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Lugares públicos

Cafetería frente al Cementerio de Colón

Irina Pino

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Cafetería frente al Cementerio de Colón

HAVANA TIMES — Resulta agradable aceptar una invitación a cenar fuera, nada más para quitarse la obligación de cocinar en casa y, de paso, eliminar el estrés que conlleva la odiosa actividad. Por eso me alegré cuando unos amigos que recién llegaron del extranjero me llevaron a comer a un restaurante.

Quisieron ir a uno cercano y nos decidimos por el de 3era y 8, en Miramar; aquel lugar parecía agradable, pero a medida que pasaba el tiempo notábamos la demora. Cuando trajeron la comida, estaba fría, la ensalada de vegetales parecía un puré, las mariquitas de plátano estaban ripiadas, la crema de queso era pura harina y sin rastro de queso, y lo demás parecía recalentado y sin sabor.

Aunque lo más llamativo fue que la dependienta servía hablando con su celular en la oreja, atendiendo asuntos ajenos a su trabajo, mientras colocaba los platos. Sin calidad y caro, aquella comida costó más de 60 CUC, un verdadero robo. Muchos de los restaurantes estatales parecen fondas de mala muerte, pero también hay sitios particulares que tienen comidas mal hechas y con precios excesivos.

Otra anécdota ocurrió con una amiga escritora, al salir del cine Chaplin, y quisimos ir a comer algo a la cafetería que está frente al cementerio de Colón. Teníamos hambre y pedimos pizzas, refrescos, y helados…, pero increíble, no tenían cucharitas para tomarlos, así que nos llegamos hasta el restaurante La Pelota, que está en la esquina, para pedir dos prestadas. La capitana nos negó las cucharitas, alegando de mala forma que los insumos no podían salir del local.

A continuación, nos acercamos al bar, y nos dijeron que no podían prestarlas si no consumíamos allí. Sin embargo, luego nos regalaron una desechable, que usamos por turno. Al rato, después de terminar con los helados, alguien nos pidió la cucharita, y la cucharita pasó por varias manos, es decir, bocas.

El ambiente era muy folclórico, hablando en sentido figurado, en las mesas había gente conversando en voz alta, niños de dos y tres años gritando…, hasta que llegó un personaje pintoresco, acompañado de una mujer y un hombre de muy malas pintas, que enchufó a un tomacorriente una grabadora, poniendo a todo volumen música reggaetón, con temas pasaditos por lo sucios que eran.

Mi amiga y yo nos quedamos como piedra, pues nadie se atrevió a hacerle un llamado de atención al extranjero, que tenía tipo de ser europeo. Incluso dos niñas menores de cinco años comenzaron a bailar cual si fuera una pista, cuando en realidad ya debían estar durmiendo –eran casi las 10 de la noche–; los padres, ni se daban por enterados y proseguían con su charla.

Todo el mundo se integraba al ambiente, y ni las camareras hicieron nada por acallar la algarabía. Solo nosotras estábamos asombradas, ¿seríamos acaso extraterrestres?

Written by Havana Times

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