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La Atenas de Cuba y su 322 cumpleaños entre puentes

La occidental ciudad cubana de San Carlos y San Severino de Matanzas quedó instaurada por 30 familias procedentes de Islas Canarias, en una zona privilegiada de la costa norte.

Cabecera de la provincia homónima, bordea una bahía ubicada a 100 kilómetros al este de La Habana en una región eminentemente llana, con su altitud máxima localizada en el cercano Pan de Matanzas, de solo 389 metros sobre el nivel del mar.

Asentada sobre suaves colinas ondulantes su geografía la atraviesan tres ríos: Yumurí, San Juan y Canímar, de ahí la abundancia de puentes -peatonales, ferrocarrileros y vehiculares- para conectar las diferentes barriadas.

Un hecho marca la decisión de la corona española de edificar una villa en la comarca y fue el comercio de contrabando, cuyo producto básico era el cuero vacuno, que ya aparecía en reportes de 1572 del contador Pedro de Arana al Rey.

Pero el golpe final que aceleraría la necesidad de una localidad en la región fue el 8 de septiembre de 1628 cuando corsarios holandeses al mando de Piet Heyn saquearon en la rada matancera a la Flota de la Plata.

El convoy llevaba el oro de las colonias a la monarquía y el suceso indicó “el empuje y las acechanzas del corso y la piratería en los mares americanos, y demostró la necesidad de fortalecer la defensa militar”, según el historiador Raúl Ruiz.

Ya en 1681 el gobernador Fernández de Córdova propuso al monarca español la fortificación del área de Matanzas y la conveniencia de erigir una población en su entorno, según apuntes de Ruiz.

La ejecución del proyecto quedó dilatada en el tiempo por diversas circunstancias y no fue hasta 1690 cuando el Rey “impulsó el asunto y en apenas siete meses despachó cuatro reales cédulas en aras de concluir la tarea”, asegura un texto del experto.

Para materializar el proyecto y con cargo de la propia corona, se trasladaron los núcleos familiares procedentes de Canarias para construir también un castillo, concebido para proteger a la población y darle empleo a sus moradores, como se concretó el 12 de octubre de 1693.

Surge así Matanzas, a la que no llegaría el despegue económico hasta un siglo después sobre la trilogía azúcar-esclavitud-ferrocarril, para convertir al territorio provincial en un emporio azucarero y a la urbe en un centro cultural. MATANZAS, SUS PUENTES

Varios son los apodos otorgados a esta municipalidad aunque el que más enorgullece a sus habitantes es el de Atenas de Cuba, por el desarrollo cultural alcanzado en el siglo XIX y mantenido actualmente.

Ciudad dormida, Bella Yucayo, segunda Nápoles y ciudad de poetas, son otros de los calificativos colgados a la villa.

La necesidad económica y la expansión territorial en las riberas y más allá de ellas, motivaron la edificación de viaductos para comunicar las barriadas separadas por las aguas, de ahí también la denominación entonces de Ciudad de los puentes.

“Uno de los símbolos de la matanceridad son los puentes, por eso Matanzas es la Ciudad de Ríos y Puentes, porque ¿qué sería de Matanzas sin sus puentes?”, destaca José Macías, presidente aquí de la Unión de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción (Unaicc).

A Luis González Arestuche, integrante de la directiva de la Unaicc en el territorio matancero, le gusta llamar a estas emblemáticas edificaciones como Guardianes de la ciudad.

Según estudiosos en el tema, son 30 las pasarelas de distinto tipo: peatonales, para uso del ferrocarril y vehiculares, y varias de ellas son emblemáticas.

Al desplazarse desde la capital del país por la autopista llamada Via Blanca y pocos kilómetros antes de Matanzas, comunicando dos colinas, se encuentra el Puente de Bacunayagua, catalogado como una de las maravillas de la arquitectura cubana.

Está considerado el más alto y uno de los más largos de la isla, con medidas respectivas de 109 y 314 metros, y un ancho de 16 metros. Su construcción comenzó en 1956 por un equipo de ingenieros cubanos y fue concluida tres años después.

Ya en esta urbe, el viaducto general Lacret Morlot o de La Concordia recibe al viajero, y tiene como característica ser el primero de hierro fundido construido en la ínsula.

Cuenta con cuatro columnas, en cada una de sus esquinas, y una de esas pilastras, en miniatura, es el símbolo del municipio cabecera, que se entrega a personas y entidades destacadas en distintos sectores de la sociedad.

Mediante el pase por el puente general Calixto García o de Tirry, abierto al tránsito en 1899, se comunica el visitante con la barriada de Pueblo Nuevo, aunque en la actualidad está regulado el peso de los vehículos para preservar su estructura.

Casi en paralelo y a poco más de medio kilómetro de distancia se encuentra el impresionante nombrado general Sánchez Figueras, de la Plaza o de San Luis, primero en la provincia y segundo en la nación en edificarse con hormigón armado.

Su longitud es de 50 metros y el ancho de 10, además de dos arcos que soportan un entramado de vigas secundarias y principales, que le dan un toque de distinción.

Para concluir este pequeño periplo, por la carretera que conduce a Varadero, principal balneario cubano, y tendido sobre el río Canímar destaca el Antonio Guiteras con 297 metros de largo y más de 35 al altura.

Comenzó a prestar servicio en 1951 y una leyenda asegura que uno de los ingenieros proyectista colocó en la mezcla, cuando se fundía una de las columnas, su reloj de mano, tal vez para preservarse en el futuro dentro de la bella y majestuosa obra.

Con información de Prensa Latina

Written by Ernesto Álvarez

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