Está bastante extendido el criterio de que no habrá cambios sustanciales en Cuba mientras permanezca en el poder la generación histórica que hizo la revolución; una generación que casi siempre se identifica como de línea dura, poco simpatizante con las reformas pro mercado y enemiga acérrima de la democracia política.
En ese contexto la expectativa de un cambio se centra en aquellos dirigentes de nueva promoción. Algo parecido a lo que sucedió en la antigua Unión Soviética, donde el desmontaje del sistema comunista fue obra de figuras que no participaron en la Revolución de Octubre, ni incluso en la que ellos denominan “la Gran Guerra Patria”, de 1941-1945.
Conviene entonces apreciar la manera en que esos “pinos nuevos” han reaccionado ante hechos recientes que impactaron a la sociedad cubana, como el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Ese sería una especie de termómetro —por ahora el único que poseemos— para vislumbrar su posible comportamiento en el futuro de la nación.
Claro que la mayoría de las miradas confluyen en el primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, al que a todas luces preparan para que reciba el batón de la mano de la generación histórica. Y el señor Díaz-Canel, ni corto ni perezoso, acaba de confirmar su pertenencia a la línea dura de la actual nomenklatura castrista.
Ello sucedió a raíz de la reciente celebración del Consejo Nacional de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM). Como preámbulo del mensaje que deseaba trasmitirles a los jóvenes presentes en el evento, el benjamín castrista les preguntó: “¿Han pensado alguna vez en la gran responsabilidad que tienen ustedes, al ser la primera generación de cubanos que tendrá que asumir el desarrollo de nuestra sociedad después de la que lideró el triunfo de la Revolución?”
Más adelante, tras aseverar que los jóvenes de la FEEM debían esforzarse por salvar, perpetuar, desarrollar y perfeccionar la revolución, Díaz-Canel apuntó que “estamos en un momento en que el imperialismo impone una plataforma de restauración capitalista y neoliberal con énfasis para Cuba, y el desarrollo de una estrategia de subversión político-ideológica muy fuerte” (periódico Juventud Rebelde, edición del sábado 28 de noviembre).
Es decir que, para el primer vicepresidente, nada ha cambiado en el entorno de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. El vecino del norte sigue siendo el enemigo mortal que pretende destruir la revolución, y nada mejor que avivar el fantasma de la amenaza imperialista, ese subterfugio que nos ha acompañado durante más de cinco décadas, para mantener movilizados a los jóvenes.
Además, el señor Díaz-Canel no pierde la costumbre, a tono con el discurso de la más rancia izquierda latinoamericana, de emplear el calificativo “neoliberal” para descalificar a los que no piensan como él. O sea, ni por asomo otorga al vocablo el significado que sugiere la gramática: tan solo los continuadores del pensamiento liberal. Él desea únicamente que los muchachos de la FEEM vean en el neoliberalismo al villano que pondría en peligro las “conquistas” de la revolución.
Por otra parte, su intolerancia lo conduce a contemplar la realidad en blanco y negro e ignorar los matices. Todo aquel que censure el estatismo y la planificación centralizada, y en cambio alabe la economía de mercado, ya es un neoliberal en potencia. No toma en cuenta la existencia de términos medios, como por ejemplo los sistemas de corte socialdemócrata.
Bueno, no en balde el General-Presidente, después de deshacerse de figuras noveles que despuntaban en la nomenklatura, como los Pérez Roque, Otto Rivero, Hassan Pérez y Carlitos Valenciaga, entre otros, se fijó en él con vistas a garantizar la sucesión. Porque, al parecer, Miguel Díaz-Canel encarna la aspiración de los dinosaurios políticos de la Isla: el mantenimiento del castrismo más allá de la presencia física de los hermanos Castro.
