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ANÁLISIS: Lo que no se dijo en La Habana sobre firma de acuerdo de paz / por @leydelmontes

Fuente: EFE
Fuente: EFE
Por Óscar Montes/ El Heraldo. El pasado jueves en La Habana ocurrió un hecho trascendental en la historia reciente del país. Después de 52 años de guerra contra el Estado colombiano las Farc oficializaron ante el mundo su decisión de decirle adiós a las armas para empezar a buscar el poder por la vía electoral.
Con la firma del cese bilateral y definitivo del fuego y hostilidades entre las Fuerzas Militares de Colombia y el grupo guerrillero, la confrontación ideológica pasa ahora del terreno militar al político.

Aunque son muchas las dudas que acompañan la negociación con las Farc, desde sus inicios hace más de cuatro años, hasta la firma del cese bilateral del fuego y hostilidades el pasado jueves en La Habana, es evidente que en los próximos meses los colombianos asistiremos al fin de la guerra con ese grupo guerrillero y a la reinserción de sus combatientes a la sociedad.

En otras palabras, hoy alias Timochenko está más cerca de vestirse con trajes de Arturo Calle que con camuflados y botas pantaneras.

Que el escenario de la guerra en Colombia haya cambiado de forma tan drástica en los últimos años es producto –sin duda- de la tenacidad del presidente, Juan Manuel Santos, quien se jugó todo su capital político en la firma de un acuerdo de paz con las Farc.

Pero también es fruto de los golpes militares contundentes propinados durante los ocho años de gobierno de Álvaro Uribe, que diezmaron la capacidad de lucha de los jefes guerrilleros. Resulta por lo menos paradójico que por la enemistad que hoy los separa, ni Santos le reconoce a Uribe su gestión, ni Uribe a Santos sus logros.

Pero en las filas de las Farc también hubo virajes significativos en los últimos años. Después del fracaso de los diálogos del Caguán, en tiempos de Andrés Pastrana, las Farc perdieron la máscara que las mostraba ante el mundo como una especie de Robin Hood criollo, que les quitaba a los ricos para darles a los pobres.

Luego del Caguán, el mundo comprendió que las Farc era una organización guerrillera que había encontrado en el narcotráfico, la extorsión y el secuestro sus principales fuentes de financiación. Ese fue un punto de quiebre fundamental que algunos jefes guerrilleros, como alias Alfonso Cano, entendieron en toda su dimensión.

La muerte de Cano -en momentos en que como jefe máximo de las Farc buscaba acercamientos con el gobierno de Juan Manuel Santos- obligó a la cúpula del grupo guerrillero a agilizar la futura negociación con quien había sido el ministro de Defensa de Álvaro Uribe.

La muerte de los cabecillas de la organización a manos de las Fuerzas Militares de Colombia, entre ellos alias Mono Jojoy, Raúl Reyes y el propio Cano, así como la de Manuel Marulanda, ‘Tirofijo’, de viejo y lejos del poder, llevaron a Timochenko, Iván Márquez y compañía a sentarse a negociar con el gobierno de Santos.

La firma del cese bilateral y definitivo del cese del fuego y hostilidades en La Habana significa, pues, el fin de la aventura militar de las Farc por más de cinco décadas para acceder al poder por la vía armada.

Ahora sus jefes buscarán llegar a la Plaza de Bolívar –como decía alias Mono Jojoy- no con fusiles y morteros, sino con votos, como corresponde a todo movimiento o partido político, que abandona las armas y se somete a las reglas de la democracia, como sucedió, por ejemplo, con el M-19.

La negociación pasa ahora de la mesa de La Habana al terreno de las llamadas Zonas Veredales Transitorias de Normalización –que serán 23 a lo largo y ancho del país- así como a los ocho campamentos, donde pernoctarán los guerrilleros, hasta que Gobierno y Farc firmen el llamado Acuerdo Final, que pondrá fin –ahí sí- a la guerra con las Farc. El último punto –aceptado, inclusive, por las Farc- será la celebración del Plebiscito, que servirá para que los colombianos refrenden o nieguen lo pactado en La Habana. Pero primero deberá ser declarado exequible por la Corte Constitucional.

El fin de la guerra con las Farc -¡qué duda cabe!- es una excelente noticia. Ello no significa, sin embargo, el fin del conflicto social que vive Colombia, uno de los países con mayores índices de corrupción y desigualdad de América Latina. Al desaparecer las  Farc, desaparece también una de las principales causas de nuestro atraso y pauperización.

Y muchas veces fue también el principal pretexto de la clase dirigente para justificar su ineptitud y su desprecio por quienes ni siquiera tienen sus necesidades básicas satisfechas y que se trata de la inmensa mayoría de los colombianos.

Después de la firma del cese del fuego bilateral y definitivo, ¿qué sigue? ¿Quién responderá por las dudas de la negociación? ¿Qué les espera a quienes se oponen a la negociación?

¿Y qué hacemos con los “sapos”?

Aunque el cese bilateral y definitivo del fuego y hostilidades entre las Farc y las Fuerzas Militares es un hecho irreversible, así como la firma del llamado Acuerdo Final, que debería darse en los próximos meses, en algún momento los jefes de las Farc deberán responder las múltiples preguntas que sobre sus actos de terror y sus finanzas tienen millones de colombianos.

Es la única manera para que su reinserción a la vida civil resulte exitosa. Y ello nada tiene que ver con lo pactado con el Gobierno en La Habana.

El hecho de que el gobierno de Santos haya negociado con las Farc tragándose enormes sapos –como el no encarcelamiento de los jefes guerrilleros, la no reparación a las víctimas con sus propios recursos producto del narcotráfico y la conexidad entre este delito y los delitos políticos, entre otros- no significa que la inmensa mayoría de los colombianos comulgue con esa decisión política del Gobierno. De hecho, buena parte de la desaprobación que tiene Santos –que ronda el 80 por ciento- es producto de las concesiones de sus delegados a las Farc en la mesa de La Habana.

El cinismo con que los jefes de las Farc han negado sus vínculos con las organizaciones narcotraficantes del mundo y sus multimillonarios ingresos por cuenta de este delito sólo contribuye a incrementar la desconfianza en su verdadera voluntad de paz.

Igual sucede con la negación de los casos de secuestro, muchos de los cuales están documentados por sus familiares, así como con la extorsión y el reclutamiento de menores. Una cosa es que el Gobierno –por conveniencia política- se trague los sapos y otra bien distinta que los colombianos hagan lo mismo.

La “paz imperfecta” de Santos con las Farc

En La Habana, Santos desaprovechó una gran oportunidad para hacerles a los expresidentes un reconocimiento a su gestión en favor de la firma del acuerdo de paz con las Farc. Y ello incluye a Álvaro Uribe, quien con sus golpes contundentes contribuyó al debilitamiento militar de las Farc, lo que terminó llevándolas a la mesa a negociar.

Pero en su momento Andrés Pastrana también fue fundamental para desenmascarar a las Farc ante el mundo. Y César Gaviria hizo grandes esfuerzos por pactar una “paz imperfecta”, como la que está a punto de firmar Santos. Belisario Betancur también se jugó su capital político en una negociación que fracasó, por cuenta de los “enemigos agazapados de la paz”, como lo denunció Otto Morales Benítez.

De todos los casos el más llamativo es el de Uribe, quien el mismo jueves en la tarde respondió la omisión de Santos en La Habana y dijo que la “palabra paz está herida”. Y es que la realidad objetiva e incuestionable es que sin los golpes propinados por Uribe, las Farc no hubieran tomado la decisión de negociar con Santos.

Gracias a ellos Uribe –y al fortalecimiento de las Fuerzas Militares en tiempos de Pastrana que evitaron su mayor crecimiento–, las Farc renunciaron a la toma del poder por la vía armada.

Como se recuerda, durante el gobierno de Ernesto Samper, las Farc les realizaron fuertes ataques al Ejército con las tomas de  varias bases militares, como Patascoy y Las Delicias, donde secuestraron a un buen número de soldados. Curiosamente de todos ellos el más cercano a Santos hoy es Samper.

Estados Unidos, clave para la guerra y fundamental para paz

Las Farc no sólo están negociando la paz con el gobierno de Juan Manuel Santos. Su compromiso de decirle adiós a las armas en La Habana el pasado jueves tuvo como testigos a delegaciones de organismos internacionales, como la ONU –que se encargará de verificar la entrega de las armas de los guerrilleros en los ocho campamentos-, así como mandatarios de varios países de América Latina.

Estados Unidos también ha sido promotor de los diálogos. Y ello no es un asunto menor: ese país financió el llamado Plan Colombia, que le permitió a Colombia fortalecer nuestras Fuerzas Militares, especialmente a la Fuerza Aérea, que fue determinante para atacar los campamentos guerrilleros. “La guerra a las Farc la empezamos a ganar con el fortalecimiento de la Fuerza Aérea.

La guerra la ganamos desde el aire”, me dijo recientemente un ex comandante de las Fuerzas Militares. Ahora ese país le apuesta a la paz en Colombia, así como el pasado reciente le apostó a la guerra.

En esta oportunidad, con Estados Unidos a la cabeza, por primera vez la comunidad internacional está comprometida en buscarle una salida política al conflicto armado con las Farc después de cinco décadas de confrontación. Pero para las Farc los tiempos también cambiaron.

Mientras ellas seguían matando soldados y policías en los campos colombianos, en algunos países de América Latina, ex guerrilleros llegaban al poder por elección popular.

Las Farc, una guerrilla fracasada

La mejor prueba del fracaso de las Farc como grupo guerrillero no está en no haber llegado al poder por la vía armada después de 50 años de guerra, sino en que varios ex guerrilleros en otros países de América Latina llegaron a la Presidencia por voto popular.

En otras palabras: lo que para los jefes guerrilleros es una razón para sentirse orgullosos –ser el grupo insurgente más viejo del mundo- debería ser en realidad un motivo de vergüenza.

Las guerrillas cuando son exitosas se toman el poder por las armas y derrocan a los gobiernos de turno, como ocurrió en la Cuba de Batista y en la Nicaragua de Somoza. Punto.

Ni las Farc ni el ELN pudieron. Esa es la verdad. Hoy las Farc apuestan a llegar al poder por las urnas. Pero su suerte está atada a la voluntad de millones de colombianos que decidirán si están dispuestos a darles otra oportunidad, después de haberles causado tanto dolor y tanto daño.

El Plebiscito –si la Corte Constitucional lo declara exequible- será la mejor oportunidad para saber si el futuro de las Farc está en las urnas.

Tomado de: El Heraldo 

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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