diariodecuba.com.- Sin promoción alguna, transcurre en este marzo la obra Sonata para un hombre bueno de El Paso Teatro, dirigida por Daisy Sánchez y Harold Vergara. Se trata de una adaptación para las tablas del filme alemán La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006), que, como recordamos, en Cuba se puso una sola vez en la gran pantalla, provocando asedio tumultuario aquella tarde, y después circuló ampliamente de mano en mano, adquiriendo popularmente el nombre de La vida de nosotros.
La adaptación a la que asistimos ahora en el teatro suprime todo rasgo sentimental de la película con el fin de apelar más a nuestra mente que a nuestros emociones. El director de la puesta, devoto de Brecht, eliminó los episodios que aluden al amor de la pareja, e incluso eliminó también la gradual simpatía que el capitán de la Stasi siente hacia sus víctimas, a favor de estimular solo nuestro pensamiento. Le interesa el problema del artista que vive en un Estado policial: el artista que ha hecho concesiones al poder para garantizar la promoción de su obra, y el artista rebelde (ambos vigilados, eso no importa) se examinan aquí, con privilegio.
A diferencia del filme, donde el protagonista es un autor premiado que parece despertar del sueño idílico sobre el sistema y entender la represión, nuestro Greorg Dreyman de Sonata... es conciente en todo momento del pacto que ha hecho con las autoridades para su provecho: “El Partido necesita de los artistas, pero los artistas necesitan aún más del Partido”, se repite durante la obra. Como quien conoce de primera mano en qué consiste vivir bajo control estatal, el escritor oficialista justifica su obediencia alegando que “no todo el mundo nace para héroe” y la policía secreta maneja los premios del arte, claramente.
La puesta es eficiente. Todo se subordina a la historia que cuenta y a la intención de hacer pensar, sin afectaciones innecesarias. Tan interesante como ella es el experimento que realiza el grupo una vez acabada la obra.
El Paso Teatro se concibe como proyecto de dimensión social que procura la participación activa del espectador en cada pieza. Es esta ocasión, una vez terminada la representación, el director da inicio a un debate con el público sobre lo que acaban de ver. Algunas de las preguntas que propone son: “¿Estos personajes existen y/o existieron?”, “Relación Estado-artista ¿armoniosa o conflictiva?”, “¿Con cuál(es) de los personajes te identificas?”, etc.
Las reacciones varían en dependencia del tipo de público: una proporción mayor de estudiantes, o de artistas, o de público lego, decidirá un tipo de respuestas. No varía (al menos en las funciones que he visto) el silencioso combate con la autocensura en cada espectador que participa. No es fácil, lo sabemos todos, dominar el miedo a decir lo que uno piensa y recibir por ello los castigos externos y las victorias íntimas que conlleva.
La oportunidad de hacerlo, de cualquier manera, la tenemos por estos días en la Sala Raquel Revuelta, el viernes, sábado o domingo, a las 8:30 de la noche.