Granma.- De forma preocupante durante las últimas décadas los procesos de desertificación muestran una apreciable expansión en el mundo, sobre todo en zonas de América Latina y el Caribe, Asia y África, con implicaciones ambientales y socioeconómicas cada vez más acentuadas.
Consistente en la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, que se traduce en la merma de la calidad física, química y biológica del suelo, la desertificación obedece básicamente al efecto combinado de las variaciones climáticas y las malas prácticas del hombre.
A nivel internacional el concepto de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas incluye aquellas donde hay un equilibrio negativo entre el nivel de precipitaciones anuales y las pérdidas de humedad por evapotranspiración.
Tal relación dio lugar al término Índice de Aridez y sus valores oscilan entre 0,05 y 0,65. Este ha sido utilizado para establecer las áreas con riesgo de desertificación en el Atlas Mundial sobre el citado flagelo, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en el 2002.
Según diversos estudios, entre 2000 y 3000 años atrás las laderas y valles del Líbano, Siria, el litoral de Egipto y Túnez, estaban cubiertas de una rica vegetación. Pero la tala de árboles, la destrucción de la vegetación herbácea, y la erosión provocada por la acción del agua y el viento, transformaron con el paso del tiempo esas regiones en semidesiertos o desiertos.
Igualmente, una parte considerable del desierto de Sonora, en Arizona, y la casi totalidad del existente en Nuevo México, deben su presencia al pastoreo excesivo practicado en el transcurso de siglos, al igual que las vastas extensiones de tierras áridas del Asia Central.
Estos desiertos o tierras desertificadas han proseguido avanzando por todo el planeta y en la actualidad representan una seria amenaza al desarrollo sostenible de la humanidad entera, al disminuir la superficie cultivable y poner en riesgo la seguridad alimentaria global.
La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha sido abanderada en los esfuerzos mundiales para enfrentar tan nocivo fenómeno, uno de cuyos pasos cruciales lo constituyó el surgimiento de la Convención Internacional de Lucha contra la Desertificación, a propuesta de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, conocida como Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro, Brasil, en junio de 1992.
PANORAMA NACIONAL CUBANO
El archipiélago cubano tampoco escapa a ese dilema global que como han planteado expertos del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), es hoy una realidad palpable y amenazadora a mayor o menor plazo en nuestro entorno, por el deterioro creciente de las tierras situadas en zonas estacionalmente secas. Así urge trabajar en su adecuado diagnóstico y medidas de adaptación.
Vale apuntar que en la actualidad alrededor del 70 % de las tierras cultivables de la Mayor de las Antillas están afectadas al menos por una de las siguientes manifestaciones: erosión, salinidad, compactación, mal drenaje y acidez, las cuales repercuten en los bajos rendimientos agrícolas predominantes. Visto de forma específica cerca del 14 % de la superficie del país muestra evidencias de desertificación.
Tomando en cuenta la necesidad impostergable de conocer el comportamiento futuro de este fenómeno ante el cambio climático y sus posibles consecuencias en Cuba, en el 2012 y bajo la dirección del Instituto de Geografía Tropical (IGT), comenzó a ejecutarse un proyecto de investigación dirigido a determinar las áreas vulnerables a tan nocivo proceso para los periodos 2011-2040, 2041-2070, y 2071-2099.
Como precisa Granma, en el estudio participó el doctor en Ciencias Técnicas Gustavo Martín Morales, del departamento de Geomática del IGT, además de los especialistas de los institutos de Meteorología, Ecología y Sistemática y Suelos, así como, la Dirección de Ciencia y Técnica del CITMA y la Agencia de Medio Ambiente.
Indicó que usaron la misma metodología aplicada en un proyecto anterior desarrollado conjuntamente con Venezuela, mediante el cual lograron definir las zonas propensas a la desertificación en ambos países, pero solo referido al momento en que se hizo.
Apelando al empleo de herramientas tecnológicas de avanzada, que incluyeron la teledetección (imágenes satelitales y aéreas) y sistemas de información geográfica, los científicos valoraron y procesaron más de cien documentos referidos a los estudios hechos en Cuba sobre la cobertura pedológica y su deterioro, evaluándose un número alto de datos procedentes de varios mapas de suelo a diferentes escalas de los territorios evaluados.
Lo anterior propició conocer los indicadores biofísicos y socioeconómicos que más incidencia tienen en la degradación y desertificación de tierras en el país, además de establecer las posibles causas directas e indirectas de su manifestación.
El estudio incluyó también el uso de modelos climáticos capaces de esbozar los diferentes escenarios que pudieran prevalecer en el territorio cubano hasta finales del siglo XXI, además de poder estimar qué pasaría con la desertificación en el transcurso de la presente centuria de cumplirse lo vaticinado en cada uno de ellos.
Para el doctor Gustavo Martín, el aporte fundamental del proyecto radica en haber obtenido un conjunto de mapas temáticos que muestra el estado presente y futuro del proceso de desertificación, incluido un mapa de síntesis a escala 1:250 000, el cual expone las áreas del país vulnerables a su avance hasta el 2099, así como el mapa actualizado de la cobertura vegetal de la nación para esa propia escala, empleando la teledetección.
De acuerdo con las conclusiones de la investigación, en un escenario máximo de cambio climático las tierras medianamente vulnerables hasta muy vulnerables a la desertificación podrían llegar a representar el 57,37 % de la superficie total del archipiélago, mientras que las principales zonas clasificadas dentro de esa categoría se localizan en las provincias de Pinar del Río, Camagüey, Las Tunas y Guantánamo.
La información brindada deviene pieza clave para confeccionar estrategias dirigidas a proteger los renglones productivos agrícolas de posibles afectaciones por la degradación de tierras a corto y mediano plazo.
Asimismo, tiene impactos económicos potenciales, referidos al ahorro de recursos materiales y humanos que tendrían que emplearse de no tomarse las medidas preventivas, a la vez que constituyen puntos básicos del ordenamiento territorial y de planificación para el desarrollo local en función de la producción de alimentos y el aprovechamiento eficiente de recursos naturales como el suelo, el agua y la biodiversidad.
Junto con brindar un nuevo conocimiento científico sobre el estado de la degradación y los lugares con áreas vulnerables a la desertificación, las bases metodológicas empleadas para el uso de la teledetección y los sistemas de información geográfica en el diagnóstico y seguimiento de los fenómenos citados son novedosos y abren espacios para su aplicación práctica en otras regiones del Caribe y Latinoamérica.
Estos resultados serán expuestos en la Convención Trópico 2016, prevista a celebrarse en el capitalino Palacio de Convenciones del 30 de mayo al 3 de junio, según informó el doctor en Ciencias Jorge Ángel Luis Machín, director del Instituto de Geografía Tropical y presidente del comité organizador de la cita.