Hoy que se celebra el día del amor y la amistad, me ha dado por pensar en las maneras en que se han representado en nuestro cine esos sentimientos. En sentido general, los cineastas cubanos se han entregado más a los servicios de la razón que a los de la emoción. Nuestras películas suelen ser más intelectuales que emotivas: hemos preferido aspirar a la trascendencia del discurso antes que al estremecimiento que hay en las pasiones asociadas al melodrama más convencional.
Esto no quiere decir que los cineastas han evitado mostrar el amor, con todos sus desvaríos, solo que por lo general lo afectivo ha sido el vehículo que el autor utiliza para llevar al espectador al lugar donde se hablará sobre lo Social, lo Ideológico, lo Estético con mayúsculas en cada caso. Pocas veces se ha ambicionado operar en el círculo de esas historias mínimas que, al final, son las que inventan el amor y el desamor en lo cotidiano.
De todas formas, hay secuencias del cine cubano que me matan por las maneras en que los cineastas consiguen mostrar las pasiones de sus protagonistas. Estoy pensando, por mencionar algunas, en Una novia para David, de Orlando Rojas, Clandestinos, de Fernando Pérez, Amada, de Nelson Rodríguez (con la colaboración de Humberto Solás), María Antonia, de Sergio Giral, Fresa y chocolate, de Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet, Barrio Cuba, de Humberto Solás, Amor vertical, de Arturo Sotto, o Los dioses rotos, de Ernesto Daranas.
Seguro se me quedan otras, pues las he mencionado según va llegando a mi cabeza el recuerdo de algunas de sus escenas, con los personajes entregados a una pasión desenfrenada donde el erotismo o la amistad que viven se convierten a su vez en personajes ellos mismos.
Juan Antonio García Borrero
