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La guerra fría se acabó

El gran autor ruso Vladimir Nabokov ofreció cursos sobre Literatura Europea en la Universidad de Cornell, New York, entre los años 1948 y 1958. Fueron conferencias en las que el propio autor demostró el talento y las dotes que le hicieron brillar en lo que se considera la mejor novela escrita en lengua inglesa en el Siglo XX, «Lolita». Según algunos hoy renombrados intelectuales, sus alumnos de entonces, Nabokov fue un gran profesor, no porque enseñara bien la materia, sino porque daba el ejemplo e inculcaba en sus estudiantes una actitud profunda y afectuosa hacia la literatura que impartía. En los cuadernos de aquellas memorables clases nos recuerda el ruso:

“La literatura es invención. La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un embaucador, como lo es la architramposa Naturaleza.”

Para más adelante insistir:

“Hay tres puntos de vista desde los que podemos considerar a un escritor: como narrador, como maestro, y como encantador. Un buen escritor combina las tres facetas; pero es la de encantador la que predomina y la que le hace ser un gran escritor.”

Se preguntarán ustedes ¿por qué Nabokov hoy acude a mi memoria?
Bueno, por Obama ayer. Fue su último «Estado de la Unión» lo que provoca esta desdichada disgresión en mi mente. El presidente americano me recordó, de maravilla, las palabras de Nabokov sobre las cualidades que debe tener un buen escritor para escribir un gran libro. El problema está en que Obama no hace literatura ni ficción, sino política, vulgar y corriente política, pero desdichadamente escrita en un discurso encantador con la architramposa intención de vender su libro sobre la historia de su presidencia, reescribiéndola como un relato de historia verídica cuando es un insulto al arte y a la verdad, lo que viene a demostrar, no obstante, que es un gran escritor, porque precisamente, como decía Nabokov, es un buen embaucador sobre lo sucedido en América en estos últimos 7 años.
En un momento de su re-escritura el presidente dijo que el progreso experimentado por la nación en estos últimos años «es el resultado de las elecciones que hacemos juntos».
Sí, señor Presidente, me resulta usted un gran escritor. Tiene talento como narrador, demuestra aptitud como maestro de su relato y le sobran cualidades como encantador. ¿Es por eso que tanto acude a las órdenes ejecutivas para después convertirlas en «elecciones que hacemos juntos»? ¿O es porque, precisamente, lo que le ha sucedido en estos años no es precisamente el resultado de las elecciones que han hecho juntos todos ustedes? Pero, si es así, si han elegido juntos, ¿por qué tanto acude al úcase en vez de negociar con el ala legislativa?
Un buen presidente es, en esencia, un buen negociador y usted ha demostrado ser, precisamente, todo lo contrario. Pero cuando se enfrenta a la labor de escribir su literatura política, la de sus memorias en estos siete años como inquilino de la Casa Blanca, demuestra, con exceso, cuáles son las cualidades que debe tener la literatura, la buena literatura que, como decia Nabokov, era pura invención.
No voy a perder el tiempo despejando la duda sobre la realidad de América en el mundo, por ejemplo, sobre lo que Obama declara son «simples habladurías»: el declive económico de los Estados Unidos, la fortaleza de los enemigos políticos de su país,especialmente ISIS y Al Qaeda, y el debilitamiento de esa nación, la pérdida de la influencia de norteamerica en los destinos políticos del mundo.
Para usted eso es solo la ficción dentro de su ficción. No se sabe aquí si es que es como usted se lo cree, o si realmente lo está ahora mismo inventando, fabulando, reescribiendo. Hay demasiada falta de originalidad, demasiada ligereza en el pensamiento.
No se puede entender que los Estados Unidos sea el «país más poderoso del mundo» y «Punto», como usted demanda, y tratar de ajustar esta categórica afirmación con el desafio que representa Corea del Norte y sus ensayos nucleares, o la presencia de embarcaciones estratégicas de Irán en las aguas del Atlántico, algo nunca antes ocurrido, o el desafio abierto de Rusia con respecto a Siria y Bashar Al Assad.
Pero los límites de la credibilidad poética y literaria del Obama de ayer noche fluye hacia la narrativa de la fantasía, y de la sicodelia, cuando nos acercamos al proceso de deshielo que ha seguido esta administración con el régimen de La Habana, o el convenio de este autor-escritor-presidente con Irán sobre su inversión nuclear que, no podemos cansarnos de recordar, lo único que hace es desplazar en el tiempo los planes de desarrollo en ese país de las tecnologías nucleares armamentistas.
En el caso de Cuba no ha habido una exigencia de la dictadura que usted mismo no haya accedido, y lo sigue haciendo. Y así en su literatura de ayer sobre La Habana volvió a su repetido poema:

“¿Quieren consolidar nuestro liderazgo y credibilidad en el continente? Reconozcan que la Guerra Fría ha terminado. Levanten el embargo”.

Y aquí me detengo un poquito.
Siempre he condenado el uso, y el abuso, de los términos. Los políticos los usan en exceso, y los políticos con ínfulas de plumaje literario elevan su uso a la enésima potencia. Es una aritmética a la que ayer el presidente acudió con excesiva redundancia. Primero intentando vendernos la ficción de que «la guerra fría se acabó» y, por tanto, hay que enterrar el hacha de los viejos enemigos. ¿Ya no lo son? ¿Nunca lo fueron?
A veces el exceso de metáforas e imágenes confunden el lenguaje y los pasajes narrativos en una obra de ficción, como la suya de ayer noche.
Segundo, ¿quién define el principio y el fin de algo? A fin de cuentas, la historia la cuentan los vencedores, o esa es la crónica que prevalece en la memoria de la humanidad. Los países de Europa del Este no muestran una estabilidad democrática y Rusia, bueno, Rusia sigue siendo Rusia. El señor Putin distribuye su amenaza en Siria y el señor Obama no tiene muro de contencion que interponerle, ni siquiera existe hoy el de Berlín, y aquel fue construido por el Este. La historia a veces da bofetadas de venganza.
Resulta verdaderamente paradójico. Rusia al parecer desapareció y con ella sucedió «el fin de la historia». ¿Cómo se comprende entonces que Putin hoy decida cuándo, cómo y en qué momento se deba o no negociar a Al Assad? Hoy mismo lo está diciendo y usted no cuenta.
Y sobre Cuba, ¿quién garantiza que el embargo traza la historia del renacer democrático de ese país? ¿Quién escribe este cuento?
La memoria es el mejor amigo de la escritura y de los buenos escritores. ¿Qué ha pasado con Vietnam, con la misma Rusia, y la China de los mandarines rojos que es hoy un imperio económico, adonde fluye el capital y las compañias americanas, que abandonan los Estados Unidos y se trasladan al Oriente? América apoyó su industria automovilística gracias a los préstamos de estos mandarines neocapitalistas, fue en su gobierno, es parte de su literatura, ¿la volvió a reescribir?
Los destinos del dólar hoy juegan su cachumbambe por aquellos lejanos lugares, en la tierra de los mandarines y las sombrillas. Y ellos invaden las tierras del oeste, comprando gigantes corporativos en todos los estamentos de América. ¿Usted no se entera desde los jardines de la Casa Blanca o se trasladó ayer a Manderley?
La poesía del embargo es la de la transacción condescendiente con el enemigo, que no quiere cambiar su lectura, pero que impone el cambio en su contrario. Hoy, cincuenta años después, no es América la que ha cambiado al régimen de La Habana. Todo lo contrario. Ha sido La Habana la que ha cambiado a Washington, y con el mismo poema ideológico de entonces.
Lo que significa la novela de Obama es que el fin de la guerra fría es el fin del sueño de un presidente americano de cambiar una dictadura para convertirla en una democracia. En su lugar, ha decidido escribir la novela de su vida: acceder a la coexistencia de América con una dictadura para que le permitan coexistir con el resto de las otras dictaduras de la izquierda en el continente, y que le abran las alamedas al aplauso en esas tierras de izquierda.
La izquierda es generosa con las mentiras, señor presidente, a lo mejor usted  lo logra.
Como dije al inicio, recordando las conferencias de Nabokov en la Universidad de Cornell, «la literatura es invención; la ficción es ficción». La ficción y la literatura del señor  Presidente Obama es el sacrificio de Cuba para lograr la coexistencia indefinida de una democracia con la más larga dictadura del continente, tal vez recordando que ese mismo país mantiene la misma narrativa con el bloque árabe, con Arabia Saudita, Qatar y el resto del puñadito de naciones musulmanas que controlan el petróleo en el Oriente cercano. Tal vez por eso en su relato de ayer noche le pasaba tanto la mano a los musulmanes, con demasiado cariño.
Quizás sea su falta de originalidad literaria, o tal vez que sus recursos como creador literario sean demasiado pobres. O, ¡quién sabe!, como más de uno ha insistido, algo tenga que ver con su verdadera agenda escondida de socialista convencido. Y tal vez una muestra de esta agenda oculta tenga algo que ver con el anuncio, por parte de uno de sus voceros, de que no hará público pronunciamiento de apoyo a ninguno de los dos más importantes candidatos a las primarias demócratas. Su narrativa es que se lo cederá al partido, su partido.
Algunos han sugerido que esto se debe a que el presidente se inclina por la señora Hillary Clinton, pero, y esto es lo que yo me temo, lo que verdaderamente pudiera esto demostrar es que, el presidente, el Obama de la ficción televisada de ayer, evidentemente guarda más simpatías por el socialista Sanders que por la «conservadora» Clinton.

En Cuba nosotros decimos «a buen entendedor pocas palabras bastan».

Written by jmartin

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