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Vivir del invento

GUANTÁNAMO. En Cuba, vivir del invento se le llama al trabajo fácil e informal en el que, por lo general, no median compromisos ni firmas. Pero no es de esas, la historia que sigue.

Antes de ser el Toly de las maquinarias y los inventos, como muchos le llaman, Isidoro Cuevas era un obrero soldador en el sistema de la construcción. Y no era fácil. “Soldar tiene su magia, me dijo alguna vez, no es escuela y ya, soldar es casi un arte, casi un misterio”.

Fue con su traje de soldador que llegó a la Fábrica de Conservas Guaso, a unos 2 kilómetros de la ciudad de Guantánamo. Dice que hizo lo suyo y antes de regresar a su puesto le había cogido el gusto y tanto que solicitó una plaza y en cuestión de nada empezó en los talleres de la fábrica.

Era el año 1981 y la tecnología ya era obsoleta. Las máquinas más antiguas eran un par de tapadoras de la Continental Can Inc of New York en 1916, una empresa norteamericana fundada en 1904 que tres décadas después operaba 38 plantas en Los Estados Unidos y Cuba, y en el escenario de la II Guerra Mundial, alternaba la fabricación de envases con partes de aviones y bombas para los Aliados.

Tapadora de latas de hojalata de medio kilogramo fabricada en el año 1916 por la Continental Can Inc of New York. Foto: Lorenzo Crespo Silveira.
Tapadora de latas de hojalata de medio kilogramo fabricada en el año 1916 por la Continental Can Inc of New York. Foto: Lorenzo Crespo Silveira.
La construcción civil, mientras, fue levantada en el año 1960 como una desmotadora de algodón fracasada. El cultivo, cuenta el historiador Luis Figueras, “se sembró en los alrededores y allí íbamos los miembros de la Asociación de Jóvenes Rebeldes a sembrar los tallos y recoger las motas…, pero nunca se dio bien”.

Todo estaba cuando Toly llegó a la industria. “Los hierros me llamaban. Empecé a chocar con la maquinaria, a fijarme en su funcionamiento, a ponerme al lado de los mecánicos… Cambié la antorcha por las llaves, y aprendí a reutilizar piezas, inventar nuevas”.

Me mira fijo, con una media sonrisa que no le abandona el rostro desde que lo conozco. Es bajo y menudo, y camina muy rápido a pesar de que sus casi sesenta años bien cumplidos.

A cada problema impuso lógica e inventiva. Me lo dice a su manera: que cuando el mecanismo hidráulico del vertedor de la línea de pulpa de frutas se detuvo definitivamente, él le puso cabeza y lo sustituyó por uno mecánico y la recuperó para el reino de los “vivos”, y que lo mismo pasó con la estera seleccionadora y con cuanta máquina, en los últimos 30 años, ha querido decir basta.

Otras las creó de cero: una esterilizadora de latas de hojalata que ensambló a una de las tapadoras centenarias, una máquina para trocear frutabomba, una llave especial para el taller y una bomba sanitaria que trasiega la pulpa hacia los repasadores y los tachos, a los que bautizó con su nombre.

Ese, acaso, es de los pocos “lujos” que este Mecánico A en Mantenimiento Industrial le confiere a su ego: a cada máquina ganada para la vida útil, a cada invento…, le estampa con estaño y metal su apodo, Toly, no importa si nació de sus manos o en una fragua de la fría New York.

Ese y no entender de tiempos difíciles: “Cuando las cosas se ponen peores es cuando menos pienso en eso, estoy demasiado ocupado buscando soluciones”.

Sí dice que no siempre los mecánicos trabajan como un comité de innovadores y que hay que unirse más. Está contento. Tiene a su lado gente que lo quiere y cuenta con él, pero siente que sus colegas –cuyos inventos han salvado la industria cubana en los últimos años- deberían ser mejor remunerados.

Por la estera seleccionadora, asegura, le pagaron poco más de 100 pesos, aunque el costo económico del cierre de la industria –hasta hace un lustro la única aquí capaz de procesar las producciones locales de mango, coco, frutabomba, guayaba y tomate, las fundamentales-, sería millonario.

Solo durante el pasado año, el buró provincial de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (Anir) registró, según la Oficina Nacional de Estadísticas, aportes de 8 millones de pesos.

Toly, el inventor. Foto: Lorenzo Crespo Silveira.

Simplemente, inventores

“Hemos visto también cómo faltan piezas de repuesto. ¿Por qué? Exactamente por la misma razón. Faltan piezas de repuesto porque son de máquinas especiales hechas en Estados Unidos, que los países socialistas no producen…”

“Nosotros recogimos las industrias de manos extranjeras –las más complicadas-, (…) porque la tecnología avanzada pertenece a los países capitalistas, que llegaban a nuestro territorio y establecían aquí sus modernas fábricas, que eran usadas por los obreros cubanos que no conocían nada más que el pequeño segmento que les tocaba (…) Los técnicos, en general, eran norteamericanos, extranjeros o tenían una mentalidad norteamericana. Y esos se fueron durante los primeros días (de 1959), raro es el que quedó de aquellos”.

Así caracterizaba el entonces Ministro de Industrias Ernesto Guevara algunos de los problemas este sector en septiembre de 1961, al tiempo que planteaba el objetivo de levantar fábricas para maquinarias y piezas de repuesto, la formación de nuevos técnicos y el respeto a los que aún permanecían en el país.

Para esa fecha se habían constituido los Comités de Piezas, que en cada fábrica se dedicaban a la recuperación y fabricación de partes y piezas, asesoraban a las administraciones y se dedicaban a aprobar las iniciativas útiles de los trabajadores.

La conferencia constitutiva de La Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores se efectuó finalmente el 8 de octubre de 1976, impulsada por las ideas de Lázaro Peña y el Che, proclamado presidente de honor.

En 1982 se aprobó la ley 38 Innovaciones y Racionalizaciones, todavía  vigente, y la extinta Academia de Ciencias de Cuba redactó las resoluciones 24 y 32 donde estableció el sistema para calcular  los efectos sociales y económicos de los aportes, y la escala para pagar al innovador, entre los 5 mil y los 10 pesos en moneda nacional.

La ley identificó como innovación “la solución técnica que se califica nueva y útil (…) aporta un beneficio técnico, económico, social o para la defensa, la seguridad y el orden interno y que constituye un cambio en el diseño o la tecnología de producción de un artículo o en la composición del material del producto”.

Mientras, nombró racionalización a “la solución correcta, nueva y útil de un problema técnico-organizativo o económico-organizativo (…) que porta un beneficio técnico-económico, social o para la defensa, la seguridad y el orden interno”.

Pero es el exiguo pago de las invenciones la real manzana de la discordia. Luis Hugo Negret, presidente de la Anir aquí, asegura que “es el primer reclamo de los más de 11 mil 800 miembros en Guantánamo”.

El segundo, precisó, “es la necesidad de crear un sistema más integrado de la ciencia y la tecnología que permita proteger efectivamente las innovaciones, más allá de los límites provinciales y nacionales”.

La Fábrica de Conservas Guaso es la segunda de su tipo más grande de la provincia. Foto: Lorenzo Crespo Silveira.A ello, dice, se suma que aunque cada año se realizan y registran nuevas inventivas, “no todas las empresas aplican la ley 38, que no es una ley de la Anir, sino del Estado, sobre todo porque los pagos por esos aportes les corresponden a las administraciones –que además solo son beneficiarios, pues no idean las soluciones ni las realizan-, y eso ha creado resistencia”.

 

 

 

Written by progresosemanal

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