LA HABANA, Cuba.- No cabe duda de que los avances en la actualización del socialismo que pregonan funcionarios y amanuenses del gobierno, con enfermiza insistencia, son pura fantasía.
Se percibe una tendencia, a todas luces irreversible, hacia la profundización del desabastecimiento, la inflación y otros efectos derivados de los atrincheramientos, burdamente camuflados con estadísticas, discursos y aperturas que no resisten un análisis serio.
La escalada de precios en los agromercados demuestra cuán justificados resultan los denuestos del pueblo en relación al proceso de cambios económicos que contribuirían, según sus patrocinadores, a un alza gradual en las producciones nacionales, sobre todo en los rubros agrícolas.
No hay que hacer mucho esfuerzo mental para llegar a la conclusión de que los desembolsos del gobierno en la adquisición de alimentos, en el mercado internacional, continuarán oscilando entre los 1800 y 2000 millones anuales. La imposibilidad de hacerlo nos acercaría a la necesidad de ayudas de emergencia de la comunidad internacional.
Tal escenario pudiera articularse a partir de la vigencia del inmovilismo y el énfasis en políticas que solo sirven para reforzar los espejismos. Esa insistencia en mantener las trabas y las prohibiciones absurdas sin dejar de mencionar los contratos leoninos que le impone el Estado al campesino es el quid de que los agros se vayan convirtiendo en museos, según dijo un cliente después de desestimar la compra de una libra de tomates.
El aumento de un 300 % en el precio de la hortaliza (de 5 a 20 pesos nacionales), es solo el botón de muestra de un fenómeno que afecta a decenas de productos.
Hasta cierto punto es comprensible que las protestas de los frustrados compradores deriven a menudo en acalorados intercambios de groserías e invitaciones a zanjar la controversia a puñetazos. No es fácil cubrir las necesidades alimentarias de la familia con lo que se obtiene por laborar en los empleos estatales (más del 80% de los existentes en el país), donde los honorarios son menores que los que reciben los trabajadores por cuenta propia. El salario promedio nacional continúa sin poder rebasar la humillante barrera de un dólar diario.
No obstante, en alguna medida la situación golpea a todos. Comer tres veces al día como Dios manda seguirá siendo una quimera para miles de cubanos.
A ojos vista no hay solución posible. Los vendedores de los agromercados aducen que tienen que comprar la mercancía a los intermediarios a precios excesivos. Estos últimos a su vez, alegan que deben afrontar circunstancias análogas. Aparte de que los campesinos también les exigen desembolsos astronómicos por las cosechas que quedan libres de los contratos con el Estado, deben contar con el dinero suficiente para pagar las extorsiones de los policías en las carreteras.
Al conocer estos detalles del problema es obvio que los agromercados irán pareciéndose más a una galería de arte rural. El Estado favorece el cambio. No quiere liberalizar la economía. Darle la tierra en propiedad a los campesinos, como hizo Deng Xiao Ping en China en los inicios de la transición al llamado socialismo de mercado.
A estas alturas de la historia se sabe que Raúl Castro no aceptará el fracaso del modelo que fundó junto a su hermano y una claque de arribistas, holgazanes, marrulleros, ineptos y fanáticos. Seguirá limitando sus acciones a los parches con el propósito de garantizar la continuidad de la dictadura.
¿El pueblo? Pues que se las arregle como pueda. Así pensará, aunque aparente lo contrario.