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“Prefiero llamarme Jessica con J, no con Y”

Sin mostrar el rostro, busca el anonimato como forma de protección (M. A. Santos)

Sin mostrar el rostro, busca el anonimato como forma de protección (M. A. Santos)

LA HABANA, Cuba.- Estuve conversando largamente con una mujer de veintiséis años que sabe muy bien qué cosas quiere y cuáles no. Trabaja como técnico en contabilidad en una dependencia del Ministerio del Turismo, pero asegura que jamás ha puesto sus pies en un hotel como paseante. El dinero que gana no dura más que una semana, después tiene que “inventar”. Esta muchacha, de pensamientos coherentes y armoniosos, nació en La Habana durante la última década del siglo pasado; debe ser por eso que su nombre comienza con Y, pero, como me pidió que no lo develara, me veo obligado a rebautizarla. Para los lectores ella será Yessica, aunque la máquina se empeñe en corregir la ortografía y ponga una J donde escribí Y. Cuando le advierto del posible empeño del corrector ella sonríe, y dice que sería mejor con J. “Ese me gusta, así me llamaré Jessica por un rato, como la Lange. Me encantaría poder controlar a algunos monstruos como ella hizo con King Kong”.

Cuando me recibió en su casa ya conocía el tema de nuestra conversación, una amiga nos puso en contacto y le contó, eso propició el diálogo largo y fluido. Con solo sentarme se “desplayó”. Por ella supe que el primero en viajar en la familia fue su padre, cuando todavía no la había engendrado. Antonio viajó a África con apenas diecisiete años. “Yo no había nacido”, pero leyó cada una de las cartas que escribiera, el que más tarde sería su padre, a la novia. “Alguna vez me descubrió leyendo el diario que llevó en Angola y que luego continuó en Cuba; se molestó mucho cuando descubrí lo que realmente pensaba de la guerra”. Jessica siempre creyó que Antonio había roto aquellas páginas pero su madre las desempolvó después de su muerte. “Ahora son mías y las leo con frecuencia”. También su madre conserva la medalla de internacionalista. “¡Pero ahora que él no está yo me niego a mirarla!”.

Jessica se conmueve hablando de su padre. “Era el mejor hombre del mundo, aunque dice mi madre que después de la guerra no volvió a ser el mismo, que antes era mucho más alegre”. Su hija lo recuerda trabajando mucho para mantener a la familia, para hacer arreglos a la casa que cada día amenazaba con venirse abajo. “Mi padre peleó en Angola pero nunca pudo arreglar el techo de su casa”. Así habla y muestra las huellas de humedad del techo de vigas y lozas que parece que se desplomará de un momento a otro, y siente miedo, pero no tiene otro lugar a donde ir. Allí vive con su madre, con su marido y su hija…

Cuando le pregunté si nadie más de la familia había salido de Cuba le brillaron los ojos y habló de su madrina, quien salió por el aeropuerto de La Habana con el pasaporte de una cuñada que ya residía en los Estados Unidos. Curiosamente las dos tenían cierto parecido, “lo demás fue producción”. Después de chequear pasaje y pasaporte, la verdadera dueña del documento salió y entró la madrina de Jessica. Así fue que llegó a México, y después viajó hacia la frontera con los Estados Unidos, “lo demás lo puedes imaginar, ¿no te parece que esa historia daría pa’ una novela? ¿No te embullas a escribirla?”

Jessica quiere irse del país porque pretende tener alguna vez un sueldo decoroso. Al finalizar el mes le pagan 300 pesos y una “estimulación” de 10 CUC. Entrecomillando estimulación ahorro los improperios que ha dicho esta mujer, aunque dejo escritas algunas de sus angustias: “¿Qué se puede hacer en este país con 300 pesos y 10 CUC? Por eso quiero irme, y también para poder vivir sola con mi marido y con mi hija, y para no pagar ni un centavo más para las Milicias de tropas territoriales. Cada vez que las pago recuerdo a mi padre… Me encantaría negarme, decir no, gritarlo, pero no me atrevo. Ya puse a un padre que dejó mucho de su salud en el África”.

Esta joven no se atreve a escaparse en una lancha, no quiere exponer a su hija a una travesía tan riesgosa y tampoco tiene 9 mil dólares para que los tres puedan hacer juntos el viaje. No tuvo nada que vender para irse al Ecuador, recorrer Centroamérica y llegar a México. Lo único que ha hecho hasta hoy es inscribirse en el sorteo, para ser más exacta lo hizo por ella su madrina. “Porque yo no tengo computadora ni Internet”.

Hace unos meses se enteró de un embarazo y decidió interrumpirlo de inmediato. “Casi me muero. Me indicaron unas tabletas abortivas. Unos días después tuve un sangrado ligero y me hicieron un ultrasonido, Los médicos aseguraron que el aborto se había concretado. Luego vendrían los dolores, el feto no había salido e intentaron sacarlo, me estuvieron trasteando un largo rato y creyeron que lo habían sacado todo, me mandaron para la casa. Una semana después mi marido me encontró inconsciente sobre el suelo del baño, sangrando, entonces me enteré de que habían quedado restos y de que estuve a punto de hacer una peritonitis. ¿No crees que esa sea una razón poderosa para querer largarme? Y no pienses que no estoy enterada de que eso puede ocurrir en cualquier país, pero no soporto que todo el tiempo me estén hablando de lo buena que es nuestra salud pública y que no se mencione lo que tiene de malo. Lo que me ocurrió, y que me pudo costar la vida, ningún periódico lo cuenta. Estoy cansada de que hablen todo el tiempo de lo grandiosa que es la revolución, de que no existan espacios para el que no cree en tanta perfección”…, entonces hizo un silencio largo y me miró a los ojos, esperó a que yo dijera algo. “Perfección y revolución también suenan discordantes”. Eso dije, y dejé de grabar.

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Written by CubaNet

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