La caída repentina y contundente de árboles altos y robustos en varios parques capitalinos ha provocado daños materiales y humanos durante los últimos meses. Sucedió el pasado jueves 15 al caer la tarde. Un Lada rojo fue parqueado junto al parque aledaño al edificio Doce Plantas de Zanja, entre Hospital y Espada. Bajaron tres amigos rumbo al kiosco “Di Tú” en busca de bebidas, cuando les cogió el aguacero y, cervezas en mano, decidieron refugiarse en su auto.
Bastaron unos minutos para que los bebedores chocaran sus cabezas contra el techo del vehículo, zarandeados por el impacto de un tronco de 20 metros de altura que impactó contra el maletero del carro. Felizmente solo perdieron el líquido de sus cervezas y, por supuesto, lo que cobrará el chapistero.
Semanas atrás, otro propietario de automóvil tuvo peor suerte. Parqueó su Moskvich, como cada noche, en sitio autorizado, justo al fondo del parque Finlay, colindante con la calzada de Belascoaín. Al amanecer encontró el capó y los parabrisas de su “viejo ruso” aplastados por un grueso madero, zafado de un tirón desde la base de otro enorme árbol por la caprichosa naturaleza.
Alfredo, también dueño de un auto similar, comenta la desgracia de su amigo: “Si el carro estaba asegurado, tendrá reposición de los daños, pero vaya usted a saber cuándo, porque conozco un caso que lleva año y medio, después del accidente, todo legal, fallaron a su favor, sin embargo, de dinero o reposición nada todavía”.
Sin embargo, la tragedia llegó durante la reciente inauguración de los puntos de acceso WiFi. En el parque Fe del Valle —Galiano y San Rafael— un joven de 18 años busca afanoso la conexión. Aislado de la realidad por sus “manos libres”, no escucha el crujir del madero cercano, tampoco tiene ojos para las advertencias de sus vecinos y termina aplastado bajo el tronco.
Parques y parqueos casi siempre coinciden en la ciudad. El encargado de cuidar los vehículos en Fe del Valle opina sobre el punto de acceso a WiFi: “Quieren dar un paso adelante, pero no hacen bien las cosas. Aquí no hay condiciones, se aglomera el público, una concentración bajo el sol y la lluvia”.
Tratándose de árboles, la indagación en estas imprescindibles áreas públicas concluye en que predominan la majagua, el laurel, la varía, el flamboyán rojo, los almendros, álamosy…Se busca al culpable de al menos dos desdichas, ese que hizo saltar a los amigos de la cerveza el pasado jueves.
La ingeniera agrónoma Nancy Rodríguez Cobas, que atiende una extensión del programa conocido como “El médico de sus plantas” y tiene su pequeño paraíso vegetal en la esquina de las calles Espada y San Miguel, a solo dos cuadras del último atentado arbóreo, afirma: “Se trata de un pili pili, también llamado flamboyán amarillo. Crece hasta los 20-25 metros y no es recomendable sembrarlo en áreas urbanas, cerca de edificios o de tendidos eléctricos”.
¿Por qué se habrá caído este gigante tropical?
“Nada, se cayó porque al cabo de tantos años, quizás 30 o 40, le llegó su hora”, reconoce Nancy. “El sistema radicular es poderoso, profundiza en la tierra, pero no está bien rodeado de bloques cementosos, las raíces levantan el hormigón. Arboles tan altos no corresponden con el entorno citadino.”
Y a la pregunta de cuál debe ser el tratamiento recomendado ante un árbol así, que crece en medio de la ciudad, la especialista contesta: “Primero, la poda adecuada. No como la que suele hacerse, sin discriminar, cortando las ramas a la mitad, sin buscar el punto correcto, las intersecciones, las yemas… Es necesario proteger a ese ser vivo que tanto nos favorece y, de paso, controlar su crecimiento”.
Pese a las contraindicaciones, abundan los flamboyanes amarillos en las áreas verdes de la capital. Años atrás estuvieron de moda a la hora de plantar futuras sombras en nuestros concurridos parques.
A los acostumbrados derrumbes de viejos edificios, viene ahora a sumarse la repentina caída de troncos, maltratados desde su nacimiento por la inoperancia de las instituciones públicas encargadas del asunto. Se auguran nuevos daños aunque, como advierte la ingeniera Nancy: “Los árboles no tienen la culpa”.