LA HABANA, Cuba.- Yanelis comenzó a trabajar en 1985, a la tierna edad de 17 años. Con los 100 pesos que ganaba su madre en aquella época no podían mantenerse sus dos hermanas y ella, por lo que empezó a trabajar. Pronto conocería a un hombre con el que tendría una relación y la embarazaría, pero al no funcionar la cosa se casó con otro al cumplir la niña un año de vida. Con este hombre lleva ya 25 años de matrimonio.
Durante treinta años de trabajo fueron muchas las cosas que tuvo que pasar. Desde las marchas al sol el 1ro de mayo, los recibimientos en aeropuertos a presidentes de otros países, trabajos voluntarios los domingos, hasta el hecho de trabajar con escaseces de todo tipo de recursos, utilizando en máquinas de escribir hojas usadas por un lado y tan viejas que estaban amarillas ya. Por si acaso, Yanelis se lavaba las manos a cada rato para evitar la leptospirosis.
Los años 90 fueron los más duros en ese trabajo, como en todo el resto del país. Durante ese “período especial” traían el almuerzo de un centro de elaboración y venía el arroz ya en proceso de descomposición. Los frijoles los enviaban aguados y quemados y así y todo muchos hacían colas para repetir. La mayoría de las veces al terminarse la jornada laboral había que volver para la casa a pie sin importar lo lejos que se viviera y cuando el dólar se puso a 150 pesos, todo esto se hacía sabiendo que al final de mes se iba a cobrar menos de dos dólares por un mes de sacrificios.
Pasaron los años. La hija de Yanelis se independizó, el esposo de más de veinte años empezó a trabajar en el turismo y comenzaron a desahogarse un poco económicamente. Durante varios años su minúscula casa la acondicionaron con azulejos, pisos y equipos electrodomésticos nuevos. Después fueron mejorando su guardarropa, todo de la casa y eventualmente consideraron que había llegado el momento de saltar a un próximo nivel: pasar tres días en un hotel “todo incluido” en Varadero.
Al pasar dos años más, ya con menos necesidades que satisfacer, pudieron ahorrar un poquito más y se fueron tres días para un cayo, en un hotel cinco estrellas. Fue ahí donde empezaron las grandes dificultades para Yanelis.
A la semana de volver del cayo llegó un anónimo al trabajo que decía que ella se vestía y paseaba con dinero malversado del Estado. Se exigía una auditoría de su trabajo y que la botaran, so pena de llevar la queja al Consejo de Estado. Aunque por su contenido de trabajo tal malversación era imposible, sus superiores se pusieron nerviosos y comenzaron una investigación entre sus compañeros de trabajo.
Al cabo del tiempo la llamaron para comentarle el resultado de la investigación: nadie tenía quejas de su trabajo, ni los de adentro ni los de afuera, no había pruebas de que hubiera robado o malversado absolutamente nada, pero sus compañeros se quejaban de que ella se vestía con carteras y zapatos que hacían juego, que para almorzar a veces traía carne y cuando se rompía la guagua del trabajo se iba en un taxi colectivo para la casa. Muchos compañeros se quejaron del volumen de su voz y de su risa.
No interesaron los treinta años de buen trabajo que realizó Yanelis, las buenas opiniones diarias que daba el público sobre su trabajo, lo bien que se sentían atendidos –como excepción- en su empresa a pesar de ser un centro estatal. No interesaron las veces que vino a trabajar con fiebre por cumplir con un cliente que ya había citado, ni que fuera la primera en llegar y la última en irse.
Se le sugirió que abandonara ese trabajo. Solo que Yanelis no va a perder esa guerra sin pelear. Y asegura que el año que viene vuelve para el mismo cayo a conseguir una privilegiada manilla dorada de hotel aunque los envidiosos le escriban a Raúl Castro. Esto cuando logre reponerse de conocer la verdadera naturaleza del trabajo en Cuba, donde más vale la opinión subjetiva de personas envidiosas que el conocimiento o el rendimiento laboral. En definitiva de lo único que han podido acusarla es de que ella, por el nivel de vida que ha alcanzado, “cae mal”.