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Mendigar o trabajar con amor

Verónica Vega

VeronicaHAVANA TIMES — Tengo la convicción de que la mediocridad no existe, es decir, que no hay una mediocridad por carencia, si acaso por elección.

Todos tenemos un don único, aunque sea el de un buen carácter, la capacidad de contagiar la esperanza.

Este post se lo dedico a alguien que no lo va leer, y de quien no conozco siquiera su nombre: un chofer de la ruta 400, que empieza su viaje en Guanabo y concluye en la Terminal de Trenes, La Habana Vieja.

En la Cuba de hoy, tal vez después del dilema de la comida, el del transporte es de los que genera más estrés y frustración.

Los que vivimos del otro lado del túnel sabemos bien qué significa ver pasar guaguas repletas que siguen de largo, y no disponer de 20 pesos para cubrir en un taxi la distancia, no solo de Alamar a La Habana y viceversa, sino del hospital Naval a Alamar y al contrario, un trayecto de apenas diez minutos.

Hace unos días estaba frente al Naval, (en horas pico, un lugar fatídico), sin saber si correr a la izquierda o a la derecha. Las dos rutas que llegaban a Alamar paraban fuera de parada y se iban con gente colgando de las puertas.

Al cabo de media hora me cansé de ir de un lado a otro y opté por esperar (sin expectativas) en la cola de la 400. Llegó un carro que enseguida fue abordado por el tumulto. Lo que me hizo acercarme fue reconocer la voz de un chofer que se caracteriza por su trato jovial y sus constantes chistes.

–Vamos, que todo el mundo tiene que montar –decía mientras recogía el pasaje– ¡Oye, el de la gorra! paga por aquí que te cogió la cámara.

La gente se reía y cooperaba con ese eterno reto del cubano de burlar las leyes de la física: dilatar hasta lo imposible un espacio limitado.

–Las señoras que están en la puerta no se preocupen, ese muchacho es serio, con él no se van a caer. ¡Vamos que todo el mundo quiere llegar a su casa! Pero pongan la cartera delante, como un escudo, sino se la vacían.

A pesar de estar comprimida entre la puerta y la gente, al punto de sentir falta de aire, percibía la diferencia del ambiente. Todos se reían de las ocurrencias del chofer y nadie se mostraba frustrado por las incómodas circunstancias. Cuando alguien se quejó de lo llena que se veía la siguiente parada, él comentó riendo:

–Pero eso es mi felicidad, si las paradas están vacías entonces sí que lloro.

Una elegante señora que se sumó a las bromas, me comentó “este chofer siempre es un banquete”.

Me acordé de un texto del poeta libanés Khalil Gibrán que una vez pensé imprimir y repartir a personas justo en medio de su horario de trabajo:

Frecuentemente les he oído decir,
como si hablaran en un sueño:
“El que trabaja el mármol y descubre la forma de su propia alma en la piedra,
es más noble que el que ara la tierra.
Y el que atrapa el arcoíris
para ponerlo en una tela a semejanza del hombre,
es más que aquel que fabrica las sandalias para nuestros pies”.

Pero yo les digo,
no desde el sueño sino desde la aguzada vigilia del mediodía,
que el viento no les habla más dulcemente a los robles gigantes,
que a la más pequeña brizna de hierba.
Y solo es más grande el que convierte la voz del viento
en una canción hecha más tierna por su propio amor.

El trabajo es el amor hecho visible.
Y si no podemos trabajar con amor sino con disgusto,
es mejor que nos sentemos a pedir limosna de los que trabajan con alegría.
Porque si el panadero hornea el pan con indiferencia,
estará haciendo un pan agrio, que solo a medias saciará el hambre…

Si vuelvo a coincidir con este chofer, tendré en cuenta preguntarle si me concedería una entrevista. Mientras, quisiera agradecer con este post, a todos los que hacen trabajos sin “glamur” de los que tanto dependemos, y a las almas especiales que tienen el invaluable don de transmitir alegría.

Written by Havana Times

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