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#OPINIÓN Cuba: la doxa frágil y el cambio que viene

Armando Chaguaceda/ La Razón Toda sociedad que pretenda ser dueña de su destino está obligada a pensarse a sÍ misma. En Cuba, asediada por cinco siglos de despotismo, los intelectuales juegan un rol crucial en esa reflexión.

Luz y Varela en la colonia, Roa y Mañach en la república prerrevolucionaria, los marxistas de Pensamiento Crítico y los demócratas de Tercera Opción bajo el régimen fidelista son todos dignos ejemplos de esa doxa con pretensiones de incidencia social.

Hoy cuando el envejecimiento de la élite gobernante y el anuncio de cambios constitucionales, sumados a las reformas promercado y el renovado accionar disidente, plantean la posibilidad de pensar nuevas Cubas, hay que pensar en los contenidos de la agenda.

Desde el partido, los tímidos llamados al debate de años atrás languidecen de cara al congreso venidero. Las organizaciones oficiales que reúnen a intelectuales reproducen un lenguaje desfasado (y a ratos cínico) de las demandas de la gente, incluidas las de sus agremiados. Y los comunistas honestos, que intentan su “Revolución”, chocan con la consigna “sin pausa pero sin prisa”; mantra de los tiempos oficiales.

En el espectro opositor, pese a la valentía derrochada entre marchas y paliza, el pensamiento renovador no goza necesariamente de envidiable salud. Si bien proyectos como Otro18 y Convivencia anticipan propuestas para resolver los múltiples problemas de la nación, la fragmentación de agendas y esfuerzos —unidos al efecto de la sobreexposición mediática y las excesivas salidas al exterior de muchos líderes— conspiran, junto a la represión, contra una mayor articulación y protagonismo del pensamiento opositor. Sin embargo, ante la anemia del ideario oficial y la avidez de soluciones del cubano de a pie, existe potencial para este sector de la intelectualidad cubana.

Llama la atención otro debate, anclado en centros y ONG diversas, que crece en la Cuba post (Fidel) Castro. Temas otrora tabú del orden insular —racismo y pobreza, reformas a la Constitución y acceso a la web— se discuten hoy en foros y blogs recelados, pero permitidos, por el poder. Semejante masa crítica, sin embargo, padece de limitaciones que, a la vez, permiten su sobrevivencia y frenan su desarrollo.

Se habla de derechos humanos pero no se cuestiona la crisis del país en ese rubro; se critica el modelo soviético de poder popular pero se evade la necesidad de pluralismo político; se enjuicia el monopolio del Partido Comunista pero se aísla y veta, sin distingos, a toda la oposición realmente existente, endilgándole calificativos espurios como “violenta” o “revanchista”.

Con semejantes lastres, epistémicos y cívicos, y bajo las condiciones actuales la intelectualidad comprometida con esta agenda de cambio con orden impulsará poco lo primero y reforzará, con su complacencia, la versión autoritaria de lo segundo.

En 2018 Cuba afrontará un cambio de liderazgo estatal. Este cambio puede ser simplemente un relevo entre generaciones con un mismo apellido o la aprobación de una marioneta dócil al clan Castro.

Pero si logra imponerse, aun con limitaciones, la idea de que los cubanos necesitamos refundar los cimientos de un Estado de Derecho —y no simplemente remozar los derechos del Estado— habremos ganado (casi) todos. Para que en la Cuba futura las elecciones posibles no se reduzcan al éxodo, la sumisión o el apartheid civil.

Toda sociedad que pretenda ser dueña de su destino está obligada a pensarse a sÍ misma. En Cuba, asediada por cinco siglos de despotismo, los intelectuales juegan un rol crucial en esa reflexión. Luz y Varela en la colonia, Roa y Mañach en la república prerrevolucionaria, los marxistas de Pensamiento Crítico y los demócratas de Tercera Opción bajo el régimen fidelista son todos dignos ejemplos de esa doxa con pretensiones de incidencia social.

Hoy cuando el envejecimiento de la élite gobernante y el anuncio de cambios constitucionales, sumados a las reformas promercado y el renovado accionar disidente, plantean la posibilidad de pensar nuevas Cubas, hay que pensar en los contenidos de la agenda. Desde el partido, los tímidos llamados al debate de años atrás languidecen de cara al congreso venidero.

Las organizaciones oficiales que reúnen a intelectuales reproducen un lenguaje desfasado (y a ratos cínico) de las demandas de la gente, incluidas las de sus agremiados. Y los comunistas honestos, que intentan su “Revolución”, chocan con la consigna “sin pausa pero sin prisa”; mantra de los tiempos oficiales.

En el espectro opositor, pese a la valentía derrochada entre marchas y paliza, el pensamiento renovador no goza necesariamente de envidiable salud.

Si bien proyectos como Otro18 y Convivencia anticipan propuestas para resolver los múltiples problemas de la nación, la fragmentación de agendas y esfuerzos —unidos al efecto de la sobreexposición mediática y las excesivas salidas al exterior de muchos líderes— conspiran, junto a la represión, contra una mayor articulación y protagonismo del pensamiento opositor. Sin embargo, ante la anemia del ideario oficial y la avidez de soluciones del cubano de a pie, existe potencial para este sector de la intelectualidad cubana.

Llama la atención otro debate, anclado en centros y ONG diversas, que crece en la Cuba post (Fidel) Castro. Temas otrora tabú del orden insular —racismo y pobreza, reformas a la Constitución y acceso a la web— se discuten hoy en foros y blogs recelados, pero permitidos, por el poder. Semejante masa crítica, sin embargo, padece de limitaciones que, a la vez, permiten su sobrevivencia y frenan su desarrollo.

Se habla de derechos humanos pero no se cuestiona la crisis del país en ese rubro; se critica el modelo soviético de poder popular pero se evade la necesidad de pluralismo político; se enjuicia el monopolio del Partido Comunista pero se aísla y veta, sin distingos, a toda la oposición realmente existente, endilgándole calificativos espurios como “violenta” o “revanchista”.

Con semejantes lastres, epistémicos y cívicos, y bajo las condiciones actuales la intelectualidad comprometida con esta agenda de cambio con orden impulsará poco lo primero y reforzará, con su complacencia, la versión autoritaria de lo segundo.

En 2018 Cuba afrontará un cambio de liderazgo estatal. Este cambio puede ser simplemente un relevo entre generaciones con un mismo apellido o la aprobación de una marioneta dócil al clan Castro.

Pero si logra imponerse, aun con limitaciones, la idea de que los cubanos necesitamos refundar los cimientos de un Estado de Derecho —y no simplemente remozar los derechos del Estado— habremos ganado (casi) todos. Para que en la Cuba futura las elecciones posibles no se reduzcan al éxodo, la sumisión o el apartheid civil.

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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