- me comentaba con gran entusiasmo un director de una sucursal bancaria, cuya oficina la separaba del parqueador o aparcacoches sólo una pared acristalada, que se estaba pensando seriamente proponerle alternar las responsabilidades. Cambiar la corbata por un pulóver salido de una incontenible balacera.

El de las cuentas y los números podía ver al hombrecillo en sus maniobras de “atraque y desatraque”, recepción y despedida de los autos que acudían al banco y no así el otro desde la calle y aún más, desde un pequeño muro donde se sentaba y que precisamente colindaba con la oficina del gerente.

En ese espacio, que él pensaba era en extremo privado, nuestro gerente le observaba contar lo recaudado en el día. Y lo mejor, a menos de un metro de distancia abrir la cajita de cartón que por 25 pesos traía un bistec de cerdo, arroz moro y ensalada de ocasión. “Si es que este hombre gana más que yo y come mejor aún”, reflexionaba la máxima autoridad en ese Banco Metropolitano.

Más cercano a las fechas, un amigo cirujano de un hospital en provincia, soñaba emplear la misma solución para con la que limpiaba pasillos y salones en ese centro que, según él, ganaba más con la frazada que él con el bisturí sobre un ser humano.

Y mencionando el escarpelo, por ahí debe andar aún aquel cirujano que en medio de la operación comenzó a balancearlo entre los dedos cual director de una sinfónica y que una parienta anestesista me narró que el galeno no había hecho un debut de Parkinson en el quirófano, sino que de repente se le agolparon los problemas de su casa y tuvieron que relevarlo en plena faena.

Algo muy tibio ha ocurrido en el sector de la salud en cuanto al reconocimiento monetario y de otra naturaleza material a los profesionales de la medicina. Lo último es que quienes poseían Infomed, una caricatura de internet local, ahora podían disponer de una auténtica internet por 25 horas al mes. Un avance a no dudar.

Bajo el sistema actual un parqueador puede ganar mucho mas que un professional.

La tapa al pomo de este interminable anecdotario acaba de suceder luego de haber leído en la prensa local un artículo escrito por un colega y antiguo compañero de estudios universitarios.

Muy bien escrito y capaz de trasladar al lector el humanismo de un médico en Pinar del Río y su entrega total a la profesión. Poco menos que un santo bajado de la gloria para atender las 24 horas del día a quienes lo necesiten. Este hombre llega del hospital, saca al portal una vieja mesa de madera que funge como buró-camilla y comienza, con extraordinario ojo clínico, la atención a niños de la zona y un poco más allá sin mediar el menor interés material. No pocas veces la madre que lleva el pequeño en brazos, en su tiempo de bebé fue atendida por ese hombre llamado doctor Sergio Piloña.

Dentro de tanto apego a la profesión y a las personas, el doctor Piloña, le hace notar con la mayor naturalidad del mundo al colega Ronald Suárez, que se levanta diariamente a las cuatro de la mañana y que va y viene del hospital en “botella”, que es como en Cuba se le llama al “auto-stop”. Una “botella” que no es de 500 metros, sino de 25 kilómetros.

No hay que esperar por el fin definitivo del bloqueo o que a este singular pediatra le envíen de misión al exterior para que pueda ahorrar algo de dinero y comprarse un vehículo imprescindible en el quehacer diario.

Aún en el supuesto caso de que haya recibido uno en épocas remotas, su actitud y entrega son más que suficientes para, al menos, si no uno nuevo, uno de segunda mano capaz de cubrir esos 25 kilómetros diarios y, si le place, darse un saltico a la playa, donde consta que ha tenido que salir del agua para atender a un niño.

Ya es hora de ir comenzando a enderezar esa pirámide invertida presente también en la salud pública cubana.

Written by Havana Times

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