Progreso Semanal.- Ahora que ya es oficial que Obama visitará Cuba en marzo, los principales medios de prensa en Estados Unidos están pregonando la decisión como una oportunidad para que el presidente sermonee a sus anfitriones cubanos acerca del buen funcionamiento de la sociedad civil, los derechos humanos y la democracia. Todo a la espera de que el contacto con la forma de vida norteamericana inducirá un cambio tan esperado en Cuba.
En un editorial del 18 de febrero, The New York Times comentó, sin un ápice de arrogancia, que Obama debe “decir a los cubanos que merecen algo mejor que los líderes escogidos por el Partido Comunista, que no rinden cuentas a su gente”. El editorial prosiguió instando a Obama a promover una transición política en Cuba “en la que a todos los cubanos se les concedan voz y voto”, de forma diferente a cómo funciona el sistema político cubano.
El editorial tipifica la opinión de los medios de que el viaje debe ser utilizado para regañar a los cubanos por sus deficiencias sociales, manteniendo así la larga tradición histórica de la interferencia norteamericana en los asuntos internos de la Isla. Y al parecer el presidente es el hombre que tiene el derecho de hacerlo, ya que es el que comenzó todo este proceso de normalización en primer lugar.
Lo que el Times escribió contrastó marcadamente con uno de los comentarios solitarios basados en la realidad, proveniente del Newark Star-Ledger, un día después del editorial de The New York Times. El medio señaló, perspicazmente: “Y predicar acerca de los valores es sólo mojigatería norteamericana: Estados Unidos ha patrocinado a terroristas entrenados por la CIA para hacer estallar aviones cubanos de pasajeros, poner bombas en hoteles cubanos, orquestar invasiones a Cuba, e intentar asesinar a su presidente”.
La visita de Obama es la continuación de su determinación de normalizar las relaciones con Cuba; una aspiración principal es que los cubanos aprendan de los norteamericanos cómo debiera funcionar un adecuado sistema económico/social, en base a los preceptos capitalistas corporativos de la nación más exitosa de la tierra –al menos según los norteamericanos.
Un designio importante de la política de Obama desde hace un año es eliminar tantas restricciones de viaje como sea posible para permitir que miles y miles de norteamericanos vengan a Cuba, todo con el fin de abrumar a los nativos con la cultura, la tecnología y la evidente superioridad norteamericanas. Una vez que los norteamericanos muestren a los cubanos lo equivocado de su sistema, el final de la revolución se producirá de forma natural. O al menos en teoría.
El nuevo enfoque para alentar a los norteamericanos a ver a Cuba después de 50 años de ser zona prohibida es el último intento de cambio de régimen, con la esperanza de destruir la revolución bajo la percepción consistentemente equivocada de que la mayoría de los cubanos siempre han buscado a los norteamericanos para que les brinden la oportunidad.
Durante el último medio siglo, Estados Unidos ha tratado de poner fin al gobierno de Castro castigando a sus ciudadanos, y ahora están tratando de recompensarlos. La eficacia del nuevo enfoque está abierto a la interpretación, aunque los decisores norteamericanos de políticas están asumiendo que el contacto con la cultura y los valores supuestamente preferibles de Estados Unidos (de los cuales los cubanos lo saben todo) finalmente tendrá éxito en acabar con el puño de hierro de la Revolución.
No hay nada malo con que los cubanos aprendan e incorporen los mejores aspectos de la sociedad norteamericana, independientemente de cómo se perciban. Sin embargo, el viaje de Obama puede tener un impacto más importante en el desarrollo de relaciones amistosas; que en realidad podría ser el presidente el que aprenda, de primera mano, cuáles son los mejores aspectos de la sociedad cubana. Y que finalmente podría darse cuenta de que existe un legítimo contrato social entre el pueblo cubano y su gobierno, un contrato basado en una interrelación mutua y no en un liderazgo que impone su control sobre una población temerosa y resentida.
Muchos norteamericanos que han viajado a la Isla en los últimos meses están regresando a casa con una mejor comprensión de lo que es la realidad cubana, no lo que los medios y las fuerzas antirrevolucionarias han retratado negativamente durante los últimos 50 años o más.
Los defectos aparentes han sido bien incrustados en la psique americana –dictadura comunista, falta de libertades, pobreza muy extendida, restricciones a los derechos humanos, población oprimida y reacia a hablar honestamente con los extranjeros.
Esas creencias pueden enfrentarse con mayor facilidad y puestas en contexto cuando los norteamericanos tengan la oportunidad de hablar con los ciudadanos cubanos corrientes –que quieren mejorar su vida, pero la mayoría quiere hacerlo según sus reglas, no que se las imponga una potencia extranjera. Los norteamericanos pueden apreciar mejor cómo una pequeña y subdesarrollada nación ha sido capaz de construir programas de justicia social bajo un estado de sitio impuesto por la nación más poderosa del mundo.
Los visitantes verán la pobreza, las dificultades económicas y los desafíos a que se enfrentan diariamente los cubanos. Pero también observarán una sociedad que sigue estando basada en la comunidad, una sociedad que proporciona atención médica universal, educación gratuita y hace todo lo posible para satisfacer las necesidades de vivienda y nutricionales. Lo más importante, descubrirán que los cubanos están más que dispuestos a discutir las deficiencias de su sistema y cómo mejorarlo. Los norteamericanos que regresan de Cuba a menudo cambian para bien sus opiniones acerca de la Isla, una vez que han visto por sí mismos cómo la sociedad funciona en realidad. Esa condición es una de las principales razones sobre por qué las fuerzas proembargo están haciendo todo lo posible para detener el flujo de norteamericanos a Cuba –ellos entienden que su mensaje contra Cuba se pierde en las calles de La Habana Vieja.
Obama tendrá la oportunidad conocer a cubanos que siguen apoyando a la Revolución y a sus líderes. Esperamos que pueda marcharse con una mejor comprensión de que las restricciones civiles de la Isla y sus problemas económicos son exacerbados por las políticas norteamericanas diseñadas específicamente para dañar la capacidad de Cuba de avanzar económica y socialmente. Son esos problemas que los cubanos enfrentan lo que da a políticos de Estados Unidos las municiones para criticar –por supuesto, sin reconocer jamás el papel que desempeñan las políticas de Estados Unidos en las mismas deficiencias que tan fácilmente condenan como evidencia del fracaso inherente de la Revolución.
Cuando Obama indica que va a abordar el tema de esas deficiencias durante su visita, así como hablar acerca de cuestiones de derechos humanos, las autoridades cubanas deben abstenerse de señalar la no tan perfecta economía norteamericana con su énfasis en la disparidad de ingresos, o la obsesión socialmente perjudicial de Estados Unidos con las armas de fuego y la encarcelación de jóvenes negros. Y ciertamente, no debe hacerse ningún intento por contrastar los valores norteamericanos con la prisión de Guantánamo.
También sería poco delicado señalar que Estados Unidos tiene una larga historia de apoyo a los actos de terrorismo contra civiles cubanos, un bloqueo económico que todavía impide a Cuba la compra de ciertos medicamentos, una legislación que multa con millones de dólares a bancos y empresas internacionales por tener relaciones con la Isla, y prohíbe a las subsidiarias de Estados Unidos en otros países hacer negocios con Cuba. Para no hablar de los millones de dólares gastados para crear una oposición artificial al gobierno de Castro, proporcionando la legítima cobertura para oponerse a tales “disidentes” que han demostrado haber aceptado ayuda material y financiera de manos de quien ha sido, hasta el año pasado, el enemigo oficial. No es que esas actividades hayan terminado, sino que las dos partes están tratando ahora de establecer una nueva relación menos antagónica.
Así que, como anfitriones, puede ser prudente no sacar a relucir el dudoso pasado de Estados Unidos en cuanto a estrategias de cambio de régimen, o incluso mencionar el sórdido presente actual de esas políticas continuadas. Simplemente, dejen que Obama conozca a ciudadanos honestos y serios que apoyen lo que la Revolución está tratando de lograr, y que vea esos logros reales. Si eso ocurre, entonces tal vez el presidente va a regresar con una comprensión más matizada de Cuba –incluyendo las imperfecciones. Y tal vez una mayor apreciación de cómo las políticas norteamericanas han tenido un efecto tan negativo en la sociedad cubana, sus líderes y sus ciudadanos.
Un elemento del proceso de normalización es transformar a Cuba al permitir que entren las ideas y los valores norteamericanos. Los cubanos saben todo acerca de Estados Unidos. En contraste, el viaje de Obama podría proporcionar una oportunidad para que él y todos los norteamericanos vean impugnadas sus percepciones erróneas de esta fascinante Isla. Puede que sean los ciudadanos de Cuba los que terminen por cambiar las actitudes de Obama y de los norteamericanos, mucho más que a la inversa.