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El sector privado en Cuba: un camino azaroso

Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Juan Suarez

Foto: Juan Suarez

HAVANA TIMES — Hasta finales de los años 80 mencionar la palabra “negociante” en Cuba era similar a una obscenidad. Trabajar para el Estado era la norma, y hasta los campesinos que no entregaban sus tierras a una cooperativa se veían cuestionados. La moral comunista imponía sus reglas.

Todo cambió en los 90, cuando la caída de la antigua URSS y el campo socialista europeo dejó al país en peores condiciones que la ruptura con los Estados Unidos. Con gran dolor Fidel permitió el trabajo por cuenta propia como una forma no estatal de gestión económica.

Fue previsto de manera sencilla, con la idea de que se explotara el trabajo propio, no el ajeno o solo en casos excepcionales muy limitados. De ahí viene el singular nombre que se le ha dado al sector privado en Cuba, “cuentapropistas”, sugiriendo un acto más de economía natural que capitalista.

La esperanza del Gobierno era que en unos pocos años la economía estatal socialista los aplastara con su recuperación. Pero el milagro nunca sucedió. Bajo esa perspectiva los cuentapropistas arrastraron durante muchos años grandes limitaciones y no se otorgaban nuevas licencias. La idea era quitarlas, no hacerlas crecer.

Raúl Castro hereda en 2006 un país en quiebra total. Aquellos debates de Fidel en el Palacio de las Convenciones, donde probó el chocolatín y se mostraron los equipos eléctricos de la llamada Revolución Energética, fueron muy populares, pero duplicaron la deuda externa cubana sin que se invirtiera nada significativo en el sector productivo.

Caímos en la lista negra de países poco confiables para acceder al crédito. Fue entonces que el nuevo presidente tuvo la valentía o la única alternativa de hacer algunos cambios, entre ellos, el de permitir que se otorguen nuevas licencias para la gestión privada. La gama de actividades económicas se amplió y contempla, aun de forma limitada, la contratación de empleados.

Aqui se vende cualquier cosa. Foto: Juan Suárez

Antes de la apertura casi todo era ilegal y un carpintero, un vendedor ambulante o un camionero era oficialmente un delincuente furtivo. Actualmente tienen sus permisos, pero todavía son tratados en muchos aspectos como “delincuentes legalizados”.

Raúl en sus discursos ha pedido al aparato estatal que respete las nuevas formas productivas y ya se permiten relaciones contractuales entre entidades estatales y privadas. Pero hay argumentos para afirmar que el Estado cubano desprecia su sector privado y lo tolera como un mal necesario. Peor aún, los obliga a delinquir, a mentir, e ir siempre por “la izquierda”.

Dos ejemplos bastarán para retratar el panorama

No tienen un mercado mayorista donde adquirir sus materias primas a precios justos. Por ley solo les queda el mercado minorista cubano, que es muy caro e inestable. Con clientes sumamente empobrecidos, el cuentapropista se ve forzado a acudir al mercado negro, donde el origen principal es el robo al Estado o al pueblo. No tienen otra opción.

Por otra parte, la política impositiva es feroz y asfixiante, pues graba los negocios pequeños como si fueran empresas trasnacionales. Si eres honesto con el fisco, tienes que cerrar el negocio.

Para que se entienda mejor, si el dueño de una pizzería compra legalmente la harina, el queso y la salsa de tomate, tendría que vender una pizza en 25 pesos, precio imposible para clientes que ganan menos que eso en ocho horas de trabajo. Solo se logra un precio accesible si se trabaja con materiales robados. ¡Imagínense cuánta harina se roba en Cuba si hay miles de pizzerías trabajando constantemente y es la comida rápida que más se vende!

Cerrajero. Foto: Juan Suárez

Lo mismo pasa con los camiones que cargan mercancías y pasajeros o con los almendrones: andan como hormigas en la carretera y todos trabajan con combustible robado. ¿Quién podría pagar el pasaje si compraran el diesel carísimo en un servicentro estatal?

Lo más preocupante de estas prácticas no es el robo al Estado ni siquiera al pueblo, es el precedente negativo que se crea y que en el futuro puede tener consecuencias funestas. Si un niño nace en un hogar disfuncional tiene pocas posibilidades de ser un adulto correcto y juicioso. Si el sector privado cubano nace necesitando mentir al fisco y forzado a las ilegalidades, ¿qué podemos esperar en el futuro?

Hoy se trata de sacos de harina, bidones de diesel o una mentirita piadosa, pero mientras resolvemos el día a día los valores morales y éticos se están deformando. Cabe preguntarse si nuestro empresariado del futuro tendrá escrúpulos para evadir impuestos o lavar dinero.

Al Estado le preocupa la fuerza que va tomando el sector privado, porque amenaza su supremacía económica, pero ya soltaron las amarras y no lo pueden parar. No falta gente radical que los culpe del alto costo de la vida, sin embargo, los que tenemos un poco más de visión sabemos que no es exactamente así.

Es un sector que está llamado a crecer y a consolidarse como un actor económico determinante para el desarrollo que necesitamos. Solo nos preocupa su deformada génesis y las posibles consecuencias negativas que acarree para el futuro.

Written by Havana Times

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