LA HABANA, Cuba.- De creer a los voceros de la cultura oficial y a los delirios de ciertos artistas con mentalidad de aldeanos vanidosos, la música cubana hoy es más fuerte que nunca, se desarrolla impetuosamente y luego de las décadas de aislamiento impuesto por “el bloqueo” norteamericano, se impone a nivel mundial.
El panorama real es bien distinto.
“El universo musical cubano se está reduciendo a grandes pasos, y no sólo melódica y textualmente sino también en estilo, personalidad, carácter, filosofía, gusto estético”, advertía hace nueve años la cantante Osdalgia, entrevistada por La Gaceta de Cuba.
La situación, lejos de mejorar, se ha agravado en los últimos años: la mediocridad, el facilismo y el mal gusto siguen su avance indetenible, apoderándose de la música popular cubana.
Pero no voy a referirme al reguetón y el pop más ramplón, sino a otros males, de carácter más bien profesional, que afectan a la poca música de verdad que todavía se hace en el país.
En Cuba no faltan los buenos músicos. Todo lo contrario. Es como si se dieran silvestres. Pero “los que nacen con el don” son casos excepcionales: la mayoría deben su formación a las escuelas de música.
El gran logro de las escuelas de música fue haber seguido funcionando y formando instrumentistas de alto nivel técnico en medio de las carencias de todo tipo del Período Especial.
Pero la formación en esas escuelas es demasiado clásica. Recordemos que durante muchos años, eran castigados los estudiantes de la Escuela Nacional de Arte que eran sorprendidos en horario de estudio interpretando son u otros géneros de la música popular cubana o el jazz (y qué decir del rock).
Ese exceso de clasicismo en su formación técnica, limita la frescura y espontaneidad e impone determinados vicios y handicaps a la mayoría de los instrumentistas a la hora de interpretar la música popular. Y no me refiero precisamente a los solos y la improvisación, fundamentales tanto en el son como en el jazz, sino a la capacidad de los instrumentistas de interactuar armónicamente entre sí en un conjunto.
Solo hay que escuchar la música de la mayoría de los grupos de timba. Parece una desaforada competencia a ver quién toca más alto, más rápido y pone más notas en un compás.
Tanta tensión, sin un momento de relajación, hace esa música demasiado rápida para bailar.
Eso empezó a manifestarse desde comienzos de los años 80, cuando tras el rastro de Irakere, aparecieron grupos como NG La Banda y Opus 13, que tenían excelentes instrumentistas, pero apenas conseguían que los bailadores conciliaran sus pasillos con aquel acelerado torbellino de música.
Agrupaciones como Los Van Van, los absolutos reyes del baile desde su fundación en 1969, son la excepción y de ningún modo la regla.
En el año 2007, cuando entrevisté para CubaNet al saxofonista Paquito D’Rivera, uno de los más importantes jazzistas cubanos, exiliado en Estados Unidos desde 1980, pero que nunca ha dejado de estar atento a su país, me confesó: “Trato de no caer en la arrogancia, los excesos y alardes técnicos que han empañado estilísticamente a algunos músicos cubanos contemporáneos. Lo que yo llamo la turbomúsica… Yo fui uno de los fundadores (por llamarle de algún modo) de tan lamentable tendencia, pero pronto me di cuenta que era aburrido y circense (sin la parte divertida del circo). La música es un arte, no un deporte.”
Pero a esa conclusión, por obvia que pueda parecer, no acaban de arribar muchos instrumentistas cubanos, que se creen forzados al maratón para demostrar sus dotes musicales. Para ellos, a juzgar por sus pujos en la celeridad, el saxofonista Paul Desmond, el trompetista Miles Davis y el guitarrista Eric Clapton, por lentos, serían “unos mancos”.
Esto se da hasta entre los pianistas, salvo algunas notables excepciones entre los continuadores de Chucho Valdés, como Roberto Fonseca.
En la citada entrevista, Paquito D’Rivera refería: “Yo he oído a pianistas de mi tierra elogiar la madurez de su joven colega venezolano Ed Simon, y hablar del uso que del espacio y el silencio hace Thelonious Monk, y tras la última palabra, subirse en el cohete y pasarle a mil por encima al teclado, como si para ellos estas normas estéticas no aplicaran.”
No obstante, hay que reconocer el esfuerzo de los músicos cubanos, generalmente mal pagados, apenas sin información ni recursos materiales apropiados, por ser creativos y originales, especialmente en el campo del jazz, donde han establecido una verdadera escuela del género, con características muy particulares. Solo que ese tipo de música, desafortunadamente, es la que menos se escucha hoy en Cuba.