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#OPINIÓN – Obama, Castro y la tormenta perfecta

Barack y Michelle Obama conversan con el gobernante cubano, Raúl Castro, durante el juego de béisbol en el Latino|EFE
Barack y Michelle Obama conversan con el gobernante cubano, Raúl Castro, durante el juego de béisbol en el Latino|EFE
Raúl Castro y Barack Obama en Cuba|Archivo
Raúl Castro y Barack Obama en Cuba|Archivo

Esta vez los “agoreros” no son los cubanólogos, las radioemisoras cubanoamericanas de Miami, algún funcionario estadounidense, o un opositor en la Isla. Los sombríos vaticinios provienen de las capas mejor informadas de la oficialidad habanera y son validados por orientaciones ministeriales. Avizoran un nuevo periodo crítico cuya magnitud puede ser semejante a la de inicios de la década de los 90, pero en las circunstancias actuales desatarían protestas populares ante las cuales podría quebrarse la cohesión de la elite de poder.

La perspectiva de que a la Isla se aproxima una “tormenta perfecta” la predicen esta vez no solo la subdirectora del periódico Granma, sino también líderes partidistas de municipios claves como Plaza de la Revolución, donde se concentran las oficinas de los Consejos de Estado y de Ministros, el Comité Central del PCC y los ministerios del Interior y de las Fuerzas Armadas. El mensaje que trasmiten es de incertidumbre sobre el futuro inmediato.

Podrían ocurrir —siempre según esas fuentes informadas—  explosiones sociales de tal magnitud que serían imposibles de controlar sin un uso desmesurado de la violencia, a un costo político nacional e internacional de gran envergadura.

La lógica estadounidense detrás del 17-D

Evitar esa tormenta perfecta —preñada de un éxodo mayor que en 1980 por Mariel— fue lo que indujo a Obama a  dar inicio, en 2013, a las conversaciones exploratorias con La Habana.  Para la comunidad de inteligencia de EEUU resultaba claro que si la tendencia al deterioro social y económico en Cuba se conjugaba con el colapso de la economía venezolana, una nueva crisis cubana podría coincidir con el año electoral estadounidense que, además, cierra el legado presidencial de Obama.

Desde esa perspectiva se retomó la idea anunciada por la secretaria de Estado Madeleine Albright —casi tres años después de adoptada la Ley Helms-Burton— el 5 de enero de 1999: EEUU estaría dispuesto a entablar relaciones económicas con sectores no estatales de la economía cubana. Es obvio que la interpretación jurídica que hizo la Administración Clinton del alcance de las sanciones prescritas por la Helms-Burton no incluía al sector privado.

Apoyada en ese precedente, la Administración Obama decidió facilitar las transacciones económicas y financieras con el sector no estatal de la economía cubana, lo cual no requería autorización del Congreso.

Sus “expertos” vaticinaron que hacerlo mejoraría las condiciones de vida en la Isla, por el potencial tremendo que encierra la iniciativa privada para crear riquezas y empleos en breve plazo. Desde su lógica apostaban a que, en un contexto de mayor estabilidad interna, Raúl Castro estaría menos inclinado a emplear una represión violenta de las libertades básicas. Los más optimistas creían incluso avizorar que la Isla cooperara en la búsqueda de una salida política a la situación de su narcocolonia venezolana. El objetivo de esta nueva estrategia era asegurar estabilidad en la Isla, no cambiar el régimen totalitario allí existente.

La vieja lógica se sustituía por la que ahora aportaban algunos influyentes expertos en marketing político, devenidos abruptamente en especialistas sobre Cuba.

La lógica de la élite de poder

Pero la lógica de la élite de poder cubana no se guía por patrones iguales de racionalidad. Los Castro no se sentían obligados a alcanzar compromiso recíproco alguno que los obligase a considerar cambios en su política nacional o internacional.

Las concesiones unilaterales abrieron su apetito. Pidieron más de EEUU en las negociaciones bilaterales e incluso creyeron que el presidente de EEUU podría levantarles el embargo a las empresas estatales bajo control de los militares (cuestión que siguen intentando).

La crisis que comienza a tocar a las puertas de la Isla no tiene como única causa el desplome económico de Venezuela; mucho menos el embargo. Es también —y sobre todo— el resultado de la irresponsable y terca renuencia de Raúl Castro a emprender con celeridad reformas que le permitieran al sector no estatal emergente recibir de inmediato una inyección de capitales, tecnologías, know-how y acceso a mercados externos.

Lo único que realmente profundizaron y extendieron fue la represión y sus niveles de violencia. Ambas cosas eran exactamente las que los funcionarios estadounidenses querían evitar para conjurar la posibilidad de inestabilidad y de una crisis migratoria. Los falsos supuestos en que se apoyó la nueva política hacia La Habana han contribuido, de hecho, a una mayor inestabilidad en la Isla. Exactamente lo opuesto de lo que se perseguía con ella.

A 18 meses del 17-D Raúl Castro conduce al país, “sin pausa pero sin prisa”, hacia una tormenta perfecta. El unilateralismo estadounidense alimentó,  inopinadamente, su arrogancia e inmovilismo.

La excelente actuación del presidente Obama durante su visita a la Isla no borra el dato de que la actual política tiene su talón de Aquiles en la incomprensión estadounidense de la lógica que mueve a la elite de poder cubana, y en el supuesto de que La Habana puede acercarse a Washington si se ignora el vínculo entre libertad, derechos humanos y prosperidad.

¿Por qué esta crisis es diferente a las anteriores?

Tres pilares del sistema totalitario cubano se han quebrado: la ineficiente economía estatal, el sobreexplotado subsidio venezolano y la desacreditada ideología comunista. Solo queda la represión. Contener explosiones sociales, sin embargo, no equivale a apalear a la oposición, la cual incluso es hoy más numerosa y proactiva que en 1994. Lo que ocurra va a ser filmado y distribuido dentro del país y al mundo entero, por dos millones de teléfonos inteligentes que no existían cuando ocurrió elMaleconazo.

En la Isla, la frustración, el descontento y el deterioro de las condiciones de vida se incrementan. Por ello aumenta una migración potencial a la que después de las gestiones del Gobierno cubano con los gobiernos de Ecuador, Nicaragua y México han dejado solo la salida marítima. EEUU recibiría un Mariel multiplicado por diez en un año electoral. En su miopía, La Habana parece creer que ese puede ser el instrumento de chantaje con el que finalmente logren el levantamiento del embargo contra la economía estatal. Las consecuencias de ese enfoque pueden resultarle catastróficas.

En su ineptitud, puede ser que Raúl Castro no capte la dimensión real de la actual coyuntura. Ha creado una tormenta perfecta en Cuba, y para EEUU también.

Publicado originalmente en Diario de Cuba

Written by John Márquez

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