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La Cruz, el deseo de no vivir en Cuba

El Salvador Es noche de viernes en La Cruz, un pueblo de aproximadamente 12 mil habitantes, el más próximo a Peñas Blancas, la frontera norte de Costa Rica, donde están albergados un mil 756 cubanos que abandonaron su patria, huyendo del régimen que, según cuentan los migrantes, no les permite ni siquiera comerse un bistec, porque en Cuba es delito comer carne de res. Eso dicen estos cubanos.

La Cruz es un pueblo tranquilo, somnoliento, de calles sin basura, soleado en estos días pero muy fresco a fuerza de mucho viento. Está situado muy cerca de Bahía Salinas, sobre una elevación desde donde se puede disfrutar con la mirada, ese recoveco de mar en cuyo centro destaca un islote llamado Descartes.

Pero desde hace casi dos meses, en la noche, el centro de ese pueblecito parece estar más despierto que en el día. Y la razón de ese jolgorio nocturno la imponen los cubanos que van y vienen desde sus albergues u hoteles hacia los supermercados, los restaurantes o los negocios donde venden recargas de saldo para teléfono e internet.

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Sí, hay que decirlo. Hay un pequeño grupo de cubanos que están hospedados en los escasos hoteles que hay en La Cruz.

La noche del viernes anterior pareció más bulliciosa que “de costumbre”. Y fue porque decenas de cubanos andaban muy contentos, con un sobre blanco en sus manos, mostrándolo a cuanto connacional los detenía y se ponían a conversar.

Una mujer morena, captó mi atención. La vi caminar una y otra vez del albergue donde está alojada hacia un lugar donde venden recargas. caminaba a prisa y contaba  de manera resonante que el martes saldría de Costa Rica.

Quería que me contara un poco sobre su vida en Cuba y sus expectativas, pero cuando le pedí que hablara conmigo, se disculpó diciéndome que lo haría cuando regresara de poner una recarga.

Pero pasó una y otra vez con los audífonos del teléfono pegados a los oídos, el teléfono en una mano y en la otra el sobre blanco. En ese sobre, el viernes ya bien tarde, les entregaron los documentos a parte de los 180 cubanos que saldrán mañana en la noche en un vuelo hacia El Salvador para luego proseguir su viaje hasta Tapachula, donde estarán más cerca de llegar a Estados Unidos.

Luego de mostrar el sobre blanco, los hablantes se abrazaban y se deseaban suerte en su travesía por México o suerte para que, los que se quedan, salgan pronto de Costa Rica, un país que, salvo dos comentarios negativos, los ha tratado muy bien, han sido muy hospitalarios con los isleños y tolerantes con los refugiados.

Porque hay que decirlo, los cubanos andan por las estrechas calles de La Cruz a su manera. Andan libres, como cualquier nativo, solo que los isleños hablan casi a gritos, fuman mucho y algunos botan las colillas de cigarrillos en las calles de este pueblo donde la ley contra el tabaco había sido muy estricta.

Muchos cubanos en La Cruz parecen estar muy a gusto. Incluso aquellos, tal vez la mayoría,  que no tienen dinero para comprar cerveza por la noche o para comprarse un teléfono para hablar a Miami o para Cuba, o simplemente para escuchar música o jugar.

Los centenares de migrantes albergados en La Cruz aseguran que han comenzado a sentir el gusto de no vivir en Cuba y esto porque toman leche y algunos que  jamás en su vida habían comido carne de res, hoy lo han hecho.

Con cualquiera de estos cubanos que se hable, dirá que en Cuba son muy pocos los “comevaca”, es decir, aquellos que en la isla pueden comer bien. Las vacas son propiedad del Estado: la leche es para los niños hasta los cinco o siete años, y la carne la comen sólo los altos funcionarios del gobierno, aseguran.

Quien se atreve a matar una res de forma clandestina lo meten preso 20 años y le imponen 10 a quienes la comparte, ya sea vendida o regalada. Eso dicen todos los cubanos.

¿Sufren los cubanos en Costa Rica?   

Ellos dicen que no. Toda su vida la han pasado de forma desgraciada, aseguran. Qué más desgracia que haber vivido en Cuba, expresan, donde dicen no podían decir nada negativo contra el régimen, donde ganaban en un mes lo que aquí en La Cruz cuesta un almuerzo, donde no tenían ninguna esperanza de progreso personal.

El gobierno costarricense les ha acondicionado lo mejor que ha podido en albergues. Tienen agua potable, duchas, sanitarios portátiles, los ha provisto de colchonetas y de comida. “Aquí comemos los tres tiempos”, afirma Valentina, una mujer de 47 años que viaja con su hijo, de 17, para reunirse con su marido.

En algunos casos, el gobierno central, las autoridades locales, personas particulares o asociaciones, les ha instalado algunas máquinas para hacer ejercicio físico, les han colocado algún televisor o les han llevado juegos de mesa para que luchen contra el aburrimiento y la pereza. Sin embargo, en el albergue instalado en el Colegio Bilingüe es Anthony el que ayuda a muchos a ahuyentar el profundo sopor que produce el calor de media tarde.

Anthony es un niño de cuatro años que a muchos divierte con sus travesuras, ya sea persiguiendo un gato, lanzando piedras a cualquier cosa o gastando el desodorizante ambiental en spray. Aunque hay otros niños en ese albergue, él parece que tiene los ojos y los brazos de todos a su disposición.

En todos los albergues, la comida no ha escaseado. Lo dicen los cubanos con tono de agradecimiento para los ticos. “Aquí nos han tratado muy bien. Más no se puede pedir”, afirmó una mujer morena que participa en la elaboración de las comidas.

El viernes en la noche, todos los albergados en el Colegio Bilingüe de La Cruz, comieron pollo guisado, arroz y puré de papas, con el sazón de los cubanos, por supuesto. El olor era intenso, capaz de atraer  cualquier nariz.

Los cubanos, cualquiera al que se le pregunte, asegura que, incluso en las condiciones de refugiados, están mucho mejor de cómo vivían en la isla bajo el yugo de los Castro. Y es por eso mismo que aunque les preocupa que en México quizá el gobierno no les garantice el tránsito hasta poner un pie en tierra estadounidense, no tienen miedo a lo que les pueda pasar en el trayecto.

“Más desgracia de la que hemos vivido todos estos años, no nos puede pasar”, dicen. Incluso hubo una mujer que dijo que “Pa’ Cuba no regreso; antes que me peguen mejor un tiro en la frente”.

Y claro, en La Cruz algunos cubanos hasta se dan el lujo (que no podían en la isla) de ir a las pocas discotecas que hay en este pequeño pueblo. Hay una que parece muy frecuentada: La Finca. Está en el centro del pueblo.

Noche de viernes. De La Finca salen muchos cubanos y cubanas. Otros entran, luego salen y regresan al poco rato. Pasa lo mismo en tres o cuatro discotecas más. Un lugareño medio borracho ve pasar a un grupo de cubanas jóvenes y les dice: Ojalá nunca se fueran. Una cubana está presta a responder, como si el tico les hubiera echado una maldición : No, que va, chico, nos queremos ir pronto.

Mientras algunos cubanos entran y salen de las discotecas, un grupo de estos se ha quedado en el parqueo abierto de un supermercado. Están bebiendo en un espacio público y hablando a gritos.

Tres policías que custodian los albergues están a menos de cien metros pero parecen ignorar el bullicio que están armando los refugiados. Y esto que tomar en la vía o espacios públicos no era tolerable en La Cruz antes del 15 de noviembre pasado, según cuentan lugareños.

Pero desde aquel día que llegaron los refugiados a La Cruz, estos han forjado un nuevo paisaje que de día y de noche parece ser el mismo: cubanos caminando en solitario o en grupo, hablando por teléfono, sentados en una acera escuchando música o, incluso, jugando o saliendo del supermercado con bolsas de comprados o con pan baguette para el desayuno del siguiente día. Estos cubanos parece que no la pasan mal en La Cruz.

La precariedad de los otros

Pero no todos los refugiados pueden caminar por La Cruz. Hay un grupo de varias decenas que duermen en los corredores de la aduana instalada en la frontera Peñas Blancas. Estos están en condiciones precarias.

Algunos de ellos no tienen colchonetas o no tienen medicinas a la mano para cualquier dolencia. Los insectos hacen de las suyas con algunos de estos refugiados. Postrados en hamacas o en colchonetas se les ve las piernas o brazos tachonados de diviesos supurando.

Otros se las ingenian para lograr hacer algún dinero para comer, comprarse cosas personales o reunir los 545 dólares que les costará el viaje hacia México: piden limosna a los viajeros que salen de reportarse en Migración o la Aduana y otros ayudan a cargar maletas. Algunos viajeros pasan junto a los refugiados pero pareciera que los ignoran.

Incluso tras la aparente indiferencia de algunos turistas, las limosnas no son tan escasas, pues el viernes anterior, un refugiado que dijo ser paramédico, iba contento porque ya había logrado recoger los 545 dólares y otro tanto más para los gastos que tendría que hacer en México.

A pesar de que estos refugiados no están en las mismas condiciones que los de La Cruz, tampoco se quejan. Ellos están allí, dicen algunos, porque tienen la esperanza de que Nicaragua abra sus fronteras y los deje pasar libremente, una esperanza que poco a poco va cediendo al hecho de que tendrán que salir vía aérea de Costa Rica.

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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