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HAVANA TIMES — En Cuba podrías tener los bolsillos llenos de billetes de todos los tipos y colores, que si decides visitar alguna tienda, para hacer una simple compra, no tardarías en encontrar contratiempos y maltratos de toda índole. (Moraleja: tener dinero, no hace que las cosas cambien).
Ya lo he dicho, para algunas personas, puedo ser una planta decorativa, hasta he llegado a creer que estoy muerto, porque he entrado a un departamento de perfumería que está prácticamente sin público y de las cuatro tenderas que han estado presentes, ninguna se ha movido de sus respectivos puestos.
Cada vez que deseo ser atendido me detengo frente a un estante,y como un tonto me quedo contemplando los productos, supongo que haciendo eso alguna notaría mi interés, pero nada, tal vez tengo tan reflejada la miseria en la cara que no se toman ni la molestia de preguntar si deseo alguna cosa.
Es ahí, en esa parte,cuando me molesto, y comienzo hablar como un loco, lo hago mirando a mis alrededores- ¿Estoy vivo? ¿Yo existo? ¿Soy un fantasma? Luego de las tres preguntitas dichas en voz alta las tenderas me miran, una de ellas se digna a atenderme, pero sin moverse de su puesto me grita que es lo que quiero, yo le digo que se acerque porque no me gusta gritar, se acerca con cara de malas pulgas, le pregunto por algún champú para pelo graso, y no sabe responderme, para sorpresa mía desconoce los productos que está vendiendo.
Finalmente, decido marcharme a otra tienda pequeña que está cerca de mi casa.
¡Sorpresa! Llegué, pero en el departamento donde estaba el producto que necesitaba, no había ningún dependiente, decido esperar.
A una distancia prudente, tres de las trabajadoras conversan, y otra habla por celular, el mostrador se va llenando de personas que al igual que yo tienen interés por comprar, pero no aparece la dichosa tendera, y ninguna de las presentes da una explicación por la demora. Ni siquiera sabemos si el departamento está funcionando, aunque apenas son las dos de la tarde.
Luego de 20 minutos de espera aparece la chica, estupenda, muy joven y linda, aún con celular en mano, desde lejos ya ella había podido comprobar que tenía clientes esperándola, pero qué le importa, si los productos que vende no son de ella; con las ventas sus beneficios no han de ser muchos, y los clientes son un problema, molestan y se quejan por todo.
En cuanto entró, le dije que estaba a punto de marcharme, porque llevaba mucho tiempo esperando, y qué me respondió, ¿Ah, sí?, ¡qué pena! Eso lo dijo sin mirarme a la cara, aún tenía sus ojos clavados en el celular.
En la cola nadie dijo nada, solo me miraron como diciendo, esto no hay quien lo cambie, y así mismo es, nadie cambiará lo que a estas alturas parece incambiable, porque hasta que este sistema continúe en pie, estas situaciones tan cotidianas no serán reversibles, por el contrario, en cada local comercial, aunque tengamos dinero para consumir, nos seguirán tratando como lo que ellos creen que somos, unos miserables.