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#OPINIÓN | La primera vez de un cubano en el extranjero

Un cubano en Buenos Aires, Argentina / Foto: Cortesía
Un cubano en Buenos Aires, Argentina / Foto: Cortesía
Un cubano en Buenos Aires, Argentina / Foto: Cortesía

Fui uno de los tantos cubanos que pensaban que su vida se extinguiría sin conocer otro país. Pero la suspensión de la “tarjeta blanca” coincidió con una invitación a Buenos Aires y en poco tiempo me vi montado en un avión, alejándome a ver el mundo, y confieso que todo me deslumbró, desde la sensación de grandeza producto de la altura hasta los tres grados centígrados anunciados por el capitán de la nave al tocar suelo argentino.

Para el viaje me habían prestado una vieja maleta rusa y el primer contratiempo lo tuve en el momento de chequear en el aeropuerto José Martí.

Debido al aumento de la inmigración que escapaba de la isla, un día antes Colombia decidió exigir a los cubanos visa de tránsito para las escalas, y como no la tenía, el viaje se estropeó.

Casi me desplomo al comprender que “el sueño” no se haría, pero un supervisor quiso ayudarme y ordenó que cambiaran el boleto vía Perú, entonces corrí hasta un avión a punto de despegar… y ahí fue donde la maleta perdió las rueditas.

Como llegué a Buenos Aires antes de la hora fijada, tuve que esperar a que amaneciera y los anfitriones fueran a buscarme. Al ver tantas bellas maletas, me había dado pena la mía, y la puse en un rincón. Me acurruqué en un banco cercano, donde podía vigilarla.

El frío me estaba matando porque no llevaba abrigo, cuando de pronto se formó un alboroto en el aeropuerto y militares armados, con perros, comenzaron a dar vueltas alrededor de mi maleta.

Creí se debía a su deterioro y la falta de ruedas, una ofensa a la perfección del entorno, pero al confesar que era mía los militares me increparon: “¡¿Usted no sabe que una maleta abandonada en un aeropuerto es el indicio más claro de un ataque terrorista?!”

“Soy cubano”, dije. Como si ser cubano fuera una disculpa.

Cuando al fin me llevaron al hotel, los rascacielos y la inmensa urbe bonaerense terminaron por marearme. Me sentí una hormiga. Era lo más grande que había visto.

No relataré mi fascinación por todo lo que vi. Parecía un guajiro de monte adentro. Lo tragicómico sucedió a mi regreso, cuando debido a los regalos la maleta apenas cerraba y también perdió el asa, y tuve que empujarla, y por tramos arrastrarla, y la gente me miraba como diciendo: “Esto qué es, ¿una cámara oculta?”

Nueve horas estuve en el aeropuerto de Perú, en la escala de regreso, y casi enloquezco dando vueltas como un zombi, ensimismado en el mundo capitalista. Hasta que me dio hambre y fui a ver los precios.

Traía unos dolaritos, pero recordar las necesidades que me esperaban en casa, me quitaron el valor para gastar en un café porque lo hallé muy caro. Cuando por fin llegué a La Habana me esperaba la sorpresa final: mi maleta no aparecía.

¿Se habría quedado en Argentina? Al cabo de una hora, cuando todos los pasajeros se marcharon, quedó un bulto de nylon dando vueltas por la estera. Después de observarlo en varias pasadas me aventuré a recogerlo y abrirlo y dentro estaba ella, con una etiqueta que decía: “Equipaje en estado inseguro”.

Al pasar por la pesa arrastrando aquel bulto, tuve que desembolsar varios dolaritos que me dolieron en el alma. Para colmo el taxi me dio una mordida final, que me obligó a decidir que, si vuelvo a viajar, regresaré del aeropuerto en ómnibus.

Publicado originalmente en CubaNet

Written by John Márquez

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