Cuenta un periódico europeo que ha surgido en la isla el oficio de “alcahuete autónomo que ofrece su servicio al empresario impaciente y primerizo”. Promete guiarle hasta donde se “aprueba o rechaza hoteles en los cayos, campos de golf en Trinidad, grúas en Matanzas, inodoros en La Habana y bobinas en Ciego de Ávila”.
Agrega que “La generosidad o tacañería del empresario apresurado, manifestada en la calidad y cuantía de las comilonas y propinas anticipadas al charlatán, determina su facundia”. Para terminar reconociendo que este “es el floreciente timo del facilitador cubano”.
Y hay que reconocer que estos estafadores son muy buenos en su oficio, juegan en grandes ligas, timando a experimentados empresarios. Algunos pasan más de un año “chupando de la teta” antes de que el capitalista extranjero se dé cuenta de lo que ocurre.
En general son gente que en algún momento estuvieron metidos en el sector político, en la Seguridad del Estado o incluso en el Poder Popular. Esos cargos, les permitieron conocer de primera mano o por comentarios a importantes personajes del país.
Las relaciones son una herramienta que bien utilizada puede dar mucho dinero. Los informes confidenciales “estuve con el hijo de XXXXX y me comentó que estudian abrir inversiones en tu sector y que puede garantizar que tu nombre esté al comienzo de la lista”.
Claro que “el hijo de XXXXX pide un dinero a cambio y no puede ser poco porque debe compartirlo con el ministro de XXXXXXX, que es el que firma”. Los empresarios se resisten a dar nada antes del contrato pero si no lo hacen “tu competencia se comerá el kake”.
En ocasiones el hijo de XXXXX ni siquiera sabe que utilizan su nombre o el de su padre pero no pocas veces también forman parte de la estafa. Su relación familiar con hombres y mujeres poderosos les permite desarrollar un rentable y creciente negocio de “venta de influencias”.
Los alcahuetes de los empresarios recorren con ellos los restaurantes de moda, “ordeñando” a su victima todo lo que pueden
Es difícil saber si actúan como intermediario de sus padres para aumentar los ingresos familiares o si lo hacen “por cuenta propia” pero lo cierto es que hay más “hijos de papá” involucrados con empresarios extranjeros de lo que sería recomendable para prevenir la corrupción.
Nadie habla claramente, se comunican sin dar nombres, con frases cortadas y señas, dando la impresión al extranjero de que hay que ser cuidadosos porque preguntar demasiado sería peligroso para todos, “tú sabes la cantidad de explotes que ha habido?”.
Muchos de los “alcahuetes” son contemporáneos de los hijos de los dirigentes cubanos, incluso de los nietos. Han estudiado juntos en el preuniversitario Lenin o en las escuelas militares y conocen realmente a muchos de ellos, lo cual les permite saludarlos en público.
Los hijos de papá se mueven en los mismo “circuitos” que los empresarios extranjeros por lo que es fácil topar con ellos. Nada tranquiliza más a la víctima que ver, en el restaurante de moda, como su “intermediario” se para y va a saludar al hijo de XXXXX que cena en otra mesa.
Puede que realmente sean ambos socios en la venta de influencias pero aunque solo se hayan saludado, el alcahuete volverá con la noticia de que “el hijo de XXXXX aceptó canalizar tu oferta pero no puede haber contacto directo, por razones obvias”.
La falta de transparencia de la economía hace difícil saber cuáles son los procedimientos normales, quienes son los que aprueban los contratos y proyectos o por qué se pierde una licitación. Ni siquiera tienen que informarle al empresario la razón por la que se le retira el permiso para comerciar en Cuba.
Para empeorar las cosas, a las empresas extranjeras se les prohíbe hablar directamente con el cliente cubano. Todos los contactos son a través de una empresa importadora que actúa como intermediaria, aunque nunca hayan oído hablar del producto que se negocia.
Conocer funcionarios que trabajen en esas importadoras vale oro, literalmente hablando. Este es otro terreno fértil para el “alcahuete” que se quedará siempre con una parte de los sobornos, aunque el negocio no se cierre porque “al jefe de mi socio otra empresa le dio más dinero”.
De esa forma dejan el terreno abierto para que la próxima vez el soborno sea aun mayor porque “hay que salpicar también al jefe”. Algunos empresarios desisten a la primera, otros vuelven a apostar y siguen perdiendo su dinero.
El que siempre gana es el “alcahuete” aunque eso implique a la economía cubana la perdida de buenos negocios, multiplique la corrupción y, lo que es peor, genere la falsa percepción de que Cuba es una especie de “República Bananera”.
Las reglas para que los empresarios extranjeros inviertan o comercien con Cuba son muy complejas y enredadas