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¡Feliz Amistad!

Cuando el mundo gira al compás de las manecillas de ese reloj que calcula regalos, fiestas, celebraciones ruidosas, lumínicas guirnaldas de una falsa felicidad brillante. Cuando toda la vida rota alrededor de ese centro, engalanado de celofán y afeites, de fantasías de color, y levantamos nuestro árbol de Navidad con lazos, figuras de vidrio soplado por manos penosamente pagadas la hora, y anónimas en su fatiga, y una estrella adorna ese final, como si adornara realmente todo el verdadero mundo. Cuando los días se convierten en un guiño «feliz», travieso, fugaz. Cuando todo eso pasa, quiero pensar que tú aún existes.
¡Tú!
¡Ya sabes cuál es tu nombre!
Esa pequeña personita que alumbra el día con su saludo desde lejos. Con un mensaje discreto. Con un saludo tímido. Con una sonrisa dibujada en la electrónica digital del teléfono «inteligente», que nos sorprende tomando un café, o escribiendo un largo listado de peticiones al «mago» que descubrirá nuestro futuro secreto.
Y mientras «Santa Claus» solo existe en la imaginación de los niños. Y a Cristo le cantan demasiado en las iglesias, los que pretenden «creer». Y otros dioses infieles reclaman tanta sangre, y víctimas, y muertes, y sacrificios divinos.
Mientras todo eso ocurre, estás tú.
Lo más importante en la vida no es ni el dinero – que se necesita, y no lo niego -, ni la abundancia, que es bienvenida cuando se obtiene con el personal talento y la honradez. Lo más importante es la amistad. La Amistad, así, en mayúsculas. Porque sin ella somos un electrón perdido en este mundo, que se torna pura electrónica nocturna y sumergida vida digital.
Los amigos nos dan los buenos días, los verdaderamente buenos. Y también nos tienden la mano cuando la necesitamos y no la pedimos, por timidez y verguenza.
Los amigos, los verdaderos, siempre estarán ahí, cuando los necesitemos; y se marcharán cuando seamos felices y lo tengamos «todo», o casi «todo», que en la vida no se sabe cuánto realmente se tiene o se desposee. Porque la felicidad es también ese sagrado y escaso poquito de egoísmo, y ellos lo entienden. Por eso son nuestros amigos.
La amistad es el granito de sal, no de azúcar; la brizna que revolotea desde lejos con el viento, para hacernos recordar que, desde lejos, alguien también mira hacia nuesto oeste en esta esquina del mundo, cuidándonos bondadosamente, sin pedir nada, sin siquiera reclamar su presencia.
La amistad siempre está allí, invisible, pero cierta.
Lo cura todo, hasta el silencio, y la soledad, y la desgracia, y las lágrimas, y el dolor, y las pérdidas y desencuentros.
Puede ser un regalo de Dios, o el milagro cotidiano que tenemos por accidente. Y es ese el verdadero guiño divino en nuestra vida, porque no tenemos que creer en ella, solo necesitamos dejarnos llevar por su calidez, su abrazo discreto, su murmullo silencioso, su modesta presencia.
Por todo eso, a tí, mi anónima amistad, no te deseo nada mejor que un buen amigo, cualquiera. El que te escoja a tí, o el que tú mismo escojas. Porque no importa la dirección en que se ejerza ese cariño, sino el calor verdadero de su empeño.
En la adversidad, en el entorno de la felicidad suprema, a cualquier hora y en cualquier tiempo espacial, eterno, siempre estarás conmigo, ¡no lo dudes!
Así, en la víspera de la Navidad, ¡Feliz Amistad!
Nota: La foto de este muy especial post es de la obra «Gato de Vidrio feliz», original de la antropóloga y artista plástica argentina Elisa Tabakman. Tomado de su blog personal, «Elisa Tabakman, Metal y Piedra», con su autorización.
Yo la hubiera llamado «Los ojos de la noche», porque me recuerda al «Claro de Luna» de Beethoven.

¡Gracias por el gatito, Elisa!

Written by jmartin

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