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El cuento de Orestes: un cubano que regresa

La agrupación Vital Teatro, con sede en el teatro Raquel Revuelta, está presentando los fines de semana el unipersonal El cuento de Orestes. Con la actuación y dirección general de Alejandro Palomino, la pieza cuenta además con la asesoría del dramaturgo Amado del Pino, y el diseño escenográfico de Alberto Pauste.

Alejado del mito de Homero, este Orestes moderno es un cubano que ha regresado a la Isla tras 20 años, y se halla atascado en el aeropuerto José Martí en el control de pasaportes. Es un inadaptado que cuenta su historia a través de sus vivencias familiares, de padre cubano y madre polaca, dos paisajes que lo dividen y lo convierten en un ciudadano del mundo. Para salir del país, vende toda su colección de sellos rusos. Según sus razones, se marcha por amor, pero en el fondo lo mueve una mejoría económica.

El relato comienza con sus vicisitudes en la frontera de México y Estados Unidos, donde pierde su identidad, y se adentra en el sueño del american way of life. Nueva Orleans, Nueva York, son ciudades que lo han acogido y modelado, siendo al mismo tiempo un héroe al rescatar víctimas del atentado del 9/11, y también un traficante de cocaína. Su alter ego es Stanley Kowalski, el personaje de Un tranvía llamado deseo, al que alude en todo momento y pide consejo.

Hay aquí crítica social al mundo ruso, que se le impuso a la Cuba de la década del 70 y 80, la pérdida de valores morales y espirituales, con parlamentos que van desde el presente al pasado, como flashes, donde se apela a la purificación de un hombre que ha perdido su rumbo, sus raíces, y lo único que desea es ver un cambio en su vida, sea para bien o para mal.

El montaje se quiso recrear como en el teatro arena, las personas sentadas rodeando al actor en el mismo escenario, para darle un toque intimista y de mayor interacción con el público. Si embargo, se siente cierta falta de pericia a la hora de lograr el objetivo.

Con una escenografía minimalista, compuesta solo por una maleta y un banco, la obra, de menos de una hora de duración, no cumple las expectativas de un unipersonal contundente. Le falta movimiento escénico para su desarrollo. El diseño de luces y la banda sonora pudieron ser más imaginativos. De igual modo, la actuación de Palomino no llega a conmover a los espectadores, y termina con un final plano y previsible.

Publicado en Diario de Cuba

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