Desde el ascenso al poder del finado presidente venezolano Hugo Chávez a finales del siglo pasado, el escenario político del subcontinente se fue poblando de gobiernos de imagen y discurso progresista, supuestamente encaminados a curar los males sociales y políticos que agobian a nuestros países.
Varios años después estos proyectos sustentados en el caudillismo populista de clara vocación totalitaria se desinflan sin remedio y dejan a esos países con varios traumas e incertidumbres difíciles de solucionar.
Esta vez no por la fuerza de las armas y el terror, sino capitalizando eficazmente las frustraciones y esperanzas de importantes sectores de la sociedad, los caudillos revolucionarios fueron obteniendo más o menos sólidas mayorías electorales.
Por lo general esas campañas y poderes han sido respaldados y sostenidos por los petrodólares venezolanos, porque el malogrado presidente Chávez, fiel al legado de Fidel Castro, su progenitor y mentor político, mientras desgarraba el cuerpo y el alma de su nación, dilapidó una parte considerable de la copiosa renta petrolera en patrocinar materialmente esos proyectos políticos.
Hegemonía impuesta, intolerancia corriente, muchos conatos de corrupción, secuestro de los poderes públicos y la crisis económica de los últimos años fueron enrareciendo el clima sociopolítico de casi todos estos países.
La crisis del modelo de caudillismo mesiánico castro-chavista ha sobrevenido sin remedio. Hace ya varios años que la demagógica y oportunista payasada del dandy cowboy pseudorrevolucionario Manuel Zelaya en honduras fue interrumpida por un rápido operativo concertado de fuerzas parlamentarias y militares.
Otro demagogo contumaz, el exobispo paraguayo Fernando Lugo, padre oculto de tantos niños mientras ejercía su piadoso ministerio, también fue retirado de la presidencia de Paraguay por una mayoritaria concertación parlamentaria.
Aunque el presidente ecuatoriano Rafael Correa continúa hablando sin parar, demostró realismo y lucidez al decidir no presentarse como candidato a las próximas elecciones, tal vez interpretando certeramente los avances de las fuerzas políticas adversarias y además consciente de las cuentas que acumula por su acoso y persecución enfermiza del ejercicio de las libertades de opinión e información.
Por su parte, el presidente boliviano Evo Morales ya perdió el referendo a partir del cual pretendía garantizarse un tercer mandato presidencial.
Un pilar fuerte de la marea chavista cayó cuando el empresario conservador Mauricio Macri derrotó al poco carismático candidato del oficialismo en las pasadas elecciones presidenciales en Argentina. Así, Cristina Fernández salió de la Casa Rosada con muchos cuestionamientos y unas cuantas acusaciones.
Analizando a los pesos pesados del equipo, quienes pasan por horas bajas, vemos que los gobiernos del Partido de los Trabajadores de Brasil (PT), primero Luiz Inácio Lula da Silva y luego Dilma Rousseff, después de acumular innegables éxitos en el proceso de desarrollo económico y social de Brasil, después de fortalecer la imagen del gigante sudamericano como una sólida potencia emergente, pagan el precio de una ya dilatada crisis económica y de la larga saga de escándalos de corrupción que ha manchado la imagen de su partido y sus gobiernos.
La presidenta Rousseff ha sido suspendida de su cargo por un proceso de juicio político en el cual ha quedado claro que el partido mayoritario en Brasil es su exaliado PMDB, convertido en su principal adversario.
El argumento socorrido de los líderes del PT es que el ahora presidente provisional Michel Temer y sus colegas son corruptos consagrados, y la pregunta podía ser: ¿Cómo sostener tantos años de alianza y coalición con semejantes delincuentes?
El tiempo dirá la última palabra de esta saga, pero habida cuenta de lo bien posesionados y organizados que están los promotores del juicio político no parece fácil que Dilma vuelva a retomar su cargo.
El caso más grave sin embargo es el de Venezuela, escenario hoy de una crisis política, económica y social que confirma el fracaso total del modelo.
Ni las ventajas que implicaban los altos precios del petróleo o que su enemigo ideológico Estados Unidos fuera su principal y seguro mercado pudieron impedir que el difunto presidente Chávez diera rienda suelta a sus excentricidades y voluntarismos, estimulado siempre por sus mentores de La Habana, desviando muchos recursos hacia las campañas y el apoyo político de sus correligionarios del continente y más allá, subsidiando la pobreza para asegurarse un apoyo popular que han ido perdiendo sin remedio y depauperando material y socialmente a una nación de tantas potencialidades.
Políticamente las elecciones parlamentarias de diciembre pasado, donde la oposición concertada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) literalmente arrasó para ganar la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, demostraron que el chavismo no solo perdió el rumbo político y la conexión con la sociedad, si no toda posibilidad de cumplir su objetivo cardinal, eternizarse en el poder con el respaldo del pueblo venezolano.
Caída en picada de la economía y del apoyo popular al gobierno, inflación y desabastecimiento insoluble, violencia social y política matizan el escenario venezolano que se torna realmente peligroso.
Las causas de la crisis
Una vez más un experimentos de ingeniería social de imagen y discurso progresista no se centran en el humanismo consecuente y colocan a los individuos como objeto del paternalismo, la manipulación, la exclusión o la represión.
Los nuevos poderes “revolucionarios” no se fundamentan en un pleno espíritu democrático ni en un liderazgo horizontal e institucional, están marcados por el caudillismo carismático de líderes personalistas y pretendidamente infalibles, cuyos errores y desgastes causan un daño capital a sus proyectos políticos.
Resulta grave la persistencia de estos sacrificados revolucionarios que buscan perpetuarse en el poder a toda costa, en contraste con otros izquierdistas del subcontinente como los chilenos o uruguayos, quienes demuestran ética, responsabilidad y respeto a la alternancia, los derechos y espacios ajenos, logrando compaginar su sólido prestigio con la estabilidad de sus naciones.
¿Qué depara el futuro inmediato?
Cerrado el grifo de los petrodólares venezolanos y con mucho del prestigio de los caudillos bastante disminuido, parece que veremos el avance inmediato de las fuerzas conservadoras en el subcontinente
En mi criterio, librar a nuestros sufridos países del real peligro de los mesianismos de inspiración totalitaria sería una aliciente promisorio, lo cual, sin embargo, no conjura la incertidumbre sobre la real posibilidad de construir, al fin, sociedades realmente democráticas con prosperidad y justicia social para todos sin distinción.