Cada año fiscal Alejandro Mestre tiene que “pagar la chapa”, y siempre va de mala gana, refunfuñando. Porque después de liquidar los 67 pesos correspondientes por su Lada 2105, no entiende que las calles sigan sembradas de baches; aunque él y los demás abonen el impuesto sobre el transporte terrestre. “El Estado no explica bien en qué emplea ese dinero”, comenta, y asegura que para los choferes este es un tema constante de conversación: “Todo el mundo se pregunta lo mismo”.
Entre los cuentapropistas el panorama luce similar. Una investigación del Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC) revela que, de 300 dueños de negocios en La Habana, el 41 % de los encuestados ve los impuestos solo como un pago obligatorio para poder trabajar. Muchos piensan que este aporte no tiene retribución alguna, pues no lo relacionan con los servicios públicos.
Ello sugiere que “existe un gran desconocimiento de cómo operan las finanzas públicas. Lo que a su vez es un indicador del grado de participación y control popular”, concluyen las autoras.
No pocas veces el discurso de las autoridades tributarias hacia los contribuyentes adquiere tono de sermón. Como quien le dice a un niño: “pórtate bien, haz la tarea, cómete toda la comida…”. Porque es un deber. Sin embargo, se suele obviar que los deberes por lo general vienen acompañados de derechos. Ergo: pagar impuestos no es solo una piedra en el zapato, sino también fuente de potestad ciudadana.
Técnicamente, deberíamos poder seguir el destino de cada peso gastado o invertido; incluso decidir en qué la Administración opera el capital común. El jurista y profesor Julio Antonio Fernández Estrada, explica que las entidades administrativas y de gobierno no necesariamente tienen que rendir cuentas, lo cual constituye un problema.
“Ahora, eso se resolvería con la transparencia de datos de los gobiernos municipales y provinciales. Lo que tú quieras conocer sobre tus impuestos debería estar disponible mediante acceso informatizado. También se solucionaría con presupuestos participativos: tener recursos propios y determinar qué hacer con ellos junto al pueblo, y que este siga la ejecución para que pueda controlar dónde ha sido llevado su dinero, como sucede en muchas partes del mundo”.
En tanto pieza del contrato social, los tributos requieren dos partes: dar y recibir. Es difícil decirle a alguien que sus impuestos contribuyen a financiar la salud, la educación, los servicios comunales, el orden interior, el transporte… cuando esas prestaciones muestran tantas dificultades, y si hay mejorías, resultan bastante discretas. De hecho, aquí reside una de las principales causas de la evasión fiscal.
Por otra parte, parece existir un cambio de formulación: de hablar de servicios plenamente cubiertos por el Estado, a –como ahora- enfatizar en el aporte de las personas para sostener el gasto público. Saira Pons Pérez, profesora e investigadora del CEEC, señala que el Estado, en sí mismo, no genera valor; toda riqueza, los recursos a disposición de un gobierno, provienen del trabajo de la gente.
“Eso se puede captar de forma explícita, mediante impuestos; o de forma implícita, a partir de menores salarios, mayores precios… Ciertamente, el cambio está ahí: hacer explícito el aporte que siempre han hecho los ciudadanos”.
Aunque hasta el momento no todos pagamos tributos, ciertos impuestos no perdonan, agazapados en un sueldo de 400 pesos, en el espurio margen comercial de los productos en CUC (entre 10% y 240%), en los precios de los carros…
La estrategia de comunicación presentada por dos funcionarias de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), establece el objetivo general de contribuir a crear en la población cubana una cultura tributaria y conciencia cívica en materia de impuestos, las cuales permitan incrementar la responsabilidad ciudadana en el pago de los tributos.
“Claro, la poca cultura tributaria no solo afecta a los contribuyentes –agrega Pons Pérez-, sino también a los integrantes de la administración tributaria, e inevitablemente quienes diseñan las políticas y leyes. En todos los casos se cuenta con poca experiencia, por razones obvias. Incluso en la academia hay un vacío teórico importante, también por falta de información pública y estudios basados en encuestas, que son muy difíciles de realizar por la cantidad de aprobaciones que se requieren”.
Además, la “conciencia cívica” y la “responsabilidad ciudadana” no aparecen por generación espontánea; más bien son el resultado de entender por qué hay que pagar y dónde radican los beneficios.
Por ejemplo, “¿qué pasaría si se hace una convocatoria para que el pueblo dé una cantidad de dinero para el salario de los profesores? ¿Cuántas personas aportarían? Todo el mundo; porque eso es mejor que estar desangrándose con los repasadores y con la corrupción en los preuniversitarios”, anota Fernández Estrada.
La profesora del CEEC recuerda que la Ley tributaria no se discutió lo suficiente con la población, como ocurrió con la Ley de Seguridad Social y el Código de Trabajo. Ese debate debe trascender la mera aprobación, y multiplicarse en consultas populares y estudios sobre las condiciones reales de los contribuyentes, que permitan ir adecuando la ley.
Uno puede creer, o no, que su dinero será adecuadamente utilizado. Pero, dado que hablamos de impuestos, el quid no está en la fe, sino en la certeza; en la información. Podemos confiar, pero necesitamos, sobre todo, saber.
[1] ¿Por qué evaden impuestos los trabajadores por cuenta propia? Mariuska Sarduy, Saira Pons y Maday Traba. En: Miradas a la Economía Cubana, Editorial Caminos, 2015.
[1] Estrategia para el fomento de la cultura tributaria (presentación de Power Point), XIII Seminario Internacional Tributario, 2014. Autora: Belkis Pino Hernández; Coautora: Yamilé Pérez Díaz.
The post ¿A dónde va el dinero de los impuestos? appeared first on Progreso Semanal.