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La odisea a contracorriente de un cubano

Primera parte: los 16 días colombianos

Por Vicente Morín Aguado

Leo (c) con otros cubanos.

Leo (c) con otros cubanos.

HAVANA TIMES —Leonel Ramos Castillo se pregunta: “¿Salí de Ítaca o de Troya?”. Odiseo tal vez anduvo unos mil kilómetros por el Egeo rumbo a su hogar, mientras el cubano recorrió una distancia seis veces mayor a través de toda Centroamérica para terminar muy lejos de sus lares en Austin, Texas.

“Salí de La Habana un 2 de junio, hacia Quito, con 1800 dólares en el bolsillo, la fe en el triunfo y sabiendo que era mi última oportunidad, pues fue mi tercer viaje y a la tercera va la vencida”.

La crónica es larga, abundan polifemos y sirenas, no faltan embarcaciones y hasta algún que otro caballo con gente escondida adentro.

“En Quito, una amiga cubana me presentó a dos parejas de compatriotas dispuestos a similar aventura. Ellos pagaban 1700 por el viaje, al parecer seguro, hasta Panamá, mucho dinero, pensé, por lo que decidí acompañarlos hasta la frontera y seguir mi propio camino.

“Fueron 8 horas de viaje entre curvas peligrosas de una carretera de montaña, había que descompresionar como si fueras en el avión, acompañados por una sinfonía de vendedores ofertando desde carne seca hasta frutas; compré dos jabas de mandarinas, pues no quería comer mucho por la altura. Mientras más me acercaba a Colombia más crecía en mí el sentimiento de encontrarme con lo desconocido.”

Tulcán marca el paso de un país a otro, Leo desconocía que estaba a una vez y media la altura del Turquino, el pico culminante de la orografía cubana. Quedaban 8 kilómetros hasta Ipiales, le esperaban 1500 kilómetros bajando hacia el mar, con estaciones intermedias en Cali y Medellín, esperando alcanzar un punto cercano a Panamá en el golfo caribeño de Urabá.

“Un señor me ofreció cruzar la frontera por solo 30 dólares y así fue, llegamos a Ipiales en la madrugada. Me buscó hotel, regalándome algunos consejos: “Los cubanos hablan muy rápido, trata de hablar lo menos posible y cuando lo hagas imita el acento colombiano. En cada reten de la policía darás, por lo menos, 100 dólares; ustedes son una mina por la cantidad de dinero que dejan, debido a las extorsiones de la policía, los de emigración y todo el que porta aquí un uniforme.”

Al estilo martiano, “sin sacudirse el polvo del camino”, preparó el “clave”, dicho a la cubana, esconder la parte gruesa del dinero aprovechando la impermeabilidad de un Condón, insertado dentro de un tubo de desodorante listo para el uso, el resto quedaba como “gancho”, o sea, lo que necesariamente habría de mostrar a los golosos uniformados durante el largo camino.

En uno de los innumerables autobuses.

En uno de los innumerables autobuses.

“Retenes uno detrás del otro, alargando el viaje. Viajábamos en lo que llaman una buseta, al estilo de los microbuses ruteros que operan las cooperativas del transporte en La Habana. Aunque ocupé adrede el último asiento, terminaron por capturarme, tenía visa de tránsito, aún así: “Señor, tiene que colaborarnos, son 200.” Regateé sin éxito, encontraron el dinero «gancho» al descubrir una pequeña cartera justo al borde del calzoncillo; calculo que entre muchos pasajeros y varios controles, los Tombos terminaron «reteneando» mil y pico de dólares.

Llegamos a Cali a las 6:45 pm, extenuado por el viaje y los retenes. Tenía puesta la misma ropa con la que salí de Cuba, una camisa de mangas largas y zapatos de salir puntifinos. Pasaba como doméstico, no parecía una persona enfrascada en una larga travesía. La música salsa inundaba toda la terminal. Compré el boleto a Medellín y por comida las mandarinas con café gratis.

Los cientos de kilómetros de carretera sumaron experiencia, esta vez el conductor del ómnibus se ofreció a esconder al cubano en su camarote, de por medio 40 dólares, siempre menos comparando los obligados “aportes” a los muchos guardias que hallarían en un país todavía en guerra.

“De paso, el chofer me presentó a un moreno de Sagua de Tánamo, fue desde entonces el obligado compañero de un largo viaje”.

Salvaron unos cuantos controles hasta alcanzar la pintoresca ciudad caribeña, donde les aguardaba un premeditado alto en el camino, como siempre, buscando exprimir los bolsillos de cada inmigrante:

“Nos acogió una familia de las muchas de piel oscura que abundan por aquí. Se hicieron responsables de nosotros, digo en plural, porque finalmente llegué a contar más de 20 cubanos a la espera por los contactos directo a Turbo, donde aguardan las lanchas rápidas”.

Comida, alojamiento y especialmente de 200 a 250 por persona la embarcación, sumaban 700. Lo difícil fueron diez días, casi bajo encierro. El hijo mayor de la familia, les dice en la bienvenida:

“A partir de ahora ustedes son mi responsabilidad y no puedo fallar, porque me la pelan, a ustedes los deportan, pero a nosotros nos dan piso porque estamos usando un corredor que es de la droga y esa gente es muy poderosa. Pero tranquilos, todo va a salir bien…”

“Un día me desperté preocupado y con ganas de hablar con mi familia, el padre me llevó por el sector Belén de Medellín, no vi tantos polis para calma mía, aunque solo pude hablar con mi esposa por dos minutos, era muy caro para Cuba y me fijé que el teléfono tenía todos los códigos menos el nuestro. En la noche el joven de la casa me propone: “Yo te puedo ayudar si usted regresa a Ecuador y me trae por lo menos diez cubanos, y lo paso gratis.” Le contesté: ¡pa tras ni pa coger impulso!”

Ya la presión era mucha, por lo cual deciden darles la salida reclamada. De nuevo la buseta, acuerdo de protección con el chofer, ahora viajando a Turbo, pequeña población junto al golfo de Urabá, paso marítimo obligado a Panamá:

“Salvamos varios de los malditos retenes, pero al final me engancharon en tanto ‘Sagua’ lograba esconderse. Bajo, chequeo completo, cinto y zapatos. El autobús se va. La sorpresa fue cuando el policía jefe exclama: “Hombre, usted anda en regla, no tenía razón para esconderse. Mire, monte con nosotros y le dejamos en la estación próxima. Eso sí, no le recomiendo Turbo, es muy peligroso, mejor váyase directo a Necocli.”

Necocli es una ciudad balneario, más tranquila, turística, igualmente cerca de la frontera. Allí estarían a la caza de la deseada lancha rápida.

“Estaba a punto de alcanzar mi sueño, la meta prevista cuando salí de Quito 16 días antes. Lo que nunca pude prever era cuanto de drama y tragedia me esperaba en las próximas horas”.

Continuará…
——
Vicente Morín Aguado: morfamily@correodecuba.cu

Written by Havana Times

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