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Cuba-EE.UU.: Las cartas que nunca llegaron

(Foto tomada de internet)

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LA HABANA, Cuba.- Ahora, que se ha anunciado el inminente restablecimiento del correo directo entre Cuba y Estados Unidos, vienen a mi mente viejos recuerdos sobre el tema.

No hay un cubano de la tercera edad que no recuerde qué ocurrió con aquellas cartas que se enviaron por correo los primeros cinco años de dictadura castrista, y que nunca llegaron a su destino. Todas fueron a parar a las manos de los que revisaban la correspondencia del pueblo, en una misteriosa dependencia de la Seguridad del Estado.

Son muchas las historias de aquel drama que vivimos todos y que pudiéramos conocer mucho más, si revisáramos los viejos archivos del Ministerio del Interior, dirigido entonces por el Comandante Ramiro Valdés.

Ahora, después de más de medio siglo, bajo el mismo régimen autoritario, con los mismos fracasados gobernantes y el mismo ministerio represivo, se anuncia que se reanudará el correo postal directo entre Cuba y Estados Unidos.

El servicio postal en Cuba fue establecido en abril de 1756, por orden del Rey de España, cuando la isla sólo contaba con 149 mil habitantes, de los cuales 60 mil residían en La Habana, lo que requería hacer un recorrido a caballo durante más de catorce días, para la entrega del correo. Es hoy el propio gobierno castrista quien lo celebra en un artículo aparecido recientemente en Juventud Rebelde.

A lo largo de los dos siglos siguientes, el derecho a la privacidad de la correspondencia siempre se respetó. Se trata de un derecho que aparece en el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, violado por el nuevo rey cubano, prácticamente desde los primeros meses de su triunfo revolucionario, cuando una gran parte de la población huyó de su régimen y otra optó por quedarse; consideradas entonces ambas partes como enemigas, según la inhumana ideología imperante.

Así, los encargados de la autoridad, verdaderos censores al estilo de la antigua Roma, examinaban desde el punto de vista político las cartas que salían o entraban al país, principalmente la correspondencia entre Estados Unidos y la isla. No sólo intervenían en la vida privada de cada ciudadano, sino que en muchas ocasiones la correspondencia violada fue motivo de detenciones arbitrarias o visitas sorpresivas de agentes represivos, para amenazar o anunciar un despido laboral, de acuerdo al texto de dicha misiva.

¡Cuántos no recuerdan a un desconocido, tocando a la puerta de sus casas, con una carta en la mano y llamando traidor al que la escribió, sólo porque solicitaba ayuda para emigrar a un familiar o amigo!

A los pocos días, quien la había escrito, quedaba sin empleo.

No olvidemos que el terror ya había hecho presa de la población. El 26 de octubre de 1959 se restablecían los tribunales revolucionarios, destinados a conocer los delitos contra la Seguridad del Estado y la pena de muerte, y poco después se aprobaría una ley que disponía el fusilamiento en 72 horas, luego del arresto de los acusados de sabotaje o subversión.

Ante esa realidad, poco a poco los cubanos dejaron de confiar en el sistema oficial de correos y dejaron de utilizarlo para comunicarse con sus familiares en Estados Unidos, hasta que por último, en 1963, desaparecía  el correo directo entre ambos países.

Durante cinco décadas, los cubanos apenas se comunicaron con sus seres queridos. A las puertas cubanas, nunca más se escuchó el ansiado timbre de un cartero, portador de un sobre que trajera  la carta del hijo con una foto en un parque de Nueva York o Miami, o una perfumada carta de amor.

Suerte que entre aquellas cartas, requisadas y controladas por los censores cubanos -los mismos de hoy- no estaban las más célebres del mundo que hoy se guardan en museos y bibliotecas.  No conoceríamos entonces las de Freud a su bella Martha, las de Truman Capote a su enamorado Newton Arvin, las de Neruda a  Matilde, las de Beethoven a la ¨amada inmortal¨, las de Gabriela Mistral a ¨la más amada¨, las de Frida a Diego Rivera, las de Napoleón a Josefina, o aquellas dos que se confundieron al llegar, escritas en prisión por Fidel Castro, a su esposa y a su amante.

Estas fueron salvadas gracias a la libertad que existía. Las otras, las de aquellos cubanos, nunca pudieron llegar.

Written by CubaNet

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