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“No te metas a viejo”

Ancianos vendedores de periódicos (foto de Juan Antonio Madrazo)

Ancianos vendedores de periódicos (archivo)

LA HABANA, Cuba.- Allá por los años setenta, el comediante cubano Enrique Arredondo solía decir con su talento inigualable: “No te metas a viejo, porque si entras, no sales”. Lo que no imaginaba el actor era que años más tarde, con la creciente pérdida de valores morales de nuestra sociedad, entrar a la tercera edad se convertiría en una desgracia, pues los ancianos son el sector más vilipendiado en nuestro país.

Según el último censo, realizado en el 2012, el 18 % de la población cubana tiene más de 60 años. Pero la cuestión va más allá del mero hecho de ser una población anciana, numerosa y vulnerable, que día tras día se enfrenta a una pobreza indescriptible. Lo más peligroso es la incomprensión de quienes aún no han llegado a viejos.

Cruzar la calle, por ejemplo, es una empresa difícil para un anciano, no solo porque ya sus reflejos no son los mismos, sino también porque muchos choferes son despiadados ante su situación.

Esto lo puede atestiguar Emma Fernández, de 80 años. Emma dedicó gran parte de su vida al magisterio. Hoy recibe una pensión de 200 pesos y es impedida física. Todos los días tiene que ir desde Santos Suárez hasta el Barrio Chino, a kilómetros de distancia, por ser allí donde pudo conseguir lugar en un comedor público.

El viernes pasado, el transporte estaba peor que otros días. Para llegar a tiempo a su almuerzo, Emma tomó un ómnibus de la ruta P8 y se bajó en la calle Monte, frente a la tienda La Isla. Empezó a caminar por la línea amarilla, “cazando” una 222 que la acercara más, cuando de pronto un almendrón le frenó encima de tal manera que aún no sabe si el bastón se le cayó del susto o si el carro se lo tumbó. “¡Me puse nerviosísima! El chofer ni abrió la boca, pero me escarneció con la mirada. Una joven que observaba vino en mi auxilio y le dijo unas cuantas cosas al chofer”.

La insensibilidad de aquel individuo es escalofriante, pero por desgracia no es un caso aislado. Me cuenta Jorge García, un anciano de 82 años, que una de estas mañanas iba a buscar el pan de la libreta, y se detuvo un momento al bajar a la calle, sin percatarse de que venía una moto. El motociclista, en lugar de desviarse –para lo cual tenía tiempo y espacio suficiente– tocó fuerte la bocina casi encima de él, y el señor se puso tan nervioso que se quedó paralizado.

Algo parecido le ocurre a Sarita Coira, vecina de La Víbora. Cuando viene a visitar a su hermana en Lawton cruza por el semáforo de Diez de Octubre y Acosta. “Siempre espero a que pongan el muñequito (la luz) verde, pero cambia muy rápido y me quedo a mitad de la calle. Eso me pone muy nerviosa y temo que un día me fallen las piernas”. Al respecto un chofer dice que “a los semáforos no les dan mantenimiento, y hace algún tiempo que están mal regulados. De eso debe encargarse ‘Seguridad Peatonal’, pero al menos la de Diez de Octubre no hace nada”.

Diez de Octubre es uno de los municipios más poblados de la capital, con varias calzadas de mucho tráfico, que son transitadas diariamente por ancianos.

Desde 1992 en nuestro país fue creado el Centro Iberoamericano de la Tercera Edad. Entre sus funciones se encuentra velar por el bienestar de los adultos mayores. También entre los lineamientos para la política económica y social se establece estudiar e implementar estrategias para el bienestar de los ancianos. Sin embargo, no se educa a la población para convivir con ellos.

Luisa María, una anciana que vive en la calle 14, comenta que hace unos días iba a cruzar por Infanta y San Lázaro y le pidió ayuda a un joven. Este le dijo que cruzara, que estaba la roja, pero en medio de la calle cambiaron la luz y no le dio tiempo de llegar a la acera. El chofer que esperaba el cambio del semáforo aceleró para apurarla. Por eso ahora cuando necesita cruzar no solo pide el favor, sino que se agarra del brazo de la persona. “A algunos no les gusta, pero siempre me disculpo con alguna frase agradable. Se trata de mi vida”.

Al escucharla, recordaba una anécdota que me ocurrió a mí misma hace un par de semanas. Precisamente necesitaba cruzar Infanta y le pedí ayuda a un joven que se disponía a hacer lo mismo. Con sorprendente amabilidad, el muchacho me tomó del brazo y con paso tranquilo me depositó en la otra acera. Yo iba pensando que con jóvenes tan atentos no todo está perdido, cuando, al darle las gracias, me sacó de mi confusión: al contestarme pude percibir que no era cubano, y me pareció que ni siquiera hablaba español.

Written by CubaNet

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