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¡SIN DESPERDICIO! “Cubanos y catalanes”

Las Vegas, Nevada, USA
Las Vegas, Nevada: Fuente: Pixabay
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Las Vegas, Nevada: Fuente: Pixabay

Por Jordi Puntí. Al día siguiente, cuando llegué al casino, Miquel Franquesa ya estaba en la puerta. Nada más verme me tendió dos billetes de 50 euros.

—Eso sí que no me lo esperaba —le dije—. O sea que volviste a ganar…

—No, nada de eso, lo perdí todo —sonrió mohíno—, pero yo soy un hombre de palabra. Con sus 50 euros jugué más de cuatro horas y conseguí una pequeña fortuna, pero no supe parar. La vida es así.

Además de un hombre de palabra, a estas alturas ya había entendido que Miquel era un hombre impulsivo, cabezón y sometido a la adrenalina del arrebato. Para rematarlo también era un optimista férreo. Le devolví sus 50 euros y no los aceptó. Al contrario. Se puso serio y me dijo que yo había sido “providencial”. Luego me contó que la noche anterior había vivido una epifanía. Miraba la tele para conciliar el sueño, daban un programa sobre catalanes por el mundo y entonces el presentador dijo que en Las Vegas vivían más de un centenar. Miquel lo entendió como un reto: si quería dejar el juego para siempre, el mejor sitio era Las Vegas.

—¿Te parece? —le dije atónito.

—Absolutamente. Nada como una buena quemadura para alejarte para siempre del fuego.

Una vez más su ejemplo me pareció rebuscado, pero sus ojos brillaban con una excitación pura y yo no era nadie para cuestionarla. Es más, ya lo tenía todo previsto: sacaría los pocos ahorros que le quedaban, vendería su ordenador portátil y compraría el billete de avió para salir dentro de tres días. Solo ida.

Le vi marchar más que convencido y, luego, como un homenaje a su insensatez, me metí en el casino y perdí los cien euros que me había devuelto.

‘EL NOI DE LA MARE’

Dos años más tarde, cuando me topé con ese Mike bulboso, en el paseo Marítimo, su entusiasmo simplón se había diluido en la realidad cotidiana de Las Vegas, pero hay que decir que en sus palabras no había ni rastro de recelo.

—Las Vegas te sorprende cada día —me decía—. Las horas pasan sin lógica y la gente no tiene horarios. En los casinos no hay relojes y afuera siempre es de día, ya sea gracias al sol impetuoso del desierto o a los miles de letreros luminosos.

Su referencia a los casinos me hizo levantar las cejas.

—Que conste que no jugué ni un dólar hasta que ya llevaba medio año instalado —aclaró—. Me guiaban otras intenciones. Cuando llegué, busqué un motel barato. A pesar de que tenía visado de turista, mi intención era trabajar y no tener que depender de los ahorros. Pero no sabía por donde empezar.

—Si recuerdo bien, ibas a buscar catalanes…

—Así es, y el asunto funcionó. El primer día tomé un autobús hasta las fuentes del Bellagio, que son espectaculares, y desde allí me paseé arriba y abajo por el bulevar de los casinos. El Caesar’s Palace, el Tropicana… me fijaba en la gente que entraba y salía y, de vez en cuando, me daba por cantar un estribillo de ‘Baixant per la Font del Gat’, o de ‘El meu avi’, por si me oía alguno de los catalanes que vivían en Las Vegas.

De repente, cuando ya me daba por vencido,alguien me llamó: “Hey, catalán! Barcelona és bona si la bossa sona!”. Era un tipo barbudo, bien vestido, de origen cubano, nieto de catalanes. Se llamaba Bonany y de pequeño le cantaban ‘El noi de la mare’ como nana para dormir.

Estaba de pie a la salida de un casino y ofrecía vales de descuento a la gente que esa noche quisiera ir a ver el musical ‘Los miserables’. Le invité a comer una pizza y le conté que pronto me pondría a buscar trabajo. “Pues tú has hallado a la persona ideal, ‘bróder'”, me dijo. “Pero antes una pregunta: hablas español con acento caribeño?”. Con cuatro palabras le demostré que sí lo hablaba y al día siguiente ya tenía mi primer empleo en Las Vegas. Ilegal, por supuesto.

—¿Y a qué te dedicabas? —le pregunté.

—A aparcar coches, mira por donde.

Resultó que Wilfredo Bonany tenía montado un negocio para dar empleo a inmigrantes ilegales. La premisa era muy sencilla: buscaba jóvenes de unos treinta años, bien parecidos, que fueran latinos y hubieran llegado recientemente a Las Vegas.

Wilfredo se presentaba a entrevistas de trabajo, arreglado, con su barba fecunda y espesa, y respondía con una actitud tímida que se escudaba en sus aparentes limitaciones en inglés. Luego mostraba sus papeles de ciudadano norteamericano, todo legal, y normalmente le contrataban.

Mano de obra básica. Cuando llegaba el primer día, enviaba a alguien distinto, instruyéndole para que se hiciera llamar Will, de Wilfredo, llegara bien afeitado y mantuviera ese carácter dócil. Con esta estrategia, que se basaba en el uniforme y sobre todo en la incapacidad de los jefes de personal para distinguir las caras y acentos de los latinos, Bonany tenía una plantilla de más de diez personas que trabajaban para él, bajo su nombre, y a cambio le daban el 30 por ciento del sueldo.

Atrápalo si puedes. Jardineros, empleados de limpieza, camareros, repartidores de publicidad, aparcacoches: tenía olfato y pillaba todos los empleos ocasionales, Solo tenía que ir con cuidado para no firmar más de un contrato por empresa…

Publicado originalmente en: El Periódico 

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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